Artículos
publicados en la Revista Cátedra y Vida
Valorización
histórica de la formación de los docentes en
la Argentina*
Publicado en el Nº 72, septiembre-octubre de 1968.
Introducción
La
profesión docente tiene ciertos caracteres singulares
que aún no han sido analizados debidamente. Está
todavía por hacerse una tipología del docente
profesional, que lo perfile exento de los prejuicios que,
o parten de considerarlo en función de apóstol,
identificándolo con una vocación heroica y misional,
o, aunque sin declararlo, comienzan por despreciarlo por su
relativo nivel de éxito, según las pautas que
calibran ese éxito en las sociedades competitivas y
capitalistas.
En
el trasfondo de la llamada vocación docente pueden
esconderse muchas motivaciones subconscientes que no es agradable
reconocer: ansias de desquite en personas que de niños
y jóvenes sufrieron autoridades tiránicas; inconfesables
ambiciones de poder por parte de espíritus que no se
atreven a lograrlo sobre grupos de adultos; claros afanes
egocéntricos que mueven a abrazar una carrera que permite
tener a disposición de por vida, y sin posibilidades
de rebeldía, a auditorios inermes. Durante el transcurso
de la profesión, suelen añadirse notas dolorosas
que llevan a veces al resentimiento, al hastío, al
cansancio, al escepticismo y hasta el sadismo.
Y
junto a todo ello, aparecen con frecuencia sinceras vocaciones
de amor al prójimo e ideales que ansían una
entrega total a causa de la redención del género
humano, o voluntades adolescentes dispuestas al heroísmo,
que eligen el rumbo del quehacer docente como el mejor camino
posible para andar adelante en la ruta de la transformación
del mundo.
En
todo ello, de esta mezcla heterogénea en la que se
combinan, a menudo sin mezclarse pero sin dejar jamás
de confundirse un poco, grandes inteligencias y audaces artistas
con mentes superficiales e imaginaciones chatas, surge de
una manera misteriosa y tan poco clara que es casi bastante
para demostrar cuánto es lo que todavía ignoramos
acerca de los fenómenos psicosociales, ese grupo humano
tan notable, tan curioso y tan poco conocido que es el gremio
docente.
La
profesión docente
Tres o cuatro caracteres externos, visibles, no los perfilados
en la umbría floresta de la intimidad que intentan
desbrozar la psicología profunda y el psicoanálisis,
perfilan habitualmente a la profesión docente en numerosos
países.
La
pobreza económica, o al menos una honorable medianía
–lo bastante para tener todos los días una camisa
limpia y los zapatos enteros, nunca tanto como para poder
exceder sin grandes riesgos la austeridad de un presupuesto
cotidiano estrictamente cumplido por la familia íntegra–,
es lo que salta a la vista casi siempre. El hecho es propicio
para reclamos airados por el egoísmo social que condena
al docente a esa situación, y también para elogios
y admiraciones que en alguna medida reconfortan ante las estrecheces
y que suelen servir para autocompensaciones gratificadoras.
Junto
a ellos, marchan paralelamente las alabanzas sobre la excelsitud
de la tarea que cumple el maestro o el profesor. El parche
se bate incansablemente sobre la misión que le compete
y sobre la perfección que encarna como custodio de
las mejores virtudes de cada grupo social, encargado principal
de trasmitirlas a las generaciones jóvenes junto con
el tesoro cultural en sus dimensiones más complejas.
Recaen sobre los docentes exigencias severísimas con
respecto a la totalidad de su conducta y con referencia a
las dotes de su saber.
Jamás
se han preocupado ni las autoridades de ningún país
ni los grupos sociales dirigentes sobre la flagrante contradicción
en que incurren al exigir grandeza y perfección y retribuir
mezquinamente. Antes bien, parece haberse llegado al consenso
tácito de que la pobreza es la compañera necesaria
de la virtud y que, por lo tanto, conviene mantener a los
docentes en el plano de la escasez para evitarles las tentaciones
que apareja la fortuna.
Profesión
de clase media, de proletarios en ascenso o con aspiraciones
de ascenso; meta de la pequeña burguesía antes
de que esta se anime a dar el salto hacia la clase alta; hogar-refugio
de intelectuales que no pudieron terminar una carrera o de
artistas que no pudieron llegar a las cumbres, fue y es en
todos los países de nuestra órbita occidental
el ámbito propicio para uno de los estamentos sociales
más firmes sobre los que reposa cada nación.
En
la Argentina
En la Argentina, aunque participó de todas estas circunstancias
añadió una diferencia fundamental: en cambio
de constituir un estrato estabilizado, se convirtió
en uno de los principales factores de movilidad social y de
avance cultural.
El
magisterio primero y el profesorado después fueron
en nuestro país un medio decisivo para la obtención
de varios resultados muy importantes en la lucha simultánea
por la formación y el progreso de la nación.
Esos
resultados fueron:
-
la incorporación de la masa de la población
a los rudimentos de la cultura mediante la tarea concreta
de la escolarización elemental;
- la configuración de una élite –constituida
por ellos mismos– de alta formación cultural
y cívico-patriótica, de extracción social
diversa y múltiple, que es una de las razones que explican
el rápido deterioro de los partidos políticos
de carácter clasista;
- la facilidad con que se pudo difundir la enseñanza
normal y media en muy breve lapso;
- la extraordinaria salida que representó esta profesión
para un rapidísimo proceso de movilidad social; y
- la incorporación de la mujer a muy altos niveles
de formación cultural.
Y
así fue que cuando Joaquín V. González
y Juan Ramón Fernández concretaron entre 1903
y 1904 la idea de la creación del Instituto Nacional
del Profesorado Secundario, no pudieron imaginar las múltiples
consecuencias que se derivarían de su iniciativa. Pero
por esa casa comenzaron a desfilar jóvenes de ambos
sexos entre los que se contó, originalmente y por muchos
años, una buena parte de los mejores talentos de la
sociedad, algunos de los cuales cursaron la Universidad sólo
después de haber egresado de sus aulas.
Las
exigencias formativas
a) escuelas normales
Exigencias
severas caracterizaron los planes de estudio iniciales, tanto
en las escuelas normales de las últimas décadas
del siglo XIX como en el Instituto del Profesorado que dirigieron
"los alemanes", según el familiar y respetuoso
nombre con que se menciona a los iniciadores de la magna obra.
El
análisis completo de los planes de estudio de las escuelas
normales argentinas desde su creación a partir de la
época de la organización nacional hasta nuestros
días, y en particular la consideración de sus
contenidos pedagógicos, es una tarea que resulta imposible
hacer en esta ocasión y que presupone un esfuerzo de
dedicación y de elementos que escapan por el momento
a nuestras posibilidades. Algunos datos, sin embargo, estamos
en condiciones de presentar, principalmente como muestra que
incite a investigaciones más prolongadas y que alguna
vez –esperamos– habrán de encarar los ámbitos
universitarios dedicados a las Ciencias de la Educación.
En
el magnífico tomo de Juan Ramón Fernández,
habitualmente conocido como "Los Antecedentes" de
Fernández ("Antecedentes sobre enseñanza
secundaria y normal en la República Argentina",
Ministerio de Justicia e Instrucción Pública,
Buenos Aires, 1903), se transcribe en la página 144
el decreto del 13 de junio de 1870 que creó la Escuela
Normal de Paraná, piedra fundamental, sin duda, del
normalismo argentino y cuyo espíritu y carácter
se prolongaron –por obra de sus egresados– en
gran parte de otras escuelas normales ulteriores y durante
largas décadas, hasta latir de alguna manera todavía
hoy, cuando se aproximan los cien años de aquel instante.
Se
dice en el plan de estudios que "el curso normal durará
cuatro años, y la enseñanza correspondiente
a cada uno de ellas será dada en tres términos,
de trece semanas cada uno...", o sea que habría
por año 39 semanas de clase.
La
práctica de la enseñanza comenzaba en el tercer
término del primer año, después de dos
términos con observación de la enseñanza,
y continuaba sin interrupción hasta el último
año. Dos idiomas extranjeros, prácticas gimnásticas,
oratoria y ejercicios de composición (que seguramente
constituían en conjunto el sucedáneo de la retórica
más un buen surtido del saber científico e histórico
propio de la época, tradicional), teneduría
de libros, dos cursos de teoría de la enseñanza,
configuraban un plan que, comparativamente con las circunstancias
histórico-culturales de 1870 y las de hoy, resalta
con clara ventaja para aquel. Debe recordarse que se admitían
alumnos de 16 años de edad que acreditaran "una
instrucción que les permita emprender los estudios
del curso normal", para lo cual todo aspirante debía
rendir una prueba de "Lectura, Escritura, Ortografía,
Aritmética y Geografía según se estudian
estas materias en las escuelas comunes".
Más
adelante, el 31 de marzo de 1875, se crea la Escuela Normal
de Tucumán, cuyo curso de magisterio comprenderá
solamente dos años, y que, por lo tanto, tendrá
un plan de estudios reducido y que no incluía concretamente
"Práctica de la Enseñanza", sino "Lecciones
Orales y Ejercicios Pedagógicos" y más
adelante "Examen y Estudios de Métodos de Enseñanza
Primaria". En este plan de Tucumán se advierte
ya con claridad la influencia pestalozziana, porque en los
tres términos de primer año se pide "Lecciones
orales sobre objetos"; en el segundo término del
segundo año, "Ejercicios Pedagógicos y
Lecciones sobre objetos" y en el último término,
"Pestalozzi y la aplicación de su sistema".
El
3 de mayo de 1876 se convierte en nacional la Escuela Normal
de Maestras del Uruguay, Entre Ríos, que comprendería
un curso normal de tres años, dividido cada uno en
tres términos de trece semanas cada uno. Se añaden
en este plan, exclusivo para niñas, "laborales
de mano"; la observación comienza en el primer
término del segundo año y la práctica
en el primero del tercer año, momento en que también
se inicia el estudio de Pedagogía como única
materia de carácter profesional aparte de observación
y práctica. No hay idiomas extranjeros, pero sí
Dibujo de Adorno, Música Vocal, Higiene Doméstica
y Ejercicios de Composición y Declamación.
El
19 de enero de 1880, un decreto del presidente Avellaneda,
cuyos fundamentos dicen: "Atento lo expuesto por el Director
de la Escuela Normal del Paraná respecto a la necesidad
de aumentar la duración de los estudios...", lleva
el plan de ese establecimiento a cinco años, con pedagogía
de 1º a 5º; dos cursos de francés; tres de
inglés; uno de teneduría de libros; observación
en 2º año y práctica desde 3º a 5º
inclusive, incluyendo en 5º año trigonometría,
agrimensura y cosmografía".
Cinco
días después, otro decreto uniforma los planes
de estudio de las restantes escuelas normales nacionales en
tres años de tres términos cada uno, con observación
en primer año y práctica en segundo y tercero;
sin idiomas extranjeros y una amplia base de conocimientos
científicos que incluyen trigonometría, agrimensura
y cosmografía.
Ya
en enero de 1881, el presidente Roca añade un año
preparatorio a los tres años en la Escuela Normal del
Uruguay y por fin, el 28 de febrero de 1886, un decreto de
Roca y el ministro Eduardo Wilde pone las bases de lo que
se comenzó a llamar Escuela Normal Superior y que fue
el origen de las escuelas normales de profesores, que en este
siglo compartieron con los institutos de profesorado y las
universidades la misión de preparar a los docentes
de la escuela media argentina.
El
excelente criterio de ese decreto –en el cual campea
el espíritu de José María Torres–
consiste en sostener que las escuelas normales, además
de preparar maestros para las escuelas primarias, deben capacitar
a los futuros maestros de esos maestros, es decir, a los profesores
de las escuelas normales, y al personal de dirección
e inspección de las escuelas primarias, con lo cual
se afirma una tesis indiscutible que a pesar de ello jamás
se aplicó en el último medio siglo. (Sería
interesante recordar aquí que, sobre la base de este
decreto y de fundamentaciones contemporáneas, los profesores
Ricardo Ayabar y Gustavo F. J. Cirigliano presentaron a la
dirección de la Escuela Normal de Profesores Nº
2 Mariano Acosta, hace alrededor de cinco años, un
proyecto de "profesorado de especialistas en educación",
que prácticamente retoma ese criterio y que Cátedra
y Vida publicó en su número 49, de marzo-abril
de 1964).
El
decreto de Roca citado establecía en su artículo
1º: "Hay dos clases de Escuelas Normales: las elementales
y las superiores. Las primeras están destinadas a la
formación de maestros y maestras de educación
primaria elemental; y las segundas, no sólo tienen
este objetivo, sino también el de formar profesores
y profesoras competentes para la superintendencia, inspección
y dirección de las escuelas comunes y para el magisterio
de las escuelas normales. Sólo son superiores las dos
escuelas normales de la Capital y la del Paraná".
El
plan de estudios comprende cuatro años para las escuelas
normales elementales y otros dos para las superiores o de
profesores. Pedagogía se estudia en los seis años,
pero ya apunta una división en sus contenidos aunque
se mantenga todavía la unidad del nombre. En primer
año se trata de "Elementos de educación,
física, intelectual y moral"; en segundo, "Metodología
general; principios fundamentales y reglas generales del arte
de enseñar. Metodología especial de la enseñanza
primaria". En tercero, "Metodología especial
de la enseñanza primaria elemental y gobierno escolar".
En cuarto, "Metodología especial de la enseñanza
primaria elemental. Organización escolar. Legislación
escolar vigente". En quinto, "Metodología
especial de la enseñanza primaria superior (con lo
cual se advierte ya la intención de que los profesores
egresados de las escuelas normales superiores fueran los docentes
capacitados para los grados superiores de la escuela primaria,
y con ello se confirma que la idea de la escuela primaria
superior, o secundaria inferior, o intermedia o como quiera
que se desee llamarla, está vigente en el país
desde el siglo pasado) e historia de la pedagogía".
En sexto, "Metodología de la enseñanza
primaria superior e inspección de las escuelas normales".
La
observación comienza en 2º año y la práctica
en 3º, para continuar hasta 6º. Hay cuatro años
de francés y dos de inglés; siempre un curso
de teneduría de libros y se introduce en sexto año
economía política.
De
aquí en adelante las transformaciones no son de fondo
hasta que los cursos de profesorado se elevan a siete años
en total, o sea tres posteriores al curso normal. Luego se
divide el profesorado en las dos secciones de "letras"
y "ciencias" que perduran hasta 1954, cuando, en
los hechos concluyen su ciclo histórico las escuelas
normales de profesores y se gradúan los últimos
profesores normales propiamente dichos.
El
análisis de las obras pedagógicas en uso desde
1870 hasta mediados de este siglo lo hemos hecho en sus rasgos
generales en otra ocasión y revela claramente la vigencia
de las concepciones positivistas y cientificistas más
avanzadas en aquel momento histórico. Los esquemas
de apoyo filosófico y psicológico de las obras
de José María Torres, Francisco Berra, Adolfo
van Gelderen, Rodolfo Senet, Víctor Mercante, y aún
los posteriores y extranjeros de La Vaissier, Alcántara,
Compayré y Patracou, han caducado, sin duda, pero muchas
de sus observaciones y de sus páginas mantienen una
frescura y una actualidad notables.
b)
el profesorado
Pasemos ahora a ver un poco los esquemas de los años
primeros del Instituto del Profesorado, para lo cual podemos
seguir una obra notable por la fuerza de sus argumentaciones
y por la claridad de sus fundamentos, que es el volumen publicado
por esa misma casa como resumen histórico de su primer
década ("El Instituto Nacional del Profesorado
Secundario en la primera década de su existencia, 1905
a 1915", Buenos Aires, Establecimientos Gráficos
de T. Palumbo, Olavarría 600, 1916). La parte que nos
interesa se debe a la pluma de su ilustre primer rector, Guillermo
Keiper, integrante del grupo de seis profesores especialmente
contratados en Alemania para organizar esa casa de estudios.
Se
recogen allí los dos primeros decretos: el de Fernández
de enero de 1903 que estableció el Seminario Pedagógico
y el de González del 16 de diciembre de 1907 que dio
la forma actual al Instituto. En este último es donde
se encuentra la famosa expresión: "Para obtener
un buen profesor de enseñanza secundaria no basta que
este sepa todo lo que debe enseñar ni más de
lo que debe enseñar...", concepto que según
consta en el mismo texto del decreto está tomado del
autor francés Langlois en su obra "La Preparation
profesionelle á l'ensegniement secondaire", en
su página 104, y que añade que esa última
condición (saber cómo enseñar) "sólo
es posible adquirirla con el estudio metódico y experimental
de la ciencia de la educación". De donde podemos
comprobar que, aunque en su evolución ulterior y según
veremos luego, el Instituto del Profesorado sigue una marcha
diferente de la que caracteriza al normalismo, en sus orígenes
se apoyó también en la concepción metodista
y cientificista que caracterizó a toda la generación
de docentes argentinos de fines de siglo pasado y principios
del actual.
Lo
que nos interesa más destacar ahora es que en sus momentos
iniciales el Instituto fue una casa que se concibió
íntimamente ligada con la enseñanza media, como
las escuelas normales con la primaria. Prueba de ello es que
el artículo tercero de su reglamento general decía
que "el rector del Instituto formará parte del
cuerpo de inspectores de Enseñanza Secundaria y del
Consejo Consultivo de la Inspección General, como asesor
técnico...", y el artículo 5º expresaba
que "los profesores titulares estarán obligados...
a formar parte de comisiones temporarias que nombre al inspector
general para estudiar asuntos determinados concernientes a
la enseñanza secundaria".
La
concepción original que hace de esa casa un ámbito
esencialmente pedagógico –que más tarde
se atenúa en parte, por la fuerza de los hechos que
impulsan a sus egresados y a su cuerpo docente a concebirse
más como una especie de "universidad"–
queda de manifiesto asimismo en la disposición que
exige al rector "poseer una versación especial
en la formación del profesorado secundario y haber
realizado estudios especiales de pedagogía", y
por esto mismo se estableció además que el rector
era quien debía tener a su cargo "la cátedra
de pedagogía teórica y práctica y la
dirección general de los cursos prácticos de
los aspirantes al profesorado secundario".
Los
planes de estudio de la primera época responden a las
condiciones siguientes, que Keiper enumera como indispensables
de ser satisfechas por todo profesor " verdaderamente
competente":
1)
Una preparación amplia y especialista en las materias
que dicte en el colegio. (Es esta la nota distintiva básica
con los profesores normales, que nunca intentaron poseer esa
preparación "especializada").
2) Una orientación general de carácter filosófico
y pedagógico sobre los principios y fundamentos de
la educación.
3) El dominio perfecto de la técnica de la enseñanza.
En
este último punto se acentúa la diferencia con
las concepciones normalistas, pues para obtener ese "perfecto
dominio de la técnica de la enseñanza",
en el Instituto no se consideró necesario realizar
la práctica de la enseñanza desde muy temprano,
sino solamente en el último año. Y avanzado
el siglo actual se añadió un curso de metodología
especial, en tercer año, para los cursos de idioma
extranjero.
En
el año 1913, la cátedra de pedagogía
se desarrollaba según este esquema:
Primer
año: Fundamentos de la pedagogía. Anatomía
y fisiología del sistema nervioso y de los sentidos.
Psicología.
Segundo año: Crítica del conocimiento. Lógica
y metodología. Ética. Metafísica.
Tercer año: Historia de la Pedagogía. Ética.
Cuarto año: Pedagogía teórica y práctica.
En
1914 se añade en tercer año legislación
escolar, con lo cual se acerca algo más el plan de
formación pedagógico al de las escuelas normales.
Una
lectura sintética de los programas de los cursos de
pedagogía de 1º a 4º año permite comprender
de inmediato que los alumnos del Instituto tuvieran una preparación
profesional sostenida sobre bases similares a las normalistas,
pero –seguramente por la nacionalidad de los organizadores
de esa casa– mucho más intensificada en los conocimientos
científicos y filosóficos y con exigencias intelectuales
muy superiores, como es lógico por la edad de los alumnos
y por la función docente que les esperaba.
Hemos
visto así –a vuelo de pájaro, puede decirse–
que la formación docente y científica de los
maestros y profesores argentinos, desde 1870 hasta 1920 aproximadamente,
puede considerarse como la más alta y completa que
se podía pedir en la época y en el país,
y muy probablemente el estudio comparativo –otro más
de los que alguna vez habrá que efectuar–, demostraría
que los principales países europeos de entonces no
daban una capacitación superior.
El
ángulo político-social
Lo que ahora deseamos considerar es otro aspecto que entendemos
como fundamental para el tema que nos hemos planteado.
Se
refiere a la valoración que corresponde realizar de
la formación de los docentes en la Argentina desde
el punto de vista de la evolución de la sociedad argentina
en general, política y culturalmente considerada y
no exclusivamente desde el ángulo escolar.
Estos
profesores y estos maestros –una y otra cosa se ha confundido
con bastante frecuencia en nuestro país, porque en
la práctica era y es común el desempeño
simultáneo en la enseñanza primaria y en la
media– cumplieron su misión de dos maneras. Una
fue el desempeño responsable de la tarea docente propiamente
dicha, que hasta dos o tres décadas atrás, aproximadamente,
y como acabamos de decir, pudo considerarse técnicamente
satisfactoria para las circunstancias culturales e históricas
argentinas de ese tiempo. La otra fue la influencia que representaron
en la sociedad como ciudadanos que constituyeron hogares en
los cuales se acuñaron nuevas generaciones que en no
escasa medida poblaron las universidades, ascendieron a cargos
directivos de importancia en la administración pública
y en la empresa privada, ocuparon lugares descollantes en
el arte, en las ciencias y en las letras, y nutrieron los
primeros puestos en los concursos para becas e investigaciones
en el país y fuera de él.
Una
valoración histórica de lo que significó
la formación de los docentes en la Argentina y que
dejara de tener en cuenta este segundo aspecto, olvidaría
quizá lo principal. Detrás de muchas de las
grandes figuras de nuestra patria, detrás de los hombres
y mujeres que en los años recientes y en los actuales
han ocupado y ocupan cargos relevantes en todos los órdenes,
se encuentra, con extraordinaria frecuencia, un docente o
un matrimonio de docentes que supo formar un hogar caracterizado
por la decorosa medianía de su profesión, y
en él educar a quienes habrían de continuar,
hasta los niveles máximos, ese camino de ascenso y
perfeccionamiento que ellos habían iniciado en las
aulas de un instituto de profesorado o de una escuela normal.
Una
pequeña diferencia puede marcarse, con todo, referente
al papel que el maestro de escuela primaria y el profesor
salido del instituto del profesorado cumplieron, salvo, claro
está, cuando ambas tareas se confundieron contemporáneamente
en una sola persona. Mientras los normalistas puros –llamémosles
así– insistieron más en una vocación
de tipo cívico-patriótico, y se ocuparon preferentemente
de perfeccionar su labor en los aspectos de la formación
nacional, participando a menudo en definidas orientaciones
ideológicas, filosóficas y políticas
propiamente dichas –hasta siguiendo a determinados partidos–,
los profesores egresados del Instituto (o los que surgieron
de los normales y luego se volcaron en la enseñanza
media, casi sin hacer pie en la primaria), se destacaron principalmente
por su contribución para el avance de las ciencias
y de la investigación literaria e histórica.
Más preocupados por los aspectos pedagógicos
y didácticos los maestros que los profesores, estos
se interesaron más por el nivel del saber que por la
perfección del método, aunque debe reconocerse
que fueron los egresados del Instituto los primeros que en
el país introdujeron –a veces como obra original–
principios metodológicos modernos para ciertas disciplinas,
entre las que cabe mencionar ante todo a la matemática
y a las lenguas vivas.
De
cualquier manera, y sin mengua de estos aportes a la didáctica
de la escuela media, los profesores egresados del Instituto
representaron para el país una decisiva contribución
en muchos campos culturales y prueba de ello es que con frecuencia
ocuparon lugares destacados en los ámbitos universitarios.
Síntesis
valorativa
En síntesis, una valoración histórica
de la formación de los docentes en la República
Argentina puede concluirse con las siguientes proposiciones,
formuladas, naturalmente, con las necesarias reservas, pues
se trata de hipótesis de trabajo para las que no cabe
la aceptación apriorística sino la investigación
tendiente a confirmarlas.
1)
La formación de los docentes en la Argentina repercutió
favorablemente en tres campos diversos:
a) en la acción escolar (o sea como cuerpo profesional
propiamente dicho);
b) en el nivel cultural general de la sociedad (al cumplir
ellos mismos un grupo social culturalmente elevado) y
c) en la conformación de la sociedad nacional por el
doble fenómeno de movilidad que significó: el
que fue en sí mismo y el que promovió ulteriormente.
2)
Desde el punto de vista didáctico, puede considerarse
muy buena la etapa de formación docente normalista
en su primer medio siglo de desenvolvimiento, no así
en las etapas siguientes, cuando el impulso inicial cae y
entra en un proceso de estancamiento que concluye en el franco
retroceso de nuestros días, según hemos tenido
oportunidad de analizar en trabajos anteriores.
3)
La formación docente para la enseñanza secundaria
se apoyó originalmente –es decir, en el primer
tercio de este siglo– en la concepción propia
de la época, que para ese nivel de escolaridad exigía
una óptima preparación cultural, de naturaleza
enciclopédica y con fines definidos para la preparación
de las élites que proseguirían estudios superiores.
No se preocupó en demasía de la perfección
metodológica aunque no la desdeñó; insistió
menos que los normalistas en el aspecto de la práctica
de la enseñanza y prefirió poner el acento en
el nivel de sabiduría y de competencia científica
de los egresados.
Conclusión
Al
concluir de esta manera el trabajo propuesto comprendemos
la dificultad que supone su realización por las múltiples
vinculaciones que representa una visión valorativa
histórica.
Creemos,
sin embargo, haber podido presentar un esquema útil
para esa labor y, principalmente, esperamos que nuestra contribución
pueda ser un primer paso aceptable para el desarrollo de estas
jornadas, que buscan colaborar con las ambiciones argentinas
actuales de mejorar la formación de su magisterio y
profesorado, con el objeto de adecuarlo como grupo profesional
a las necesidades de hoy y del futuro inmediato. Y para ello,
nos ha parecido conveniente, necesario y justo, abrir las
jornadas con una explícita declaración del respeto
con que miramos el ayer, del valor que concedemos a lo que
nuestro pasado nos ofrece como lección y como punto
de apoyo. Diríamos, precisamente, que queremos cambiar
y mejorar la formación de los docentes argentinos del
mañana, para que sean dignos herederos de una alta
tradición docente.
Maestros
y profesores nosotros mismos, ansiamos que los docentes que
nos sucedan sean verdaderamente mejores que nosotros, y para
ello comenzamos con honestidad por reconocer y valorar la
obra de quienes nos precedieron. Tenemos conciencia de ser
una generación en tránsito, cuya misión
es, más que la acción en el presente, salvar
y preparar la posibilidad de la obra del futuro. Con esa intención
hemos comenzado por ofrecer esta mirada al ayer.
*El
presente trabajo fue desarrollado por el profesor Luis Jorge
Zanotti en las Jornadas sobre Formación de Docentes
en la Argentina organizadas por Cátedra y Vida. |
Sobre
un anteproyecto de reformas al plan de formación de maestros
Publicado
en el Nº 72, septiembre-octubre de 1968.
El
equipo docente Cátedra y Vida, se entrevistó
el 3 de octubre con el secretario de Estado de Cultura y Educación,
doctor José Mariano Astigueta, para entregarle el documento
que contiene la opinión crítica de dicho equipo
sobre el anteproyecto de reformas al plan para la formación
de maestros elevado al 30 de julio pasado a dicho secretario
de Estado por la Administración Nacional de Educación
Media y Superior. La comisión de dicha Administración
que elaboró el anteproyecto estuvo así integrada:
presidente Dr. Alberto E. J. Fesquet; vicepresidente: Prof.
Renato H. Völker, y vocales, Prof. Marta Assorati, Blanca
A. Barroso, Violeta Bregazzi, Adriana S. de Elizalde, Julio
González Rivero, Ana María Jalón, María
N. G. de Loprete y Manuela Payá.
A
continuación se transcribe el documento elaborado por
el equipo docente Cátedra y Vida:
Al
señor secretario de Estado de Cultura y Educación,
doctor José Mariano Astigueta
S/D
"De
acuerdo con el pedido que el señor secretario de Estado
nos hizo llegar por intermedio de uno de sus asesores técnicos
el 21 del mes de agosto pasado, los participantes en las Jornadas
sobre Formación de los Docentes en la Argentina –realizadas
los días 21, 22 y 23 de dicho mes, en el aula magna
de la Escuela Normal de Profesores Nº 2, Mariano Acosta–
tomaron conocimiento del anteproyecto de reformas al plan
para la formación de maestros que se aplica en las
escuelas normales que dependen de la Secretaría de
Estado de Cultura y Educación. Explicadas sus características
por la profesora Ana María Jalón en sesión
que se agregó al programa de trabajo, los asistentes
no abrieron juicio sobre lo expuesto dada la imposibilidad,
por razones temporales de estudiar con detenimiento tan arduo
problema de la organización del sistema educativo argentino.
Posteriormente, el proyecto fue analizado por los profesores
Roberto Burton Meis, Antonio Mario Durand, María Matilde
Keegan, Rosa P. de Martín Calvo, Enrique Mario Mayochi,
Reynaldo Carlos Ocerín, Roberto O. Palanco, Alfredo
Manuel van Gelderen y el suscripto, integrantes del equipo
docente Cátedra y Vida y ese estudio se concretó
por unanimidad de opiniones en el conjunto de consideraciones
que a continuación se enuncian.
l.
Consideraciones generales
1) La renovación de la formación de maestros
demanda definiciones previas y debe ser considerada dentro
del sistema educativo todo; necesita precisiones sobre la
escuela primaria a la que servirán los maestros y sobre
los ciclos escolares que puedan ser anteriores a los estudios
profesionales del magisterio. Del análisis del anteproyecto
no surge que tales definiciones previas hayan sido formuladas
y sí que sólo se intenta una solución
factible para transformar la actual Escuela Normal sobre la
base de las actuales escuelas primaria y secundaria de jurisdicción
nacional.
2)
La reforma de la Escuela Normal debe ser parte de la estructuración
completa de la carrera profesional docente; es decir, la preparación
de maestros de enseñanza primaria, maestros especializados,
maestros de materias especiales y profesores para los posibles
ciclos de todas las modalidades del sistema. Este aspecto
tampoco está contemplado en el anteproyecto, aunque
la nota de elevación del trabajo señala algunas
relaciones, articulaciones y posibles equivalencias, las que,
en un primer análisis, parecen difíciles de
lograr dentro de la realidad presente.
3)
La estructuración de una nueva Escuela Normal exige
una larga determinación respecto de la federalización
de los servicios escolares. Dado que está dispuesta
por ley nacional la transferencia de las escuelas primarias
dependientes del Consejo Nacional de Educación a las
provincias, y que se ha anunciado idéntico propósito
con relación a los establecimientos de nivel medio,
correspondería a los Estados provinciales la formación
de los maestros para sus propias escuelas de primer nivel
y al Estado nacional la determinación de los principios
normativos que aseguren el funcionamiento de un sistema escolar
para la República.
4)
Esta transferencia de servicios escolares implica situaciones
muy especiales en cuanto a Escuelas Normales, pues la jurisdicción
nacional sobre el importantísimo número de escuelas
normales privadas desaparecería de ampliarse el anterior
criterio. Es indudable que la iniciativa privada haya visto
en la Escuela Normal la carrera breve de nivel medio con mayores
posibilidades formativas para la mujer, mas el anteproyecto
no contempla la reorientación de los estudios femeninos
de nivel secundario pese a que la Escuela Normal absorbe el
60% del total. La ausencia de previsiones en este sentido
llevará a mantener un cuadro de estudios secundarios
sin relación con las necesidades del desarrollo del
país.
La
conclusión general que surge de estas consideraciones
básicas es que el anteproyecto preparado por la Administración
Nacional de Educación Media y Superior no debe ser
llevado a la categoría de proyecto hasta que pueda
ubicarse la reforma dentro del ordenamiento, transformación
y planificación de todo el sistema y como parte de
una estructurada carrera profesional docente, aunque no deja
de reconocerse que –en el plano de comparación
exclusivamente referido al plan actual– el anteproyecto
representa una leve mejoría.
ll. Consideraciones particulares
1) La orientación dada al ciclo final del bachillerato,
con algunas materias "detectoras", es insuficiente.
El anteproyecto no utiliza ningún recurso moderno para
la investigación de aptitudes, pues no considera la
utilización de materias optativas, seminarios, grupos
de trabajo por opción, gabinetes de orientación,
pruebas vocacionales periódicas o finales, etc.
2)
Las materias Problemática Educativa y Sociología
no están fundadas en conocimientos de síntesis
sobre problemas sociales, políticos, económicos
y culturales del mundo actual, de América y de nuestro
país, ni cuentan con una Historia de la Civilización
o de la Cultura que proporcionen los marcos referenciales
necesarios. A título de ejemplo, debemos señalar
que el plan de estudios del bachillerato vigente en el Liceo
Naval Almirante Guillermo Brown incluye materias como las
señaladas, de necesidad previa dentro de un plan de
enseñanza media preuniversitaria general.
3)
Es insuficiente la prevista formación nacional del
futuro maestro. Por ejemplo, de acuerdo con el plan de estudios
del anteproyecto, resulta gravemente escaso el tiempo asignado
para la fundamentación científica de Historia
y Geografía argentinas, disciplinas esencialmente referidas
a las posibilidades que debe reunir el maestro para formar
la conciencia de los futuros ciudadanos que son sus alumnos.
4)
La solución estructurada sobre el curso completo del
bachillerato torna insuficientes los dos años de formación
profesional. Obliga a la multiplicación de materias
y a la presencia de un número inconveniente de asignaturas
con dos horas semanales de clase. Representa un serio defecto
del anteproyecto la existencia de tres materias en cuarto
año, tres en quinto, seis en sexto y cuatro en séptimo
con dos horas de clase, sin que se innove sobre unidades horarias
para el trabajo escolar.
5)
Es un acierto del planteamiento argentino haber subrayado
la importancia de Política Educativa como estructuradora
de las características del sistema educativo nacional.
Pese a la preferencia de los sistemas sajones actuales por
el uso de la expresión administración, consideramos
desacertada la denominación elegida de Administración
Educativa si es necesario agrupar interdisciplinariamente
los conceptos o contenidos de la política educativa,
de la legislación escolar, de la organización,
de la administración y de la planificación educativas.
No puede aceptarse, y confundiría a los alumnos, que
la Administración comprenda los fundamentos de la Política
de la Educación. En caso de necesitarse términos
comprensivos, sería siempre más acertada la
denominación de Organización Educativa, propuesta
por el profesor Andrés Sopeña, de la Universidad
Pontificia de Salamanca, en su trabajo publicado en "Educadores”,
revista de la Federación Española de Religiosos
de Enseñanza, Nº 30, noviembre-diciembre de 1964.
En
síntesis, y como conclusiones de este análisis
particular, debemos destacar respecto del anteproyecto que:
·
es insuficiente en general la formación profesional
que pueda promoverse en solamente dos años.
· es necesario dar mejor orientación en el ciclo
superior del bachillerato.
· es necesario utilizar adecuados métodos para
la investigación de aptitudes.
· es necesario disponer de gabinetes de orientación
y determinación de aptitudes para establecer el ingreso
a los cursos del magisterio.
· es necesario incluir materias que permitan el estudio
adecuado de la problemática educativa en un completo
marco socio-político-económico-cultural.
· es necesario profundizar el estudio de la Historia
y de la Geografía argentinas.
· es técnicamente desaconsejable fijar grupos
de dos horas semanales de clase.
· es necesario establecer criterios sobre utilización
del horario escolar a fin de superar la actual hora de clase,
de escasa e insuficiente duración en la mayoría
de los casos.
· debe lograrse una nueva orientación y un adecuado
enfoque de programas. Debe destacarse aquí que el elemento
más significativamente valioso del anteproyecto reside
en la proposición de enfoques verdaderamente modernos
para los contenidos de los programas.
Señor
Secretario de Estado:
Dada nuestra condición de integrantes de un equipo
técnico, consideramos que debemos ir más allá
de la respuesta dada al pedido de opinión que oportunamente
nos fue formulado. Debemos ir más allá del análisis
del anteproyecto remitido a Cátedra y Vida para señalar
que en cuanto se vincule con la formación de maestros
–formación cuya finalidad permanente y fundamental
es la promoción cultural del pueblo– no pueden
dejar de considerarse responsablemente los siguientes aspectos:
-
Por ser el magisterio primario un servicio social de ineludible
cumplimiento, a la vez que se exija al aspirante a graduarse
para ejercerlo una profunda capacitación técnica
y una ancha base cultural, debe asegurársele la posibilidad
de iniciar, a breve plazo de su egreso de la Escuela Normal,
el ejercicio profesional con carácter permanente, con
una remuneración adecuada como para satisfacer las
necesidades del hogar, que ya posee o que muy pronto formará,
y con una ubicación geográfica que no le exija
alejarse a distancia considerable del medio comunitario en
el que hasta el momento de su graduación se ha desarrollado
su vida.
-
Por ser el magisterio primario un servicio social de ineludible
cumplimiento, debe evitarse tanto el dispendio de esfuerzos
para formar maestros, que luego no podrán acceder al
ejercicio profesional como –por falta de correlación
entre las exigencias puestas a los aspirantes y los reales
beneficios personales que se ofrecen– poner a la República
ante la dura realidad de no poder atender escolarmente a la
niñez por carencia de maestros. Y a esta infeliz coyuntura
puede llegarse –con una inversión total del presente
panorama– si por aumentársele las exigencias
al aspirante a maestro, sin que a la vez se aseguren posibilidades
de concreción a sus expectativas, se produce una muy
previsible deserción –por habilitar para la enseñanza
media– permita un rápido ejercicio profesional,
ya que en este nivel todavía hay demanda de personal
superior a la oferta, y una inmediata posibilidad para realizarse
vocacionalmente.
Saludo
al señor Secretario de Estado con atenta consideración.
Prof. Luis Jorge Zanotti
Director del equipo docente
Cátedra y Vida
|
Los
contenidos de la formación docente
Publicado
en el Nº 75, mayo-junio 1969.
El
debate acerca de cuáles deben ser los contenidos de
la formación pedagógica o profesional del personal
docente nunca se ha encarado sobre bases de serenidad y objetividad.
Como sostuvimos en un artículo anterior (Cátedra
y Vida, Nº 76), las discusiones –rara vez abiertas
o francas– oscilan generalmente entre posturas extremas,
que por un lado niegan todo valor a cualquier estudio de esta
naturaleza y por otro quisieran que los futuros docentes dedicaran
casi la totalidad de sus horas a los contenidos pedagógicos.
Un
ejemplo bastante claro de esta situación se da en un
ámbito que no es muy conocido como centro de discusiones
en torno del tema: la Universidad. Allí, desde hace
algún tiempo, se difunde la convicción de que
es indispensable una "formación docente"
o "pedagógica" para quienes deseen ejercer
la cátedra universitaria. Es decir, ha comenzado a
cambiar la vieja imagen del "profesor" elaborada
exclusivamente sobre la base del máximo caudal de "saber"
en la especialidad respectiva, o, en todo caso, forjada, además,
sobre una capacidad didáctica empíricamente
obtenida. Pocos son quienes se atreven en la actualidad a
negar expresamente la necesidad de esta formación pedagógica,
pero los problemas surgen cuando se intenta establecer los
cursos pedagógicos o de formación docente. Porque
entonces sucede, casi invariablemente, que la mayoría
de los asistentes alega su ineficacia o inutilidad, aunque
en buena medida esto ha comenzado a variar en los últimos
tiempos, y precisamente porque muchos de esos cursos han abandonado
líneas que podríamos llamar clásicas
o tradicionales en lo pedagógico.
En
síntesis: lo que queremos decir es que no basta declarar
la necesidad de otorgar a los futuros docentes –de cualquier
nivel, desde el jardín de infantes a la Universidad–
una buena formación pedagógica. Es indispensable
aclarar qué quiere decir ello, cuáles son los
contenidos de esa formación pedagógica, qué
es lo que debe "saber" para su labor profesional
el futuro docente o qué tipo de práctica o entrenamiento
debe haber recibido.
Procuraremos
dar, ahora, una opinión personal con respecto a los
contenidos pedagógicos fundamentales que se deben considerar
indispensables para la formación de los docentes de
todos los niveles escolares hasta la Universidad, excluida
esta. Quizá es obvio explicar –pero a pesar de
ello lo hacemos– que las proposiciones que siguen tienen
solamente la pretensión de constituir un elemento de
trabajo para una elaboración más amplia y exhaustiva.
Casi
no hay discusiones con referencia a la necesidad de que la
formación profesional docente incluya sólidos
conocimientos psicológicos, y creemos que sería
innecesario abundar en argumentos para sostener esa posición.
Pero en cambio se debe señalar que de esa aceptación
unánime se suele pasar a una grave exageración
que lleva a pretender que los maestros o profesores reciban
una formación psicológica que prácticamente
correspondería a especialistas en psicología.
Por otra parte, es común seguir un tipo de razonamiento
que parte de la necesidad de estudiar el todo para comprender
las partes, de entender los puntos previos para dominar los
que en orden lógico le siguen y esto puede parecer
razonable a primera vista, pero aplicado con rigor extremo
lleva a la conclusión de que para estudiar cualquier
tema de psicología de la adolescencia es indispensable
seguir la carrera completa de psicología. Por otra
parte, suele pretenderse también que los futuros docentes
manejen técnicas de laboratorio o conozcan experiencias
prácticas de carácter psicológico que
son propias de los candidatos a las orientaciones psicopedagógicas
y de ninguna manera corresponden a los maestros o profesores.
Con lo cual, además, se corre el gravísimo peligro
de ilusionar a un estudiante de profesorado o de magisterio
y hacerle creer que con un par de clases y una práctica
aislada está ya en condiciones de aplicar e interpretar
toda clase de pruebas psicológicas.
Entendemos,
por lo tanto, que la formación pedagógica debe
incluir un curso anual de psicología general y otro,
también anual, de psicología evolutiva, especializada
en la edad que corresponda al tipo de docente de que se trate.
Deben considerarse solamente los temas básicos de una
y otra cosa, pero tratados en profundidad y a la luz de unas
pocas –muy pocas– pero esenciales referencias
bibliográficas. No queremos entrar ahora en detalles
excesivos, pero creemos que existen tres o cuatro obras fundamentales
en esos campos, cuyo conocimiento cabal y comprensión
clara es suficiente y puede suplantar con ventaja a largas
horas de clase y, por supuesto, a tantos y tantos "apuntes"
de dudosa calidad.
Desde
el punto de vista de lo que suele englobarse con la denominación
corriente de "Didáctica", entendemos que
basta un curso anual que considere básicamente dos
temas: teorías del aprendizaje y principios fundamentales
de la evaluación. La metodología debiera ser
muy parecida a la que señalamos para los estudios psicológicos.
A
nuestro juicio, no deben dedicarse cursos a los principios
generales ni especiales del "método" en la
enseñanza. En cambio, debe darse un buen curso anual
de Lógica. El profesor que tenga perfectamente comprendidos
los principios del razonamiento lógico, y además
domine con profundidad y claridad los principios esenciales
de su campo cultural, estará en condiciones de manejar
por sí –de crear por sí– los recursos
o los criterios metodológicos que necesita para su
labor docente.
A
lo dicho, debe añadirse un proceso paulatino –a
lo largo de los diversos años que comprenda la carrera
docente– de "entrenamiento" en la práctica
docente. Esta labor debe comenzar desde el primer año
de la carrera y nunca realizarse, como sucede hasta hoy en
los institutos de profesorado, a su término. Ante todo,
porque de esa manera los mismos estudiantes de la carrera
y sus profesores o las autoridades de los establecimientos
formativos, podrán descubrir con tiempo suficiente
para una adecuada reorientación vocacional, las aptitudes
ciertas con referencia a la labor profesional elegida. El
futuro docente, además, "vivirá" la
realidad de esa labor profesional desde un principio su ánimo
se empapará lenta pero hondamente de sus caracteres
y captará todos sus ángulos: tanto los oscuros
como los brillantes. Insistimos en lo que hemos sostenido
otras veces: esta "vivencia" de los ámbitos
escolares es lo que ha dado a las escuelas normales, a pesar
de notorias imperfecciones en lo doctrinario propiamente dicho,
una ventaja sustancial sobre todos los otros tipos de formación
docente conocidos en nuestro país. Desde el primer
año, el futuro docente deberá concurrir periódicamente
a establecimientos de enseñanza; "estar"
simplemente en ellos; observar la tarea que se cumple: la
de la dirección, la de los docentes, la del personal
de servicio. Estas observaciones deben dar margen, luego,
a conversaciones informales, a discusiones en grupo, a elaboraciones
conceptuales, a reflexiones personales. Todo ello bajo la
guía de un educador experimentado que no tiene necesariamente
que ser un especialista en Pedagogía, y aún
más bien conviene que se trate de un docente de larga
actuación y de probada capacidad. Antes de terminar
este primer año es factible pensar ya en prácticas
aisladas y en el segundo curso de la carrera comenzar con
estas en forma regular y metódica. Claro está
que entendemos la conveniencia de darles una organización
distinta de la que suele ser habitual, es decir, que nunca
se debe encargar "clases" aisladas, sino el desarrollo
de unidades temáticas suficientemente significativas
desde el punto de vista del contenido científico como
desde sus posibilidades de una labor pedagógica. (Debe
permitirse que el propio practicante tenga oportunidad de
evaluar el rendimiento de sus clases, para lo cual necesita,
imperiosamente, "cerrar" un tema y tener la posibilidad
de realizar algún proceso de comprobación y
de evaluación). Por último, creemos que, a pesar
de las dificultades de organización que esto supone,
es indispensable montar mecanismos que permitan en el último
año regular de estudios de la carrera docente o, preferentemente,
en un año ulterior especialmente dedicado a ello, una
labor de práctica docente intensiva en un establecimiento
escolar. Inclusive podría pensarse en una remuneración
modesta para esta especie de "practicante mayor"
(según una antigua terminología de los estudios
médicos) que cumpliría funciones variadas bajo
las órdenes de la dirección de la escuela y
debería ser evaluado conjuntamente por ella y el personal
del establecimiento formativo docente del cual provenga. Esta
evaluación debería constituir un elemento básico
en sus puntajes o valoraciones para la obtención definitiva
de su cargo docente ulterior.
Obsérvese,
pues, que lo propuesto consiste solamente en: dos cursos anuales
de Psicología (general y evolutiva); uno de Didáctica
(reducida a teorías del aprendizaje y principios de
evaluación); uno de Lógica y el proceso paulatino
de observación y práctica.
Es
verdad que faltan muchas cosas si pensamos en una formación
docente integral o que permita al egresado del instituto formativo
docente ocupar en el futuro cargos de dirección, de
supervisión o de gobierno escolar. Pero, a nuestro
juicio, estos otros aspectos deben ser logrados en etapas
ulteriores de perfeccionamiento, que habrán de seguir,
voluntariamente, los docentes en ejercicio o mediante reglamentaciones
especiales que les concedan licencias con sueldo para cursar
los estudios respectivos. No aceptamos que en nuestro tiempo
sea factible preparar a una persona para una labor con todos
los elementos formativos y de entrenamiento que aseguren su
eficaz desenvolvimiento –y mucho menos para funciones
jerarquizadas– por el resto de su vida. Por lo tanto,
la formación y los contenidos que proponemos deben
entenderse como los suficientes para tener la "base"
esencial de un docente que "comience" a trabajar
con un mínimo de capacitación y de eficiencia
y que esté en condiciones de proseguir, ininterrumpidamente,
su propia tarea de perfeccionamiento y de capacitación.
|
Los
contenidos pedagógicos en la formación docente
Publicado
en el Nº 76, julio-agosto de 1969.
Estamos
viviendo el proceso de cambio de los sistemas de formación
del magisterio primario, y presumiblemente también
de las modalidades de la formación docente para todos
los niveles escolares. Es oportuno, entonces, formular algunas
reflexiones acerca del papel que los estudios pedagógicos
cumplen en esos sistemas y modalidades. Es sabido que, ya
sea en alta voz, o en medio de conversaciones más o
menos reservadas, o, al fin, en la intimidad de las conciencias
cuando por cualquier motivo se prefiere evitar la exteriorización
del pensamiento, las materias pedagógicas suelen ser
mal vistas por los propios alumnos de las carreras docentes
y por los profesores que dictan otras asignaturas. En los
últimos años ha ganado terreno la tendencia
a intensificar estos contenidos, especialmente en los institutos
de profesorado, aunque no en todos.
Las
quejas o discusiones en torno del problema no han hecho, con
ello, sino aumentar..., pero cada vez que se proponen soluciones
para mejorar la formación docente se insiste en la
responsabilidad de este tipo de contenidos. La experiencia
demuestra, sin embargo, que haber aprobado determinado número
de cursos especializados en cuestiones pedagógicas
no es garantía de que se cuenta con un buen docente.
Cabe preguntar si esto se debe a la deficiente labor de los
profesores encargados de esos cursos o a la inutilidad intrínseca
de los mismos. Se trata de una cuestión muy importante
y que alguna vez debe ser discutida con franqueza y claridad.
No
sería posible, por supuesto, hacer en un breve artículo
una exposición que abarque la totalidad del campo que
en esa discusión habría que encarar. Intentaremos
solamente señalar los lineamientos principales por
los que será necesario transitar cuando llegue el momento
de esa labor.
Lo
primero será fijar los objetivos de los contenidos
pedagógicos. Esto es obvio, lo sabemos, pero no está
hecho. Los profesores que dictan Pedagogía, Didáctica,
Psicología o Historia de la Educación en las
escuelas normales o en los institutos de profesorado no están
en posesión de objetivos claros y operativamente utilizables
con respecto a la tarea que desempeñan. Cada uno de
ellos, por lo tanto, cumple esa tarea como cree honestamente
que debe hacerlo. Esto se advierte con mucha más intensidad
en los institutos de profesorado y en los cursos de profesorado
de las universidades, porque allí la tradicional libertad
académica para la redacción de programas –tan
conveniente desde otros puntos de vista– provoca disparidades
muy acentuadas y revela que la falta de coincidencia con respecto
a los objetivos llega a extremos notables.
Suele
ocurrir que los docentes que tienen a su cargo las materias
pedagógicas sean egresados de las secciones de Pedagogía
o de Ciencia de la Educación de universidades o institutos
de profesorado. Entonces –como es tradicional que ocurra
en la vida docente– dictan sus cátedras en forma
aproximadamente similar a cómo ellos las han conocido.
De esa manera olvidan algo muy importante: que ellos estudiaron
"esas" materias como parte de una formación
especializada en ciencias de la educación, como preparación
necesaria para futuros pedagogos –si se admite el término–
o para hacer posible sus ulteriores tareas de investigación
y de elaboraciones doctrinarias en el campo educativo. Pero
los alumnos a quienes ahora imparten lecciones de dichas materias
no son sino aspirantes a "docentes", es decir, a
educadores profesionales que requieren una cierta formación
y capacitación de carácter "instrumental"
y operativo, para desempeñar correctamente una tarea
docente.
No
se trata de enseñar Pedagogía a futuros pedagogos,
ni Psicología o Psicopedagogía a futuros jefes
de gabinetes psicopedagógicos, ni Historia de la Educación
a futuros investigadores, ni Didáctica a futuros especialistas
en Teoría del Aprendizaje. Hace falta, entonces otro
enfoque de estos contenidos y no es habitual que se tengan
en cuenta estas diferencias para efectuar el replanteo con
que las materias pedagógicas deben encararse.
Todo
esto nos conduce a la consideración de otro de los
puntos críticos del problema: ¿se trata, entonces,
de evitar los denominados enfoques "teóricos"
de las materias pedagógicas, presuntamente culpables
de resultados aparentemente escasos y reemplazarlos por matices
decididamente "prácticos"? A nuestro juicio,
no se trata de nada de eso. Por el contrario, entendemos que
el planteo hecho en esos términos padece errores sustanciales
que lo invalidan completamente. Ante todo, porque –como
lo hemos afirmado en otras oportunidades– no admitimos
una dicotomía esencial entre el saber teórico
y el hacer. No es posible que una teoría sea inútil
para la acción, salvo que sea una mala o errónea
teoría. Mantenemos nuestra convicción de que
la teoría –es decir, el saber teórico
conceptualmente válido y sólido– es la
llave maestra de la acción y no se puede disociar una
cosa de la otra. En momentos en que la formación de
cierto tipo de profesiones técnicas de modesto nivel
están exigiendo cada día con mayor intensidad
una amplia base de formación teórica general
–que no otra cosa es la formación básica
en matemática, en ciencias exactas o en medios de expresión–
no sería posible pensar en una formación docente
reducida a recetas empíricas más o menos afortunadas,
de tal modo que el maestro o el profesor fueran algo así
como unos buenos prácticos hechos exclusivamente sobre
la base de elementalísimas fórmulas de acción
directa. El dilema entre lo teórico y lo práctico
en las materias pedagógicas se da cuando los profesores
de las diferentes asignaturas de ese carácter y la
estructura general del establecimiento formativo docente –escuela
normal, instituto de profesorado o universidad– no están
en condiciones de mostrar el enlace entre una cosa y la otra,
y las lecciones de unos y la organización de los otros
no permiten comprender las relaciones que necesariamente deben
existir entre las exposiciones doctrinarias del "saber
pedagógico" y la realidad del "quehacer docente".
En
las viejas escuelas normales esta dicotomía ha sido
siempre considerablemente reducida por una estructura vital
que impidió sus mayores excesos y allí ha residido,
hasta hoy, el secreto que explica que, a pesar de tantas deficiencias
en el plano formativo pedagógico y en los aspectos
científicos o culturales, no han faltado algunos egresados
con un mínimo de capacidad, siquiera, para comenzar
un buen aprendizaje docente apenas daban sus primeros pasos
en la profesión. Pero el problema se acentúa
notablemente en los institutos de profesorado y llega a su
punto crítico en los ámbitos universitarios.
En las facultades de Humanidades o de Filosofía y Letras
–que son las casas de estudio que comparten con los
institutos de profesorado la responsabilidad de proveer los
cuadros humanos de la enseñanza media, en general–
las materias pedagógicas para los profesores en Letras,
Historia, Filosofía o Geografía suelen ser dictadas
en los mismos cursos que corresponden a esos contenidos en
las carreras de Ciencias de la Educación, con lo cual
el error que denunciamos al principio toma carácter
institucional.
Hay
otro fenómeno que se está dando con mucha frecuencia
en nuestro país en los años actuales: es la
creencia en que la mejor preparación docente se ha
de basar en una gran amplitud de contenidos pedagógicos.
Esto nos está llevando a lo que podría denominarse
un "pedagogismo" excesivo. No se trata de aumentar
los cursos de Pedagogía o de Didáctica, o de
Psicología o de Organización y Administración
Escolar, porque la multiplicación de asignaturas y
del número de cursos de cada una de ellas termina por
conducir a la superposición de temas, a la repetición
de ciertos puntos y –a menudo– al desarrollo de
los mismos conceptos bajo denominaciones diferentes. Las ciencias
de la educación o el saber pedagógico no constituyen,
por otra parte, un bagaje doctrinario o científico
tan ampliamente desarrollado todavía como para justificar
ese exceso de cursos y de materias de nombre diferente. Lo
importante es seleccionar cuidadosamente unos cuantos contenidos
fundamentales dentro de cada área principal de las
que conforman el saber pedagógico necesario para un
docente y ocuparse de que esos aspectos queden perfectamente
comprendidos y relacionados con la tarea docente que habrá
de cumplirse en el futuro.
Una
cabal comprensión de ciertos procesos fundamentales
del proceso lógico del razonamiento; una buena formación
científica en el campo que corresponda; y unas pocas,
pero sustanciales lecciones sobre teoría del aprendizaje
y de psicología de la inteligencia bastan, por ejemplo,
para que el futuro docente sea capaz de desenvolver la metodología
o los esquemas de acción didácticos más
convenientes para cada ocasión.
Nuestros
razonamientos están muy lejos de intentar alentar a
quienes todavía postulan –a menudo sin atreverse
a confesarlo públicamente– que las materias pedagógicas,
en general, de nada sirven y anhelan que los futuros docentes
se limiten a prepararse exhaustivamente dentro de la esfera
especializada del saber correspondiente al área en
que deberán desempeñarse, cuando se trata de
profesores para la escuela media. Pero entendemos que, salvo
excepciones, nos estamos moviendo dentro de un tipo de discusión
que no escucha argumentos y parte de principios extremistas.
En las universidades y en los institutos de profesorado, la
mayoría de los profesores que integran las secciones
o carreras propias de cada área del saber, se inclinan
casi siempre por el criterio de que las materias pedagógicas,
sin excepción, son una estéril pérdida
de tiempo. Los responsables de estas materias, a su vez suelen
plantear constantemente exigencias de mayor dedicación
a esos contenidos, sin atender las dificultades curriculares
legítimas que ello provoca y sin detenerse, previamente,
a fijar claramente los objetivos de tales contenidos ni a
evaluar los resultados que con ellos se obtienen, a la luz
de la experiencia. La mayoría de los planes y proyectos
de reforma de los estudios del magisterio que circulan, actualmente
–ya sea de origen oficial (nacional o provincial) o
debidos a iniciativas particulares– padecen, a nuestro
juicio, del pecado de "pedagogismo", que hemos señalado.
En
síntesis: frente a las etapas próximas que decidirán
las formas y sistemas más apropiados para la formación
de los docentes argentinos, resulta indispensable una toma
de conciencia del problema que, en sus trazos más gruesos,
dejamos planteado*. La solución no puede llegar por
la vía de las reflexiones de una sola persona ni por
obra de los especialistas en Pedagogía únicamente.
Es indispensable una reflexión conjunta de todos los
que tienen que ver con la cuestión, pero, sobre todo,
es indispensable partir de posiciones libres de prejuicios,
no de convicciones previamente afirmadas y que no estén
dispuestas al análisis y a la reelaboración.
Pero desde el punto de vista de lo que puede sostener la Pedagogía
o las ciencias de la educación, entendemos que convendrá
tener presente que existe actualmente mucha hojarasca que
podría fácilmente eliminarse si nos ponemos
honradamente a la tarea.
|
|