I.
El fracaso de los intentos
de transformación de los sistemas educativos
Publicado
en el Nº 19, noviembre de 1978.
Hablar
de la necesidad de transformaciones de fondo en los sistemas
escolares contemporáneos ha comenzado a ser una vulgaridad.
Como suele ocurrir en estos casos, al cabo de tantas reiteraciones,
cunde el hastío y aun quienes poco tiempo atrás
eran ardorosos adalides de esas transformaciones, prefieren
a menudo no tocar el tema. Por un lado temen con justicia
caer también ellos en ese pecado de la vulgaridad,
o de la trivialidad, o al menos cargar con parte de la culpa
de una especie de universal aburrimiento en torno del asunto.
Por otra parte, advierten la utilidad de una prédica
cuyos tonos son exaltados, pero cuyos resultados pueden calificarse
de insignificantes.
El
problema de la transformación de los sistemas escolares
Los sistemas escolares siguen iguales a sí mismos a
pesar de las reformas. A veces, se alteran –aún
profundamente– las formalidades que los sustentan exteriormente.
En su interioridad vital prosiguen inalterados. Los volúmenes
de la UNESCO, por ejemplo, continúan inundando de papel
impreso las bibliotecas, mientras las colecciones pedagógicas
de todo el mundo prosiguen anunciando grandes novedades e
informando sobre reformas constantes. Todo ello apenas si
tiene que ver con al realidad, no porque esos volúmenes
mientan o se equivoquen, sino porque se limitan a transcribir
–como no podría ser de otro modo– el formidable
arsenal de literatura pedagógica oficial (en el caso
de UNESCO) o de postulaciones y propuestas que gobiernos,
instituciones y especialistas del mundo entero producen sin
pausa con el objeto de demostrar su empeño reformador.
La distancia que va desde esa literatura, aun cuando asuma
la forma de leyes o reglamentaciones de imperioso cumplimiento,
a la realidad auténtica de la vida en la intimidad
de cada aula o de cada escuela, es inmensa. En esta intimidad,
los docentes y las instituciones escolares continúan
haciendo prácticamente lo mismo desde hace alrededor
de cien años.
Alguna
vez debemos dejar de engañarnos y de engañarse
a sí mismos al hablar –como si lo creyeran–
de profundas transformaciones en el sistema educativo. Pues
esto será siempre una mentira, o una errónea
apreciación, o en todo caso una noble pero fallida
esperanza, mientras el docente no se haya transformado profundamente
a sí mismo desde el punto de vista de su tipificación
profesional en el seno de la sociedad. Con lo cual llegamos
al tema central de nuestro trabajo.
El
problema esencial de la transformación necesaria de
los sistemas escolares contemporáneos se encuentra
en la transformación necesaria de las funciones de
los docentes, es decir, de los funcionarios encargados de
poner en marcha los sistemas en proceso de transformación
o transformados.
Desde
hace alrededor de cien años, se ha formado un grupo
profesional para desempeñar un papel definido y bien
enmarcado en modalidades organizativas, objetivas y formales:
es el maestro o profesor, personaje encargado de desarrollar
una tarea de aprendizaje y enseñanza con grupos de
estudiantes de edades diferentes según los niveles
o ciclos correspondientes, pero casi siempre homogeneizados
al respecto, y dentro de ámbitos físicos de
muy distinta naturaleza material pero esencialmente idénticos
en su estructura operativa: el aula o salón de clase.
Esa labor de enseñanza y aprendizaje, ordenada siempre
por algún tipo de disposición legal sobre sus
contenidos, termina necesariamente en una evaluación
apta para certificar resultados mensurables o presuntamente
comprobados, tarea que también corresponde al maestro
o profesor, con la única distinción con respecto
a la anterior de enseñanza y aprendizaje, de que esta
segunda es, a veces, compartida con otros colegas o con personal
directivo de la institución escolar.
Enseñar-aprender,
evaluar-certificar: he ahí la tarea, siempre realzada
en un marco institucional (la escuela, los planes, los programas,
las reglamentaciones) y en un ámbito operativo idéntico:
el aula, el salón de clase (poco importa, en cuanto
hace al hilo de nuestro discurso presente, la pobreza o riqueza
material de esa aula o salón de clase).
A
lo largo de cien años, es decir, aproximadamente desde
que en el siglo pasado quedaron estructurados los actuales
sistemas educativos en el mundo occidental y simultáneamente
los sistemas formativos del personal docente indispensable,
no ha habido innovaciones de fondo en esa labor profesional.
En cambio, una impresionante lista de proposiciones tendientes
a perfeccionarla puede computarse en el mismo período.
Pero no debemos confundirnos: las novedades propuestas se
refieren a transformaciones metodológicas para efectuar
mejor la misma tarea. No proponen transformar la tarea, o
reemplazarla por otro tipo de labor, sino perfeccionar la
secular misión: enseñar-aprender, evaluar-certificar,
y siempre en el mismo ámbito: el aula, el salón
de clase, la institución escolar en todo caso.
Muchas
de estas proposiciones han logrado relativo éxito,
aunque escasísimo en comparación con las expectativas
alentadas y con las declaraciones oficiales. Los docentes
que dictan programas de matemática moderna con los
mismos criterios de repetición memorística que
anteriormente usaban para la matemática tradicional,
o quienes utilizan formalmente los criterios renovados para
la enseñanza-aprendizaje idénticos a los condenados
por esta innovación son un buen ejemplo de lo dicho.
Dejemos,
sin embargo, estos casos. Consideremos aquellos otros donde
la renovación metodológica ha prendido con autenticidad
en el espíritu, y por ende, en la acción del
maestro, del profesor. Entonces, el proceso enseñar-aprender,
evaluar-certificar cobra otros caracteres y se desarrolla
según criterios verdaderamente diferentes. Es decir,
en síntesis, se cumple de acuerdo con eternos postulados
de la Pedagogía, cuya expresión racional más
antigua en nuestra civilización occidental sea probablemente
la formulada por Sócrates y alcanzada muchas veces
por grandes docentes que no pretendieron pasar a la fama por
ello.
Pero,
observemos bien: ni aún en estos casos se ha producido
una transformación esencial de la tarea docente propiamente
dicha, según estas modalidades con las cuales la hemos
caracterizado y que la tipifican profesionalmente desde hace
un siglo. La profesión docente sigue siendo, todos
los casos, la misma. Bien o mal realizada, es otra cosa. Pero
la profesión queda idéntica a sí misma.
En
consecuencia, cada vez que se habla de transformaciones de
los sistemas educativos, el pensamiento de quienes formulan
las proposiciones transformadoras y de quienes las escuchan
queda encerrado en el marco de esa figura profesional y no
aparecen verdaderas propuestas de renovación, sino
de perfeccionamiento de las estructuras existentes. Es necesario
entonces atacar la fortaleza de esos sistemas desde otro ángulo
y comenzar por proponer figuras profesionales docentes absolutamente
distintas. Pues de lo contrario, los docentes sentirán
siempre amenazada su existencia, aun equivocadamente, y consciente
o inconscientemente alzarán vallas insuperables ante
las novedades de fondo.
II.
La función profesional docente tradicional y algunas
modificaciones
La clásica función profesional docente encuadrada
en la serie enseñar-aprender, evaluar-certificar, debe
ser comprendida como una de las muchas tareas posibles de
esa función, y su ubicación en el ámbito
escolar como una de sus muchas ubicaciones posibles.
Analicemos
detenidamente estas afirmaciones.
1.
La preparación de materiales para el desenvolvimiento
de las clases, o la ordenación previa de dicho desenvolvimiento,
se consideró siempre como una labor necesariamente
unida a la acción llamada docente en propiedad. Fue
entendida como tarea complementaria, así como la evaluación
o corrección de los ejercicios o aplicaciones. Lo esencial
era siempre, la tarea en relación directa e inmediata
con los alumnos. Lo que se hacía antes o después
de ese contacto giraba en torno de este, es decir, de la tarea
docente propiamente dicha.
La
experiencia enseña, sin embargo, que excelentes “programadores”
de clases pueden no ser los elementos más aptos para
desarrollarlas. Algunas personalidades poseen aptitudes formidables
para preparar elementos y organizar el desarrollo de las clases,
pero no para el contacto humano directo. Temperamentos, caracteres
psicológicos, dificultades para entablar relaciones
y hasta, simplemente, deficiencias físicas (voz, oído,
vista, problemas motores, etc., etc.) pueden impedirles totalmente
un normal trabajo directo con los alumnos.
Otros
pueden ser buenos “evaluadores” del rendimiento
del trabajo mental de los alumnos, o poseer dotes singulares
para fatigosas tareas de corrección y de evaluación.
Hasta hoy hemos pensado que la profesión docente giraba
necesariamente en torno de la relación directa con
los alumnos y que los pasos previos y posteriores eran sólo
“complemento”, pero no bastaban, en modo alguno,
para caracterizar y definir la profesión como tal.
Sin
embargo, la presencia de las técnicas de la instrucción
programada nos obligan a revisar ese concepto.
Las
técnicas de instrucción programada
En efecto: la instrucción programada podría
definirse, en última instancia, como un “plan
de clase” tradicional pero llevado hasta sus últimas
posibilidades de desarrollo analítico. El “programador”
es entonces una nueva figura de la profesión docente,
pero no como un complemento o auxiliar de quien está
en contacto directo con los alumnos, sino como otra figura
dentro de un esquema profesional más amplio.
A
su vez, puede surgir otro especialista: el corrector o evaluador,
ya sea dentro de las técnicas de la instrucción
programada o dentro de los métodos de trabajo tradicionales.
Porque,
a su vez, la “instrucción programada” será
probablemente en el futuro una parte corriente de las técnicas
y procedimientos didácticos en uso, junto con otros
caracterizados por una relación inmediata con el alumno.
Entonces,
quizá nada obsta para que vayamos pensando en la configuración
de tres funciones profesionales docentes perfectamente diferenciadas
y tipificadas:
a)
La programación del desarrollo de los temas o unidades
del proceso de enseñanza-aprendizaje y la compilación,
preparación y ordenamiento de los materiales indispensables;
b) la tarea en contacto inmediato con los alumnos, ya sea
como desarrollo de aquellas planificaciones o de esquemas
de labor necesariamente librados a las demandas ocasionales,
individuales o colectivas, del grupo humano con el cual se
está trabajando; y
c) la tarea de evaluación y crítica de los resultados
del proceso de enseñanza-aprendizaje con vistas a las
certificaciones o probanzas que sea menester y a la realimentación
científico-didáctica de las dos anteriores.
Estas
tres funciones profesionales docentes pueden ser desempeñadas
por la misma persona, pero no tiene que ser así necesariamente.
Una u otra solución depende de una innumerable cantidad
de circunstancias, relativas a las posibilidades operativas
de cada sistema educativo, de sus disponibilidades de recursos
humanos y financieros, de los temperamentos personales de
esos recursos humanos, de los objetivos y de los contenidos
perseguidos y utilizados en cada oportunidad y finalmente
de las condiciones y características de los grupos
estudiantiles a quienes vaya dirigida la acción docente,
recordando aquí que la llamada educación permanente
es ya una realidad insoslayable del mundo contemporáneo
y que por lo tanto, cuando se dice “grupos estudiantiles”
nos e ha de pensar exclusivamente en niños o jóvenes.
2.
Lo dicho hasta aquí cobra nueva dimensión si,
además, se admiten formas escolares organizadas sobre
bases diferentes del régimen graduado tradicional.
La
escuela sin grados
La “gradualidad” como modelo rígido y obligatorio
se impuso como una necesidad pedagógica a fines del
siglo pasado, pero el motivo fundamental sobre el cual se
ha sustentado su éxito y su permanencia es de otro
carácter. Fueron, en efecto, las necesidades de organización
propias de las instituciones escolares en sí mismas
y del sistema escolar en conjunto las que determinan la permanencia
del sistema rígido de grados o años, fuera de
los cuales no se admite ninguna posibilidad de desenvolvimiento
del proceso de enseñanza-aprendizaje ni de ejecución
de los pasos de evaluar y certificar. Sólo en años
recientes, en los niveles universitarios, y en los meses últimos,
en el caso argentino, en cuanto se refiere a esquematismo.
En los niveles elemental y medio, y aún en el ciclo
llamado preescolar, la gradualidad se ha convertido en una
especie de preconcepto inicial que a nadie se le ocurre siquiera
discutir ni analizar. Es como si la organización por
grados o años estuviera en la naturaleza esencial de
cualquier modelo del proceso de enseñanza-aprendizaje,
en cambio de ser entendido como uno entre muchos modelos posibles.
Lentamente
se abre camino, sin embargo, la idea de una organización
escolar sin grados o, al menos, como esquema de transacción,
sin un régimen gradual absoluto, es decir para todos
los contenidos y actividades del curriculum.
Apenas se piensa en un modelo de escuela “no graduada”,
se advierte inmediatamente cómo surgen clara y fácilmente
nuevas funciones profesionales docentes.
El
tipo tradicional del docente ubicado en el aula, frente a
su grupo de alumnos, por un lapso horario prefijado, a intervalos
regulares, para desarrollar contenidos o actividades curriculares
también prefijados, puede dar paso a personajes ubicados
en otros ambientes-gabinetes, laboratorios, bibliotecas, oficinas,
etc. atendiendo consultas individuales o grupales, orientando
labores o trabajando también en aulas frente a grupos
heterogéneos en cuanto a sus edades. Funciones constantes
de evaluación, con el objeto de mantener una labor
permanente de ubicación y orientación del alumnado
serán indispensables.
En
lo referente a la escuela primaria, tiende con este modelo
a desaparecer uno de los arquetipos más entrañablemente
ligados a la imagen tradicional de la función profesional
docente: el maestro o la maestra “del grado”.
En este modelo de organización escolar no habrá
“grados” o “años” a cada uno
de los cuales corresponda un docente único por todo
el período lectivo. Habrá agrupamientos de estudiantes
que variarán en su composición interna según
el contenido o la actividad curricular de que se trate; y
al frente de cada uno de ellos actuará un profesional
especializado en una labor.
Este
esquema, cruzado con el anterior referido a los momentos de
la programación, de la clase propiamente dicha y de
la evaluación permanente de los resultados, puede originar
un conjunto de funciones profesionales docentes de las cuales
sólo algunas se aproximarán a lo que hasta hoy
parece ser la única forma de su manifestación.
3.
Si a todo lo anterior añadimos la innegable urgencia
de contar con especialistas en las funciones de administración,
organización, supervisión, planificación
curricular y evaluación integral de los sistemas educativos,
advertiremos que el tradicional esquema de la función
docente, limitada hasta hoy a tres grados clásicos
–docente, directivo y de supervisión o inspección–
resulta absolutamente insuficiente.
III.
Funciones profesionales docentes y los nuevos modelos de comunicación
Con lo expuesto en el segundo capítulo no salimos,
todavía, de un ámbito, o dicho de otra forma,
de la dimensión escolar. La novedad radical de nuestro
tiempo, sin embargo, en materia de sistemas educativos, es
la presencia de nuevos recursos de acción educativa,
de carácter extraescolar. Me refiero, como es obvio,
a los llamados nuevos medios de comunicación: desde
la prensa –no tan nuevo por cierto, pero cuya penetración
profunda en las masas ya sea en forma de diario o revistas
sí es más reciente– hasta la cinematografía,
la radiofonía, la industria de discos y cassettes y
la televisión.
Los
ámbitos escolares, y los profesionales del arte de
la enseñanza han ignorado hasta hoy, en forma casi
absoluta, a los medios educativos mencionados. Más
aún: los han mirado con hostilidad y como de naturaleza
intrínsecamente perversa. Podría intentarse
un elemental análisis psicológico de la cuestión
diciendo que los docentes han visto con fastidio la irrupción
de estos nuevos medios al advertirlos como rivales de extraordinario
vigor con respecto a sus propias debilitadas fuerzas.
Conviene,
en este punto, no dejarse arrastrar por sentimientos apasionados
y observar el fenómeno descripto con frío raciocinio.
Cuando
la Escuela Normal Mariano Acosta –la institución
cuyo centenario de ocasión para la realización
de este Seminario referido a la formación docente–
nacía hace un siglo, ninguno de los medios de comunicación
mencionados existía. Debe hacerse una excepción:
la prensa. Desde muchos años atrás se conocía,
en efecto, la presencia de periódicos en numerosos
países, pero la diferencia con la prensa cotidiana
de nuestros días es tan grande –cuantitativa
y cualitativamente– que bien puede hablarse de un fenómeno
completamente nuevo. Ni por su difusión –reducida
a sectores porcentualmente muy pequeños de la población
total– ni por sus caracteres, ni por su contenido, los
periódicos del siglo pasado pueden considerarse de
efectos similares a los actuales.
Pero,
además, en este orden, debe considerarse la presencia
de las revistas, prácticamente desconocidas hace cien
años, apenas difundidas medio siglo atrás y
explosivamente extendidas luego de 1945.
Con
respecto a la radiofonía, discos, cinematografía
y televisión, no hace falta decir que son fenómenos
recientísimos y que en 1874 nadie hubiera, siquiera,
osado imaginarlos.
Al
fundarse pues esta Escuela, al igual que, por la misma época
poco más o menos, se hacía con otros establecimientos
similares, era natural que por “profesión docente”
se entendiera exclusivamente una actividad ejercida mediante
el contacto directo con los discípulos, dentro de instituciones
especialmente diseñadas para ello, utilizando la palabra
oral como herramienta básica y apoyándose complementariamente
en el libro o en la palabra escrita. Los maestros y profesores
nunca consideraron el libro ni a sus autores como competidores
inconvenientes para su misión, a pesar de la existencia
desde antaño de obras consideradas poco “edificantes”
o al menos de simple pasatiempo. La razón es que desde
el primer instante de la organización y desenvolvimiento
de la docencia como profesión tipificada socialmente,
la letra escrita el libro ocupaban un papel reconocido como
medio de comunicación del pensamiento.
Con
los restantes medios citados, la situación fue diferente.
Los docentes comprobaron la fuerza tremenda que adquirían
sobre sus alumnos, cómo actuaban al margen del sistema
educativo y se sintieron –quizá subconscientemente–
celosos y resentidos. No comprendieron que se trataba nada
más que de nuevas armas puestas a disposición
de la tarea educativa que les había sido encomendada
y en cambio de disponerse a utilizarlas inteligentemente les
dieron la espalda, desdeñosos, altivos y encastillados
en su tradicional metodología. La situación
no ha variado hasta hoy. Los docentes siguen entendiendo su
profesión sólo dentro de los ámbitos
escolares y en forma de relación directa de un maestro
o profesor ante un grupo de alumnos. Diarios, revistas, discos,
cinematografía, radiofonía, televisión,
continúan constituyendo un mundo externo al sistema
educativo formal, contra el cual la escuela debe –según
parece– luchar implacablemente para reconstruir cada
día lo que esos enemigos destruyen sin prisa y sin
pausa.
En
esta batalla absurda, el docente está condenado a la
derrota. La lucha es desigual, las armas incomparables y la
pugna carece de razón.
Los
medios de comunicación masiva
Diarios, revistas, discos, radiofonía, cinematografía,
televisión, son los nuevos medios de comunicación
del pensamiento puestos a disposición de los educadores.
Es un deber histórico utilizar la inmensa fuerza de
esos medios para ponerla al servicio de su misión pero,
además y sustancialmente, convertirse ellos mismos
en productores del material educativo indispensable.
Con
lo cual desembocamos en el punto central de la tesis que deseamos
exponer: ha llegado el instante de considerar las formas tradicionales
de la acción docente sólo como una de las modalidades
de la profesión, no la única ni la que debe
definirla típicamente.
Los
docentes, como profesionales debidamente tipificados en la
sociedad, abarcarán en el futuro una amplia gama de
modalidades de acción, las que se desplegarán
utilizando todos los medios posibles y no –como hasta
hoy ocurre– empleando solamente dos de ellos: la palabra
y el libro.
Así
como en capítulos anteriores de este trabajo hemos
mencionado a los programadores, por ejemplo, como una de las
nuevas modalidades de la profesión docente, debemos
ahora exponer otras tareas profesionales perfectamente tipificadas
que también formarán parte de la labor docente
concebida en sentido integral.
Comencemos
por proponer a los productores de materiales educativos en
el ámbito de diarios, revistas, discos, cinematografía
y televisión. Es decir, a quienes concretamente tendrán
a su cargo la preparación, compaginación y presentación
de esos materiales. Esto, a su vez, exigirá una amplia
–quizá inacabable– lista de funciones diferenciadas,
pero todas dentro de la profesión docente propiamente
dicha.
En
cuanto hace a la prensa escrita, citaremos a los redactores,
dibujantes o ilustradores y diagramadores como subfunciones
principales. Todavía no existen, verbigracia, diagramadores
de material periodístico formados como docentes, es
decir, capacitados dentro del marco general de la profesión,
igual que cualquier maestro o profesor, y además de
manera particular para el ejercicio de su tarea concreta de
diagramador especializado en materiales educativos. He aquí,
en consecuencia, citada a manera de ejemplo, que podría
multiplicarse casi en término, una sola de las nuevas
responsabilidades de un establecimiento de formación
docente de nuestro tiempo.
Vuelvo
a lo dicho poco antes de este trabajo. En 1874 era natural
que no se pensara en formar dentro de un establecimiento de
formación docente, a un diagramador de publicaciones
periodísticas. Pero continuar hoy sin hacerlo, es una
muestra de esa equivocada actitud, entre desdeñosa,
resentida o jactanciosa, con que hasta la actualidad los docentes
han mirado a los nuevos medios de comunicación.
Formas
no tradicionales de la profesión docente
Tenemos, pues, nada más que en el campo de la producción
de materiales educativos, y sólo en el ámbito
de la prensa escrita, definidas ya tres especializaciones
de la función docente: redactores, dibujantes o ilustradores
y diagramadores. He ahí tres orientaciones que podrían
salir de un tronco común de formación docente,
dentro del cual, por supuesto, se incluirían, siempre,
las funciones profesionales docentes de carácter tradicional.
Ahora,
con un poco de imaginación y ayuda de conocimientos
técnicos de los cuales carece el autor de estas líneas,
podría pensarse en las numerosas especialidades originadas
en la necesidad de preparar los profesionales destinados a
la producción de materiales educativos radiofónicos,
cinematográficos o televisivos. Con una diferencia,
sustancial en estos casos: la necesidad de contar también
con los intérpretes, es decir, los actores profesionales
especializados en esta labor.
Aquí
es donde quizá sea necesario superar barreras mentales
derivadas de viejos hábitos o prejuicios muy fuertes.
¿Un actor puede ser considerado como miembro integrante
de la familia profesional docente? Entiendo que sí,
siempre que dicho actor esté en función educativa
sistematizada y posea la capacitación profesional general
y particular que distingue a un profesor de cualquier materia.
De los establecimientos de formación docente, de ese
grueso tronco común en el cual se formará la
personalidad profesional y moral de todos los docentes, surgirán
como ramas de una copa frondosa múltiples especialidades.
Una de ellas será entonces –¿por qué
no?– la del director de cámaras o la del intérprete
o la del iluminador o la del argumentista, para preparar material
educativo cinematográfico o televisivo.
Por
“profesor de historia” entendemos, corrientemente,
a un profesional que dicta clases de historia a grupos de
alumnos de diferentes edades, o, en todo caso, guía
por los caminos del aprendizaje a la historia o de la investigación
histórica a estudiantes en forma individual o colectiva.
En adelante, bajo esa misma denominación, será
necesario entender, además, a los “programadores”
que desarrollen unidades temáticas bajo la forma de
instrucción programada; a los “redactores”
y “argumentistas” de asuntos históricos
para ser volcados en material periodístico, cinematográfico
o televisivo de carácter educativo, a los “productores”
de estos materiales especializados en historia, etc., etc.
Para
estas tareas, se recurrirá, en ocasiones, a actores
profesionales comunes. Será bueno y conveniente hacerlo
así. Pero para ciertos casos, para ciertas producciones,
para ciertas series fílmicas o de breves “cassettes”
televisivos, se recurrirá –¿por qué
no?– a un “actor-docente”, es decir a un
docente cuya especialización es la actuación
frente a las cámaras para preparar material educativo.
Hay
una barrera mental para entender estas proposiciones. Deriva
de habernos quedado en una circunstancia histórica
anterior. Todos entendemos como natural y conveniente que
un profesor o un maestro escriba textos, manuales o apuntes,
bajo cualquier procedimiento. ¿Por qué esto
nos parece natural? Porque desde hace largos siglos conocemos
la existencia de la letra escrita, del alfabeto y de los libros
o formas parecidas de compilación material de esa letra
escrita, como otro medio de comunicación además
de la palabra oral. En cambio, la aparición de estos
otros medios de comunicación –discos, radiofonía,
cassettes, televisión, cinematografía, etc.–
es tan reciente, que aún no se nos ha ocurrido pensar
que constituyen simplemente eso: otros medios de comunicación.
En 1874, cuando se fundó la Escuela Normal de Profesores
“Mariano Acosta”, había dos recursos para
transmitir al prójimo nuestro pensamiento: la palabra
oral (la clase) y la palabra escrita (el libro, el texto,
el apunte). Ahora hay esos dos y otros muchos. ¿Por
qué razón los docentes profesionales habrían
de resignarse a seguir usando solamente aquellos dos?
Multipliquemos,
en consecuencia, la aplicación de esta propuesta por
cuanto se refiere a la labor de los docentes de todos los
niveles y modalidades, y finalmente extendámosla a
las tendencias actuales referidas a la educación continua,
la capacitación, el perfeccionamiento y hasta las tareas
de educación y reconversión sistematizada de
la vejez.
Los
docentes del nivel pre-escolar, por ejemplo, ¿no tendrán
acaso un inmenso campo de acción para utilizar todos
los medios de comunicación a su alcance? Precisamente
este nivel ofrece extraordinarias perspectivas para aquellas
funciones que hemos descripto más arriba. La producción
de materiales educativos adecuados deberá estar en
manos de profesionales docentes, capacitados en las técnicas
y procedimientos indispensables para cada uno de los medios
de que se trate, tanto como en los aspectos que, hoy caracterizan
a la formación de la llamada “maestra-jardinera”,
es decir, teoría de la educación, psicología,
filosofía, didáctica, etc.
¿Es
necesario sugerir, también, cuánto puede hacerse
en idéntico sentido con respecto a la enseñanza
primaria y con respecto a cada uno de los diferentes contenidos
de la escuela media? Creemos que sólo caeríamos
en lo reiterativo. Basta lo expuesto para demostrar, a nuestro
juicio, la extensión, la importancia y la necesidad
de estas nuevas funciones profesionales docentes.
IV.
Funciones profesionales docentes y las nuevas tecnologías
de conservación de la experiencia
Debemos entrar, ahora, en un complicado terreno. Se trata
del novísimo ámbito de la tecnología
electrónica, es decir, es ese mundo fascinante –con
tanto de fantasioso para los legos– de las computadoras
y sus innumerables aplicaciones.
Permítasenos
seguir, para explicitar este punto, el hilo del pensamiento
del conocido pedagogo italiano Giovanni Gozzer, según
un trabajo presentado hace alrededor de dos años y
aún no difundido entre nosotros, al menos según
las referencias que poseemos. Se titula “La educación
intelectual y las nuevas tecnologías”.^
Tecnología
en sentido amplio
Para Gozzer, la palabra “tecnología” presenta
un doble sentido. El primero –generalmente es el único
manejado en el lenguaje corriente– “está
casi constantemente ligado al de trabajo industrial organizado,
de producción de bienes y materiales, y por consiguiente,
entendido como un proceso artificial, que se sirve de instrumentos
y máquinas y utiliza formas de energía de diferente
naturaleza, con el fin de producir objetos acabados mediante
procesos de asociación-transformación o de transformación”.
Pero hay otro sentido de la palabra, “más amplio
y comprensivo”. Podría explicárselo así:
“un sistema complejo de signos, de caracteres constantes
fundados sobre un código que permite la interpretación
y destinado hacia fines de carácter operativo y comunicativo”.
Según
esto, la o “las tecnologías” abarcan tres
grandes sectores:
a)
Tecnologías de la acción: se refieren a la aplicación
de principios físicos y fuentes energéticas
a las tareas de producción, de transformación,
de transporte, de ofrecimiento de servicios, etc.
b)
Tecnologías de la comunicación: abarcan los
sistemas de comunicación lingüística verbal
y los medios o instrumentos que permiten la fijación,
la utilización y la difusión del “producto”
de dicha comunicación.
c)
Tecnologías de la conservación de la experiencia:
abarcan los instrumentos que permiten el depósito y
la utilización de la experiencia.
“La
función tecnológica de conservación es
esencialmente función de memoria, o depósito
de experiencia precedentemente realizada. La memoria tiene
su primera configuración en el organismo fisiológico
humano, ligado a un complejo sistema de estructuras neuro-psíquicas,
a su vez fundadas sobre reacciones bioquímicas del
organismo en el nivel molecular; la memoria “exteriorizada”
respecto del organismo utiliza, a su vez, los signos propios
de la comunicación o códigos (en cierto sentido
la lengua “escrita” es el momento de la memoria
lingüística por excelencia): y por lo tanto puede
usar una instrumentación extremadamente amplia, desde
la incisión rupestre a las tablillas de cerámica,
a la incisión de piedra. El perfeccionamiento de las
técnicas de aplicación lleva después
a la utilización de materiales siempre más simples
y fáciles de transportar y de conservar, como el papiro,
el pergamino, el tejido; el libro es, en fin, el resultado
final de un proceso en el cual se utilizan procedimientos
tecnológicos ya altamente complejos y sofisticados;
en la fase final de ese proceso el sistema de tipos de imprenta
permite, en particular, la reproducción cuantitativamente
casi ilimitada de un mismo texto”.
“Por
último, en la fase en la cual nosotros vivimos, la
memoria de las calculadoras y de los ordenadores electrónicos,
que representan en sustancia un nuevo tipo de utilización
de los modos de comunicación fundados sobre lenguajes
binarios (y por lo tanto una recuperación tecnológica
o artificial del procedimiento bioquímico del propio
organismo) representan un depósito de memoria que tiene
una doble propiedad: la del “depósito”
mismo y simultáneamente la de poner en movimiento un
proceso de interacción entre las partes “depositadas”
sin una intervención específica de operatividad
intelectual en el nivel humano. En otros términos mientras
las correlaciones existentes entre el contenido de dos libros
depositados en una biblioteca son posibles sólo en
cuanto una o dos personas cumplan operaciones intelectuales
de coligamento fijándolas sucesivamente en otros dignos
formales lingüísticos, en el calculador es posible
que las interacciones sean efectuadas a través de órdenes
en términos y en modo que sustituyan la intervención
intelectual operativa-humana”.
Educación
y tecnología
A la luz de los conceptos precedentemente explicados, las
conclusiones ulteriores de Gozzer son de indudable trascendencia.
En efecto: “el proceso tradicionalmente definido como
“educación” –dice nuestro autor–
tiene por objetivo asegurar al individuo el acceso a los resultados
de la experiencia histórica acumulada por las generaciones
precedentes, mediante el adiestramiento para el uso de los
sistemas de comunicación”.
“(...)
Tal proceso tiene, sin embargo, también un alto nivel
de condicionamiento, por cuando entre todas las posibles formas
de utilización de las capacidades adaptativas, el hombre
fija prevalentemente o exclusivamente aquellas ligadas a determinadas
situaciones. Por ejemplo, en cada grupo existe una situación
lingüística definida que permite comunicar según
esquemas lingüísticos estructurados, que resultan
más o menos afines, más o menos apartados de
otros esquemas. El condicionamiento lingüístico
que se determina fijando un canal comunicativo, obviamente,
impide que la comunicación intergeneracional de las
experiencias acumuladas pueda suceder al mismo tiempo sobre
otros canales lingüísticos igualmente válidos,
pero no decodificables por cada individuo, a menos que haya
sido realizada una operación paralela de coordinación
con el canal lingüístico diferente. (...) En sustancia,
la creación de “sistemas escolares” tenía
históricamente como objetivo fundamental el de vencer
los límites de estos condicionamientos operativos,
ya sea confiando a grupos especializados (docentes) el deber
de encaminar los nuevos individuos en el uso de los modos
y de los instrumentos de comunicación, ya sea pasando
más allá de las restricciones de los conocimientos
y de los recursos ambientales y aumentado las consiguientes
posibilidades de inserción en el patrimonio cognoscitivo
de experiencias acumuladas (cultura); ya sea, por último,
abasteciendo capacidades para utilizar también canales
e instrumentos lingüísticos diferentes de los
primitivos o de uso normal (otras lenguas vivas o lenguas
históricas, llamadas “lenguas muertas”
ya sea para poder adquirir los contenidos consolidados en
tales patrimonios lingüísticos en la experiencia
comunicativa directamente utilizada o para transferir a otros
los contenidos mismos”.
Pero
estos condicionamientos pueden disminuir considerablemente
porque las nuevas tecnologías de la comunicación
y de conservación de la experiencia permiten: 1. reducir
considerablemente los costos operativos de la acción
educadora según pautas operativas tradicionales (esbozadas
en nuestro primer y segundo capítulo); 2. construir
“lenguajes simbólicos, lógico-matemáticos
complejos que incorporan y recuperan también los lenguajes
verbales tradicionales y abren el camino a un número
prácticamente ilimitado de posibilidades para crear
lenguajes artificiales en tiempos brevísimos y con
precisión superior a la de los lenguajes verbales abstractos
y representativos”.
Gozzer
continúa así su pensamiento:
“El
efecto de esta situación en el proceso formativo es,
por una parte la explosión de “modelos simples”
de comunicación, y por otra la multiplicación
de lo “cognoscible” en proporciones casi desmesuradas.
El primer aspecto, la explosión de los modelos simples,
pone en crisis la forma tradicional en que se estructura el
proceso formativo en las instituciones (familia, escuela,
sociedad) que tradicionalmente lo asumían. Particularmente
golpeada por los efectos de esta capacidad de “ruptura”
resulta la escuela, más aún que la familia,
la cual en el fondo había renunciado ya, desde mucho
tiempo antes, a ser la depositaria del proceso formativo-cognoscitivo,
limitándose a seguir la evolución del mismo,
y a aplicar en él otros tipos de influencias. La escuela
como institución es sacudida, por efecto de las tecnologías
por la finalidad “profesional” (enseñar
un oficio o preparar para los estudios superiores; también
ellos, por otra parte, encaminados hacia el ejercicio de una
profesión); por el otro por el curriculum de estudio
fundado sobre las disciplinas o materias (subjects). La finalidad
profesional disminuye, no sólo por la coincidencia
del proceso formativo con el éxito o salida hacia la
profesión (desaparición, modificación,
reestructuración de las tareas tradicionales) sino
también por la gradual desaparición o transformación
de muchas misiones-ocupaciones fundadas sobre la mecánica
repartición de operaciones constantes y por el reflejarse
sobre muchas profesiones todavía en ejercicio de los
efectos de los tratamientos informáticos ligados a
operaciones complejas en cadena múltiple y a informaciones
de reflejo”.
“Por
lo que respecta a las disciplinas o materias, disminuye la
caracterización unitaria y singular de los sectores
cognoscitivos, y entre materia y materia se establece una
red de conexiones internas que en realidad tiende a extenderse
sobre todo el proceso cognoscitivo. Esta tendencia hasta hace
pocos años investía preferentemente las disciplinas
científicas, siempre más apremiadas por graduales
procesos de unificación y de interrelación:
hoy esta se aplica también a las tradicionales materias
histórico-humanístico-literarias, representan
el eslabón intermedio entre los dos grupos hasta ahora
estrechamente diferenciados y caracterizados de las disciplinas
científicas y de las disciplinas “morales”.
La aplicación a la literatura y mañana a la
historia o a la misma filosofía de modelos matemáticos
rigurosos y el tratamiento de disciplinas como la lingüística
en términos de investigación científico-matemática,
antes sólo limitada a los fenómenos naturales,
conmueve el cuadro tradicional del sistema escuela-docente:
pone en situación crítica la especialización
disciplinaria rígida y propone al momento formativo
un acercamiento del todo diferente al tradicional programa
mosaico, impostado sobre el simple paralelismo del curriculum
didáctico”.
El
docente del mañana
Es decir, en síntesis: el docente del mañana
deberá incluir, en su espectro profesional docente,
también la inserción en el campo de la electrónica
y del manejo corriente de las computadoras. Más aún:
así como hoy se capacita a los niños, desde
los seis años de edad, en la utilización de
las tecnologías de conservación de la experiencia
que aplican los instrumentos del alfabeto y de impresión
de libros, textos o manuales, acumulados o no en centros o
instituciones (bibliotecas), en el futuro deberá capacitarse
a los hombres, desde determinadas edades, en la utilización
de las nuevas tecnologías de conservación, de
la experiencia que aplican los nuevos lenguajes simbólicos,
lógico-matemáticos y su estructuración
en las computadoras. Los “bancos de datos” y las
salas de computadoras serán lugares habituales del
trabajo intelectual mañana. Los docentes deberán
especializarse en este campo como parte del nuevo papel profesional
que la sociedad les demandará a breve plazo.
Si
las casas formadoras de docentes según los caracteres
propios de esa profesión en el siglo pasado no actúan
en esta dirección, ellas y sus egresados se verán
suplantados en breve lapso por las instituciones que, necesariamente,
habrán de tomar a su cargo esa labor.
Permítasenos
concluir esta reseña del pensamiento de Gozzer, que
nos ha parecido ideal para presentar el cuadro de la profesión
docente del futuro en su vinculación con la tecnología,
con la cita completa del penúltimo párrafo del
trabajo presentado, en el cual el vigoroso pensador sale al
paso de habituales objeciones con términos y conceptos
con los cuales afirmamos nuestra profunda identificación.
Identificación que reiteramos especialmente por cuanto
hace a la idea de liberación como fin esencial de la
acción educadora, posición que compartimos pero
que a menudo es presentada en forma abusiva y confusa como
parte de campañas ideológico-doctrinarias destinadas
solamente a la conquista de posiciones políticas. Una
auténtica liberación no se da mediante declamaciones
banderizas ni agitaciones irracionales, ni sobre concesiones
demagógicas en las casas de estudios, sino sobre severas
exigencias formativas y el máximo rigor del razonamiento.
No hay otra posición para quien ama de verdad a su
prójimo y lo quiere de verdad libre. Escuchamos las
palabras de Gozzer subtituladas, en su trabajo “Educación
y sociedad tecnológica”.
La
tecnemática
“Si debiéramos caracterizar los procesos
formativos (educación) propios de la sociedad tecnológica,
entendida como sociedad avanzada fundada sobre el uso extensivo
de los lenguajes lógico-matemáticos y sobre
sus aplicaciones a toda la experiencia técnica precedentemente
acumulada, se podría afirmar que la “tecnemática”
representa sin duda la respuesta al problema formulado; se
trata más que de una disciplina en sentido tradicional,
de un conjunto comprensivo de conocimientos-operaciones ligados
a situaciones diferentes, que obviamente recuperan todos los
contenidos educativo-formativos tradicionales, reestructurándolos
en nuevos modos y en nuevas agregaciones. Es evidente que
el tratamiento que se reserva a los alumnos, en esta perspectiva,
no puede ser aquel de los recorridos o itinerarios tradicionales,
ni aún el brindado por las llamadas pedagogías
nuevas, modernas, avanzadas o progresivas: debe ser un itinerario
diferente, en gran parte todavía por descubrir. Gran
relieve asume en este cuadro, el llamado aprendizaje algorítmico,
cuyos modos de actuar, por otra parte, están todavía
en un estudio de investigación, bastante adelantado
pero carente de aplicaciones experimentales. Es probable sin
embargo que la difusión cada vez más amplia
de la CAI (Computer Assisted Instruction) y de la MCI (Computer
Managed Instruction) comporten profundizaciones cada vez más
vastas de las matemáticas algorítmicas”.
“Con el acercamiento tecnemático, prescindiendo
de este abuso de neologismos, de los cuales pedimos perdón
(pero en realidad son las innovaciones que irrumpen y deben
encontrar en algún modo ciudadanía lexical)
no se hace, en el fondo, sino recuperar aquel concepto de
educación como “tecnología” que
estaba ya presente en el medioevo cuando se entendía
por educación la inserción de las “artes
liberales” del Trivio y del Cuadrivio, y el adiestramiento
para su “uso”. Las artes “liberales”
representaban el nivel tecnológico de la sociedad medieval,
que era un nivel esencialmente lógico-verbal y numérico-representativo.
Las tecnologías modernas no son sino las artes liberales
de la sociedad industrial y post-industrial, fundadas sobre
la utilización de los instrumentos de comunicación
electrónica. Parece interesante poner de relieve que
así como las artes liberales eran consideradas como
liberadoras, dignas del hombre libre y por lo tanto capaces
de eximirlo de la esclavitud (del ambiente, de la naturaleza,
de los hombres) así las modernas tecnologías
son en alto grado liberadoras, porque ensanchan el área
y la posibilidad cognoscitiva y hacen posibles procesos de
inserción en el “depósito” cultural
y cognoscitivo de grupos sociales cada vez más grandes
desde el punto de vista cuantitativo; hacen posible una utilización,
en el pasado impensable por sus dimensiones, del potencial
intelectual particular, consienten formas de recuperación
de la actividad intelectual siempre más extendidas
y por último permiten a cada individuo el dominio de
áreas cognoscitivas cada vez más vastas con
un control crítico cada vez más advertido de
las condiciones sociales”.
V.
La escuela normal como un centro formativo de docentes capacitados
para sus nuevas funciones profesionales
De acuerdo con el desarrollo de los conceptos expresados en
los capítulos anteriores, podemos sintetizar los caracteres
principales de una institución formativa de los profesionales
docentes del futuro.
Las
discusiones actuales en nuestro país en torno de los
regímenes formativos del personal docente carecen de
importancia vistas desde un ángulo prospectivo. Las
diferentes y aparentemente opuestas argumentaciones parten
todas de un mismo punto: la concepción de la profesión
docente idéntica a la vigente desde hace alrededor
de un siglo, según hemos explicado en el primer capítulo
de este trabajo.
La
innovación tardía
Recientemente –en 1970– se modificó el
régimen de formación de los maestros de enseñanza
primaria. Un encendido debate se produjo alrededor del asunto.
La denominación de las casas de estudio respectivas
–si “escuela normal” o “ instituto
de formación docente”– y el título
por otorgarse a sus egresados –si “maestro”
como antaño o “profesor de nivel elemental”–
constituyeron dos de los puntos sobre los cuales la discusión
fue enconada y provocó airadas polémicas. La
conversión del ciclo respectivo en un plan de dos años
de nivel terciario, la exigencia de una u otra orientación
de escolaridad media previa, el plan de estudios y el régimen
de “práctica de enseñanza” constituyeron
otros tantos puntos de fricción enérgicamente
planteados por los diferentes grupos participantes del debate.
Este no ha cesado y aún se manifiesta con intensidad.
Hasta el insignificante detalle del uso o no del guardapolvo
blanco, convertido en símbolo de la profesión
y de su tradición, constituye una parte sustancial
de aquel. Toda esa discusión carece de importancia
y tanto los esfuerzos por implantar la reforma de los cursos
del magisterio a partir de 1970 como por impedir esa reforma,
representa, prospectivamente hablando, una cuestión
baladí y casi sin significación ¿Por
qué? Porque la reforma aunque aparentemente profunda,
no ha pretendido sino mejorar, perfeccionar, la formación
del mismo profesional docente. Todos los sectores que siguen
discutiendo sobre los regímenes de formación
del maestro primario parten del idéntico error inicial:
suponer que el futuro continuará requiriendo a este
profesional. No interesa si a partir de 1970 en la Argentina
formamos maestros mejores o peores que antes –y yo personalmente
creo que no se puede afirmar que resulten peores– pues
el problema consiste en que seguimos formando algo que ya
no hace falta, es decir, un profesional que apenas si está
capacitado para cumplir una minúscula parte de su función.
Esta
reforma puede ser calificada como tardía.
Hubiera
sido adecuada, quizá, alrededor de 1940. Hoy carece
de importancia verdadera. Representa, apenas, un esfuerzo
por mejorar una profesión que –con sus caracteres
actuales– está condenada a desaparecer.
El
punto de partida de la última reforma del régimen
de formación del magisterio primario fue la misma imagen
profesional de hace cien años. Por lo tanto, antes
de discutir sobre uno u otro régimen, debemos discutir
cuáles son los caracteres de la profesión docente
del futuro y sólo después analizar cómo
obtenemos al profesional respectivo.
La
formación profesional del docente de enseñanza
media
Obsérvese, asimismo, que nada se ha innovado por cuanto
se refiere a los regímenes de formación del
profesional docente destinado a la enseñanza media.
Mientras en el mundo entero y en nuestro país se asiste
al incontenible proceso de transformación de ese nivel
escolar, y aún cuando con seriedad y sólidos
fundamentos se propone a veces la desaparición lisa
y llana de dicho nivel para ser suplantado por modalidades
educativas directamente vinculadas con el mundo del trabajo
y de la producción, nuestros establecimientos formativos
de los profesores de enseñanza media continúan
inconmovibles, sordos al mundo exterior y a su transformación,
fieles a los regímenes y modalidades con que nacieron
siete décadas atrás. Actualmente, en sus aulas
se preparan docentes que actuarán profesionalmente
a partir de 1975 ó 1980 y hasta los años 2000
al 2015, calculando aproximadamente 25 a 35 años de
servicios. Se procede, sin embargo, como si se estuviera seguro
de que hasta ese entonces tendremos exactamente la misma escuela
media que en la actualidad y como si los profesionales docentes
tuvieran que limitarse, hasta esa fecha, a hacer lo mismo
que vienen haciendo desde principios de siglo.
Esto
acarrea una derivación insospechada. Podría
suponerse que este empecinamiento en mantener los mismo criterios
formativos de la profesión docente sólo había
de concluir en perjuicio de dichos profesionales, condenados
a no poder desenvolverse frente a las nuevas demandas de la
educación. En parte esto ocurrirá, y en alguna
medida está ocurriendo ya mismo. Mas hay otra consecuencia
peor. Estos profesionales docentes, que no saben si pueden,
en líneas generales, hacer otra cosa que aquello para
lo cual han sido capacitados –mal, bien o regular es
otro problema– terminan constituyendo un cuerpo organizado
de formidable poder de presión social, obstaculizador
de toda reforma en profundidad de los sistemas educativos.
Pues necesitan mantenerlos idénticos –salvo transformaciones
más bien aparentes– a fin de conservar sus fuentes
de trabajo.
Un
profesor de historia, de geografía, o de idioma extranjero
capacitado y entrenado exclusivamente para desempeñarse
en el proceso tradicional de “enseñar-aprender,
evaluar-certificar”, ante grupos de estudiantes reunidos
en un aula por lapsos fijos y periódicos, según
un curriculum y unos contenidos debidamente ordenados desde
instancias superiores, será, necesariamente, una personalidad
que luchará a brazo partido porque ese proceso operativo
y esa estructura no sean alterados jamás. El conjunto
de profesionales docentes enmarcado en esa misma situación
constituye por lo tanto el más formidable obstáculo
alzado ante cualquier intento de transformación auténtica
del sistema educativo contemporáneo.
Por
este motivo resulta hoy indispensable afrontar un camino un
tanto insólito para poder alcanzar algún éxito
en los intentos de transformación de nuestros sistemas
educativos tradicionales.
En
el siglo pasado, y a principios del actual, quedaron definidos
en casi todos los países de Occidente regímenes
de formación docente con vistas a cada uno de los principales
niveles del sistema escolar y particularmente –en este
orden– para la enseñanza primaria, preescolar
y media de carácter no profesional. Esos regímenes
se definieron, se caracterizaron, en función de las
modalidades de trabajo docente propias de cada uno de los
niveles mencionados. Ahora este cuerpo docente es quien sostiene
dichas modalidades e impide su transformación. Consciente
o inconscientemente los docentes, preparados y formados para
una función, no saben ni quieren cumplir otras y no
dejan tampoco que surjan profesionales docentes capaces de
suplantarlos.
Una
transformación urgente y necesaria
No hay pues otro remedio sino seguir un camino inverso al
recorrido a fines del siglo pasado y a principios de este,
en materia de formación docente. En cambio de observar
el sistema educativo para luego organizar los sistemas de
formación de los recursos humanos indispensables para
aquel sistema educativo, ahora debemos formar los nuevos profesionales
docentes para el futuro, a fin de que estos sean capaces no
sólo de proponer y de adelantar las transformaciones
necesarias sino que, ante su presencia, se sientan capaces
de asumirlas y de desempeñar las funciones profesionales
que aquellas les demanden.
Debido
a este singular fenómeno del cuerpo profesional docente
convertido en escollo para la transformación del sistema
educativo formal, ha de procederse en primer término
a la transformación de los regímenes de formación
docente, a fin de preparar los elementos capaces y ansiosos
de desempeñar sus nuevas funciones profesionales.
En
tal sentido, y como una manera de rendir mi homenaje personal
de docente y ex-alumno a la Escuela Normal de Profesores “Mariano
Acosta” en su centenario, me permito proponer –también
a modo de ejemplificación concreta de algunas de las
ideas sostenidas a lo largo de estas páginas–
que esta escuela, sin necesidad de alterar su vieja denominación,
se transforme en un centro nacional piloto de formación
docente. Suprimidos de su estructura los niveles preescolar,
primario y medio, dicho centro recibiría a los egresados
de la escuela media con el objeto de brindarles una formación
profesional docente básica o general y simultáneamente
o con posterioridad a ella, las capacitaciones en las múltiples
especialidades y subespecialidades que hemos sucintamente
presentado en los capítulos precedentes. Estas viejas
aulas, debidamente reacondicionadas y equipadas, serían
entonces talleres de trabajo, estudio e investigación
en asuntos educativos y se contaría con toda la gama
de materiales indispensables para el uso de las modernas tecnologías
de la comunicación y de la conservación de la
experiencia.
Las
clases de Teoría de la Educación, de Teoría
del Aprendizaje, de Psicología, de Didácticas
tradicionales y las prácticas también tradicionales
de la enseñanza, alternaría de tal forma con
las actividades prácticas y los estudios e investigaciones
teóricas en los laboratorios de material cinematográfico
o “sets” de filmación, en los estudios
donde se produjera material educativo televisivo o fílmico.
Se cruzarían las cámaras con los pizarrones,
los aparatos grabadores con las cajas de tizas y al lado de
un estudiante dando una clase práctica al estilo tradicional
se vería a un joven armando o diagramando las páginas
de diarios y revistas destinados a perfeccionar una obra educativa
común. Los laboratorios de lengua y las salas de computadoras
se apoyarían en los cursos de psicología y de
teoría del aprendizaje y en las clases avanzadas de
matemática, gracias a las cuales los futuros docentes
podrían manejarse con los procedimientos algorítmicos
del aprendizaje y con los lenguajes simbólicos lógico-matemáticos
de los cuales nos hablaba Gozzer según el resumen que
hemos hecho de su pensamiento.
Este
centro acogería a los docentes en ejercicio necesitados
de actualización o de reconversión profesional
y terminaría por ser un organismo quizá modelo
en el país y en el mundo y punto de partida para una
transformación auténtica de los sistemas educativos
formales de nuestro tiempo.
Existe
otra posibilidad: dejar a estos establecimientos, entre los
cuales se cuentan los institutos de profesorado, con su actual
estructura y metodología, formando el mismo profesional
docente que preparaba un siglo atrás. Entonces, inexorablemente,
ese profesional docente –aunque durante mucho tiempo
obstaculice la renovación indispensable de los sistemas
educativos formales– terminará desplazado por
quienes, al margen de estas instituciones, desempeñen
de hecho las nuevas funciones profesionales docentes que la
sociedad contemporánea demanda.
*El
presente trabajo fue leído en el “Seminario sobre
la formación del docente argentino” realizado
en junio de 1974 por la “Comisión Organizadora
de los Actos del Centenario de la Escuela Normal de Profesores
Mariano Acosta”. Junto con otros trabajo presentados
en la ocasión debió integrar un volumen cuya
publicación estaría a cargo del Ministerio de
Cultura y Educación. Dado que esa tarea no se ha concretado
aún, y con el objeto de rescatar para los estudios
un material que juzgamos interesante, hemos solicitado a los
autores y a las autoridades de la Comisión la autorización
para publicarlos en nuestra Revista.
^Artículo
publicado por el Instituto de Investigaciones Educativas en
noviembre de 1974. |