Capitulo I
El renovado ideal de
la escuela común
Si bien el concepto de escuela común tiene una antigüedad
que excede los cien años, la eclosión concreta
de ese ideal, su realización en los hechos, fue un
fenómeno social que se pudo concretar aproximadamente
hace un siglo. Entre 1860 y 1870 el viejo ideal de la escuela
común, que desde fines del siglo XVIII venía
agitándose en la mente de los pensadores, comenzó
a hacerse realidad. Han transcurrido, pues, más de
cien años. ¿Con qué nos encontramos hoy
y qué queda de ese ideal si es que queda algo?
En la historia de la humanidad se han manejado una y otra
vez lo que llamo los “ideales redentores”. Cada
tanto el hombre, la humanidad, siente la necesidad de su salvación
cristiana, tenemos ahí un punto de partida raigal.
El cristianismo es la religión que tiene como epicentro
de su postura el llamado a la salvación. Cristo viene
a la tierra a salvar al hombre del pecado original. Viene
a hacer un llamado a su redención moral y a ayudarlo
al tránsito hacia la salvación eterna. El cristianismo
es la religión de la redención. El pasaje del
Evangelio según San Juan en el cual Cristo se encuentra
con Nicodemo, simboliza básicamente esta idea. Le pide
a Nicodemo que tiene que nacer de lo alto, que tiene que nacer
del espíritu. Nicodemo no entiende y le pregunta: ¿Cómo
es posible, Maestro, nacer de nuevo? ¿Cómo,
habiendo nacido, tengo que nacer de nuevo? Jesús le
explica nuevamente que el que no naciere del espíritu,
el no naciere de lo alto, no será salvado. Nacer de
nuevo quiere decir: hay que recrear al hombre nuevo sobre
el hombre viejo. El hombre viejo es el hombre que ha nacido
con el pecado original; el hombre nuevo es el que redime del
pecado y va hacia la salvación.
Cinco siglos atrás, en la historia de la civilización
occidental, Sócrates también se proponía
redimir a sus conciudadanos atenienses de otro pecado: el
pecado de la ignorancia, el pecado de no saber. Hay toda una
escuela que ha señalado y señala el sentido
de alguna medida religioso de la figura de Sócrates.
Sócrates ve a la ignorancia como la fuente del mal.
El hombre que procede mal es aquel que no conoce el bien.
¿Cómo ha de proceder mal el hombre que conoce
el bien? Es la confianza en que la razón rectamente
aplicada conducirá al hombre por el camino del bien.
Sólo procede mal el hombre que ignora el bien. Aquel
que conoce la verdad, no puede proceder mal. La ignorancia
es la fuente del mal, por lo tanto el saber es la redención
del hombre del pecado de la ignorancia. Y todo el proceso
metodológico de Sócrates, su famosa mayéutica,
parte de un momento de purificación interior, el momento
en el cual Sócrates revela al discípulo que
creía saber que no sabe. Cuando el discípulo
descubre que no sabe, ha liberado su espíritu, lo ha
purificado. Hay una catarsis purificadora y entonces este
espíritu, liberado de la ignorancia, purificado, se
siente impulsado necesariamente a la adquisición del
saber.
Cuando el discípulo descubre que no sabe, cuando
descubre que es ignorante, se siente necesariamente impulsado
a saber, porque el hombre no resiste la conciencia de la ignorancia.
Necesita purificarse y entonces parte en búsqueda del
saber. Este es el ideal del racionalismo socrático.
El hombre será purificado y será redimido de
la ignorancia por el saber.
Muchos siglos después, el Iluminismo y la Ilustración,
en los siglos XVII y XVIII, renuevan el ideal socrático.
El Iluminismo y la Ilustración son movimientos que
también ponen su fe redentora en el saber, en que las
luces de la razón guiarán al hombre por el camino
del bien y que mediante la ilustración, mediante el
saber, los hombres dejarán de practicar el mal, se
comportarán mejor y se perfeccionarán a sí
mismos en todo sentido. El Iluminismo y la Ilustración
son renovaciones del ideal socrático.
Pero hay, más adelante, otro movimiento redentorista.
Es de carácter político y social. Ya no se trata
de una intención de salvación del hombre desde
el punto de vista individual o personal. No se trata sólo
de que le hombre sea redimido del pecado. No se trata sólo
que los hombres, individualmente considerados, descubran la
conciencia de su ignorancia y vayan hacia el saber. Se trata
de algo más. Se trata de algo más. Se trata
de poder lograr una redención concreta de los hombres,
de la sociedad, de la injusticia que representa la tiranía,
la miseria o la condena espantosa de no poder desarrollar
las propias capacidades, de no tener la oportunidad del despliegue
de todas las potencias de que el hombre ha sido provisto.
Esto es una injusticia: que la criatura humana, criatura divina
llamada a la salvación, se encuentre oprimida por condiciones
sociales, por circunstancias políticas y económicas
inclusive, que le impidan el despliegue de esas posibilidades.
Se trata de redimir al hombre de la opresión de los
tiranos. Se trata de redimir al hombre al hombre de la miseria.
Entonces, este es el otro movimiento redentor que proponen
y piden los movimientos sociales y políticos del siglo
XVIII y del siglo XIX y que proponen el ideal político
y social de la democracia. Porque, en última instancia,
los movimientos republicanos y democráticos que en
el siglo XIX estructuran las instituciones del estado de derecho
y redactan constituciones y estatutos, son movimientos que
tienden a rodear al hombre de una armazón que lo proteja
precisamente de la tiranía y de la injusticia y de
la condena de no poder desarrollar sus propias capacidades.
Las constituciones, son estatutos, –la constitución
en el caso argentino inclusive–, son marcos jurídicos,
representan el estado de derecho que se autolimita para que
el hombre sea protegido de los despotismos, de la desigualdad
y de la falta de oportunidad de desarrollar sus propias capacidades.
Cuando una constitución dice, por ejemplo, que no reconoce
prerrogativas de sangre ni de nacimiento y que todos los hombres
son iguales ante la ley y admisibles en los empleos sin más
condición que la idoneidad, está proclamado
este ideal de redención de la miseria y de la opresión
de las capacidades. Y cuando dice que las acciones privadas
de los hombres están exentas de la autoridad de los
magistrados y reservadas sólo a Dios, también
está protegiendo al hombre contra las tiranías
y está tratando de darle su oportunidad. Esta es la
redención que pide la democracia, la república
como movimiento social y político.
Todos estos movimientos redentoristas, de un modo u otro,
se conjugan en el ideal de la educación para todos,
de la escuela par todos. Es el ideal de la escuela común.
La escuela común es un ideal que no surge de pedagogos
o de educadores. Es un ideal político y social de fundamentos
filosóficos y políticos. No es un movimiento
pedagógico. Es un fenómeno político y
social. Nace de estas entrañas el ideal de la escuela.
Comienza a levantarse a fines del siglo XVIII, se despliega
a lo largo del siglo XIX y en la segunda mitad del siglo XIX
se concreta en la realidad, se concreta en la práctica
con la extensión de los establecimientos educativos
que se alzan con el nombre de escuela común. ¿Y
por qué común? ¿Qué significa
este adjetivo de “común”?
Significa, primero, que es para todos. Ese es el punto de
partida político y social de la democracia y de república.
Es una escuela para todos, no para unos cuantos, sino para
todos. Y alguna vez tendremos que señalar lo que representa
la audacia el haber pensado en aquel momento una escuela para
todos. Volveremos sobre ello dentro de poco. Pero, además,
es una escuela igual para todos. Este es el otro punto de
partida. Debe ser una escuela donde todos encuentren la misma
la misma fuente nutricia, porque allí estará
la raíz de la posibilidad de despliegue de las oportunidades.
Todos deben ser provistos de una igualdad de instrucción,
porque si todos los hombres han nacido iguales y si todos
los hombres tienen la dignidad de persona, todos los hombres
deben tener la oportunidad del despliegue de todas las potencialidades
de que el Creador los ha dotado sin más cortapisa que
las que su propia voluntad, su propia virtud, les permita
alcanzar.
Es, también una escuela que se concibe necesaria
para todos. Además de ser para todos y de ser igual
para todos, es necesaria. Todos la necesitan. Esta idea encierra
algo muy profundo: no se trata sólo de que todos puedan
acceder a ella sino que les es necesario; es un alimento indispensable
para todos que la humanidad no tiene derecho a negar a nadie.
Es, por lo tanto, un derecho de todos y es un deber de todos.
Inclusive, significa que no hay derecho a negarse a este deber.
Algo así como el derecho y el deber de voto. Por la
misma razón que las repúblicas consideran que
el votar para elegir las autoridades es un derecho pero además
un deber, también se considera que la instrucción
es un derecho y un deber.
Y por sobre todo, es una escuela que tiene que ser igualitaria.
Quiero decir: colaboradora en la obra de esa igualdad de oportunidades
porque si no, el artículo de la Constitución
que dice que todos los hombres son admisibles en los empleos
sin otra condición que la idoneidad y que no se admiten
prerrogativas de sangre ni de nacimiento, quedaría
como una abstracción sin realidad concreta.
Para completar este artículo, para hacerlo realidad,
nace la escuela común, para que entonces los hombres
tengan la oportunidad del despliegue de sus posibilidades.
Es colaboradora en la obra de una doble redención:
de sí mismo en el sentido cristiano y socrático
de la palabra (la redención del pecado y la redención
de la ignorancia) y la redención el carácter
político, social y hasta económico, porque eso
inclusive se encuentra textualmente escrito en las proclamas,
en los derechos, en las leyes que sobre la necesidad y la
conveniencia de la instrucción elemental para todos
encontramos escritas ya a fines del siglo XIX y que en el
caso español y argentino encontramos textualmente en
disposiciones de Carlos III por ejemplo, retomadas en nuestro
país, como saben los estudiosos de la historia de la
educación, por el obispo Fray José Antonio de
San Alberto, la obra del Gobernador Sobremonte en Córdoba,
y en las páginas de Manuel Belgrano, en sus Memorias
como secretario del Real Consulado. También en ese
orden se considera que esta escuela es la posibilidad de la
liberación de la miseria, de la opresión, de
la tiranía de la ignorancia.
Escuela igualitaria, escuela liberadora, escuela común.
He aquí el gran ideal.
¿Y cuáles son los contenidos que se consideran
propios de esta escuela común? El primero, el instrumento
magno, el alfabeto. El hombre ha recorrido un camino gigantesco,
desde los primeros atisbos de un lenguaje escrito, desde que
aparecen las primeras formas del lenguaje escrito y comienza
a asentarse el alfabeto en tablillas, tablillas de cera, tablillas
de madera, en rollos, en papiros, hasta que en el Renacimiento,
con la imprenta y el papel barato, aparece una gran revolución
tecnológica de la imprenta. Comenzamos a vivir lo que
se ha dado en llamar ahora, diciendo que quizá está
en su final, aunque eso es otro tema, la galaxia de Gutenberg.
La imprenta es la más extraordinaria de las revoluciones
tecnológicas de la Edad Media. El poder de la imprenta
todavía quizás está por descubrirse,
porque un poco deslumbrados por otros grandes avances tecnológicos
quizás no lo hemos tomado suficientemente en cuenta.
El libro es una revolución tecnológica. El libro
barato, el libro accesible, el libro que se puede multiplicar
rápidamente hacia todas partes; la imprenta, el papel
barato, los tipos móviles, el descubrimiento de Gutenberg
transforma a la humanidad. Es realmente una epopeya a la cual
todavía no se le ha rendido homenaje bastante, la que
comenzaron a transitar los hombres del siglo XIX: alfabetizar
a la universalidad de la población. Pensemos lo que
esto significa. Ubiquémonos a mediados del siglo XIX,
cuando la gran mayoría de la humanidad, la inmensa
mayoría de la humanidad era analfabeta. Había
que largarse a la tarea de la alfabetización; lograr
que todos los hombres aprendieran a leer y escribir. Es realmente
conmovedor. La humanidad, la historia, todavía no ha
rendido el homenaje necesario a esta gesta, más difícil,
más costosa aún que la conquista de grandes
imperios. Pienso que es una tarea que en sus dimensiones materiales,
concretas, en la cantidad de gente que necesitó, en
la cantidad de establecimientos que hubo de montar, en las
organizaciones que hubo que establecer, en los profesionales
que hubo que preparar, es superior y no equivalente a las
gestas de los caminos y los acueductos y las conquistas que
hicieron los romanos por todo el orbe conocido entonces, y
a las conquistas y a las tareas materiales que grandes imperios
lograron en su tiempo.
Hubo que largarse por todos los caminos de la humanidad,
por todas las aldeas, por todos los poblados; en todas partes
montar una escuelita pequeña o grande, miserable quizás
en sus instalaciones, formar maestros, llevarlos, desparramarlos
por todas partes para lograr que toda la humanidad se alfabetizara,
llegar al dominio de este instrumento cultural y de comunicación
que es el alfabeto. Ahora nos parece que es natural, que es
lógico que todos los hombres sepan leer y escribir.
Pero hace apenas ciento veinte años atrás la
inmensa mayoría de la humanidad no sabía leer
y escribir y en corto tiempo muchos países lograron
que grandes masas de la población llegaran a conseguir
el dominio de un instrumento fundamental como es el alfabeto.
El alfabeto concebido como una llave maestra para el proceso
que ahora llamamos la educación continua. Nosotros
creemos que hemos descubierto la educación continua
porque hemos descubierto un nombre para ese proceso. Pero
los hombres que crearon el ideal de la escuela común
y montaron la escuela común sabían que estaban
manejando un concepto de educación continua. Porque
ellos sabían que en la escuela ponían a los
hombres en condiciones de manejar este instrumento y con él
iban a seguir adelante luego por medio del libro, por medio
de la biblioteca pública, por medio de la prensa escrita,
que eran los grandes instrumentos de la educación continua
tal como en el siglo XIX se los pensó. Por eso son
los mismos hombres que crean las leyes de educación
común los que crean en nuestro país la ley de
bibliotecas populares. Por eso las leyes de educación
común en nuestro país terminan con disposiciones
sobre bibliotecas escolares y bibliotecas públicas.
Por eso el ideal de la escuela común va junto con el
ideal del libro y con el ideal de la prensa. Y por eso en
nuestro país son los mismos hombres políticos
que levantan los ideales de educación común
los que levantan también los ideales del periodismo
libre y se lanzan simultáneamente a la tarea del periodismo,
de la política y de la fundación de escuelas.
El alfabeto es el gran instrumento y el gran contenido de
la escuela común. Hay un segundo gran instrumento:
el saber matemático elemental, las cuatro operaciones.
Es el otro contenido esencial. Es un lenguaje de otra naturaleza:
el lenguaje matemático, el que permite introducirse
en otros contenidos de saber, el que permite otros desarrollos
mentales y otros desenvolvimientos en el marco social. Todos
tienen que manejarlo. Es el famoso ideal dicho en el viejo
aforismo de leer, escribir y sacar cuentas, que a veces se
ha señalado con algún dejo despectivo sobre
el sentido y los objetivos de la escuela común, pero
que debidamente pensado es un altísimo ideal. Hay también
una ciencia elemental, elementos de naturaleza científica.
Volvemos a la posición de Sócrates: la redención
del hombre de la ignorancia. El Iluminismo lo decía:
Los hombres tienen el terror de los fenómenos de la
naturaleza porque no saben lo que son. Cuando sepan de dónde
viene el rayo, por qué la noche sigue al día,
por qué las estaciones y las lluvias, el hombre perderá
esos terrores primitivos frente a la naturaleza. La ciencia
es también liberadora. Historia, geografía,
instrucción cívica, éstos son los ideales
políticos conjugados con el saber y los ideales cívicos
y políticos. Junto con el ideal republicano, democrático
y de la formación de las nacionalidades, van los contenidos
de la historia nacional, de la geografía nacional,
de la instrucción cívica. En nuestras leyes
escolares hay un solo texto que puede ser exigido obligatoriamente
a los alumnos de las escuelas primarias comunes, aparte del
libro de lectura, y es la Constitución Nacional. Así
está escrito desde el siglo pasado en las disposiciones
y en los reglamentos.
Todos estos son los contenidos de la escuela común.
Llegamos entonces, a la pregunta central. ¿Tienen vigencia,
o siquiera alguna vigencia, estos ideales o esta concepción,
hoy? Y si la respuesta fuera afirmativa, ¿cuáles
serían los contenidos de la escuela común? Tengo
mi respuesta para la primera pregunta: si tienen vigencia
o siquiera alguna vigencia estos ideales o esta concepción
de la escuela común, hoy, un siglo después.
Mi respuesta es ésta: ese ideal redentor o la misión
redentora de la educación sigue siendo verdad hoy como
hace veintiocho siglos. Hubo sin embargo, a lo largo de este
tiempo, algunos errores de los que creo que hoy debemos liberarnos:
el error del Iluminismo y de la Ilustración, obviamente
agravados por el Positivismo del XIX, fue suponer que para
esa redención y liberación bastaba el saber
o la razón. No. No es la ciencia, no es el saber, no
es la razón lo que basta esta liberación ni
para esta redención del hombre del pecado de la ignorancia,
de la miseria, de la tiranía, del despotismo. No basta
conocer y saber qué dice la Constitución para
vivir en una república. Porque el hombre es algo más
que razón.
Hubo también un error dialéctico o una reacción
consiguiente del mismo cristianismo en el siglo XIX y aún
hasta hoy, suponiendo que a veces basta el llamado a la redención
de sí mismo a la vida eterna. La redención del
alma por la gracia siempre es necesaria; quiero decir: la
gracia siempre es necesaria para salvarse, y a veces puede
ser suficiente. La redención por la razón nunca
puede ser suficiente, salvo en los santos o en los elegidos.
Quiero decir: los santos o los elegidos pueden salvarse sólo
por la gracia pero, salvo ellos, el hombre necesita también
de la razón y necesita también del saber. Y
la redención por la razón, por el saber, por
la instrucción, desde el punto de vista político
y social, siempre es necesaria. No hay liberación y
salvación de la tiranía, de la opresión,
de la miseria, desde el punto de vista político y social,
si no hay también un movimiento de ilustración,
de saber. Puede haber salvación, religiosamente hablando,
desde el punto de vista individual, sólo por la gracia
y aún sin el esfuerzo de la razón. Pero social
y políticamente hablando, los pueblos, las sociedades,
necesitan de la ilustración. Desde el punto de vista
político y social, el ideal redentor exige la salvación
del alma y la salvación concreta, es decir encarnada
en el mundo de la tiranía, de la miseria, de la imposibilidad
del despliegue de las capacidades personales. Y esto exige
también una educación común hoy como
hace cien años. Por lo tanto entiendo que el ideal
de la educación común sigue teniendo vigencia
de ahora en más, pero seguramente, ahora, en esta década
de los 80, ese ideal no es lo mismo que la escuela común
en 1880 y mucho menos no es lo mismo en materia de contenidos
de esa escuela común. Por lo tanto, la segunda parte
de nuestra exposición intentará señalar
cómo debe ser la escuela común del siglo XXI
y cuáles deben ser sus contenidos propios.
El criterio fundamental o concepto fundamental del cual
debemos partir para estructurar un plan de contenidos mínimos
de la escuela común de hoy, es el de insistir en el
concepto de escuela para una educación continua. Es
decir, el famoso mínimum de instrucción obligatoria
en el siglo XIX se pudo resumir con estas palabras, según
expliqué: leer, escribir y sacar cuentas, más
historia, geografía nacional e instrucción cívica,
más quizá, doctrina cristiana. Lo de “quizá”
lo digo porque la duda se hallaba dentro de la concepción
que en la época regía. Ahora bien: la escuela,
hoy, debe mantener esos contenidos, sí, pero no debe
ya intentar obtener en gran medida lo que antes se suponía
que era un producto acabado. Yo insisto mucho en esto como
distinción conceptual de fondo para entender la educación
continua.
El concepto de producto acabado literalmente hablando, se
refiere a un producto que sirve para una sola cosa: para ser
o hacer algo definido y nada más. Un magnífico
encendedor electrónico para encender una cocina a gas
es una maravilla de la técnica pero sirve nada más
que para una cosa: para encender las hornallas de una cocina
a gas; nada más que para eso. En cambio, un fósforo
sirve para muchas cosas diferentes. No es un producto tan
maravillosamente elaborado, pero el fósforo sirve para
muchísimas cosas para lo que no sirve un encendedor
electrónico para encender la hornalla de la cocina
a gas. Lo que intenta lograr la industria actual son productos
llamados modulares o pre-elaborados; es decir, productos listos
para... ¿para qué? bueno, para muchas cosas,
por supuesto dentro de un cierto margen. No pretendo un producto
que me sirva para sentarme y a la vez para practicar caza
submarina, pero sí un producto que me sirva hoy para
silla de comedor, mañana a lo mejor con una leve transformación
para otro uso que yo necesite en mi casa. La educación
hoy debe dar productos no acabados, sino productos listos
para... listos para continuar. En consecuencia, el viejo contenido
propio de la escuela común, leer, escribir, sacar cuentas,
historia y geografía nacional, instrucción cívica,
doctrina cristiana, sí, también; el alfabeto
sigue siendo un contenido esencial, es cierto, pero esencialmente
para seguir adelante. Alfabeto para seguir leyendo, para poder
seguir leyendo. Matemática para poder seguir aprendiendo
más matemática. Instrucción Cívica
para poder aprender más Instrucción Cívica.
Yo a veces pienso (haciendo una crítica muy ligera,
muy poco elaborada, muy poco académica) si la escuela
primaria argentina, por ejemplo, no logró algunos resultados
quizás con un exceso de perfección. Porque,
por ejemplo, enseñó Historia argentina quizá
demasiado bien, porque la inmensa mayoría de los habitantes
de la Argentina lo que saben de historia argentina es lo que
aprendieron en la escuela primaria. Si hiciéramos rápidamente
un test y tomáramos universitarios, (excepto los egresados
de una carrera de Historia, por cierto), o personas de formación
terciaria e hiciéramos un rápido muestreo con
preguntas de Historia argentina, veríamos que lo que
saben, en su mayoría, es esencialmente lo que aprendieron
en la escuela primaria. Pero esto tiene un riesgo: que la
historia argentina, para los habitantes de la Argentina, tiene
siempre un tonito de puerilidad, de recuerdo de infancia,
de cosita de escuela primaria, de cosa de chicos, de cosa
de nenes, de festejo del 25 de Mayo con nenitos disfrazados
de granaderos, por ejemplo. Cuando en mi cátedra de
la Facultad de Filosofía y Letras debía introducir
a los alumnos de política educacional en temas de la
historia política argentina, indispensable para el
conocimiento del tema, advertía, al llegar al Cabildo
abierto del 22 de Mayo y citar la famosa respuesta de Paso
al fiscal Villota, que debía previamente hacer una
introducción para ubicar un tema de máxima trascendencia
y de máxima jerarquía universitaria. Porque
si se habla de Cabildo del 22 de Mayo renace una vivencia
de carácter infantil. En consecuencia, el problema
es lograr que la formación de estos contenidos instrumentales
sea para seguir con ellos. Es decir, yo diría que el
éxito se alcanzará cuando esa historia que se
aprende en la escuela primaria sirva para que se siga aprendiendo
historia y para que a uno se le despierten apetencias de ir
a los libros de historia. Y lo mismo pasa con el alfabeto,
con la lectura, con la instrucción cívica, con
la ciencia elemental. Por cierto que ha habido ilustres pedagogos
y maestros en nuestro medio que así lo propusieron
y lucharon porque así se hiciera. No pretendo decir
que lo estoy descubriendo yo o lo estamos descubriendo nosotros,
pero sí que ésta es la necesidad fundamental
de la hora. Hay otro contenido que ahora es fundamental para
la escuela común. ¿De qué se trata? Se
trata de ese tercer modo de trasmitir el pensamiento y de
almacenar la información, que es nada más y
nada menos que la cibernética. Y vamos a detenernos
un momento en esto. Sigo lo que mi maestro Gozzer dijo en
un artículo magistral escrito hace más de diez
años y que él ya venía entreviendo desde
hace cerca de veinte años.
La humanidad ha manejado hasta hoy tres tecnologías
de almacenamiento de la información y de trasmisión
del pensamiento. La primera tecnología para trasmitir
el pensamiento, para comunicar el pensamiento y para almacenar
la información es una tecnología de base fisiológica,
reducida a la memoria, el cerebro y el aparato de fonación.
El hombre recuerda, almacena el saber en su cerebro, en la
memoria, y lo trasmite mediante el aparato de la fonación.
Es una tecnología de base fisiológica. Cuando
descubre el alfabeto aparece la segunda tecnología:
almacena la información escribiendo ese saber, las
cronologías, los mandatos de la ley, los libros sagrados,
etc. Almacena el saber por escrito en rollos, papiros, tablillas,
etc., lo acumula en bibliotecas, y entonces aprende la tecnología
de la escritura, que es una tecnología de base material,
y es el segundo modo de almacenamiento de la información
y de trasmisión, tecnología que con la imprenta
del Renacimiento, con Gutenberg, no hace sino encontrar un
maravilloso procedimiento, un elemento barato que es el papel,
que reemplaza al papiro y a las tablillas y entonces esa tecnología
logra productos que están al alcance de todos, y gracias
a esto tiene sentido el proceso de alfabetización.
Porque no hubiera tenido ningún sentido alfabetizar
universalmente a la población si esta no hubiera tenido
a su alcance el libro (papel barato). Esta es la segunda tecnología
que el hombre maneja para almacenar información y para
trasmitirla. Hasta que llega la tercera tecnología,
que es la cibernética. El hombre encuentra un nuevo
procedimiento para almacenar la información y para
trasmitirla: la cibernética, la computadora. “Es
–dice Gozzer– un nuevo tipo de comunicación
por la cual, de los sistemas de abstracciones, representaciones
fundadas sobre el simbolismo lógico verbal, se pasa
a los lenguajes simbólicos lógicos-matemáticos
complejos que incorporan y recuperan también los lenguajes
tradicionales, y abren el camino a un número prácticamente
ilimitado de posibilidades para crear lenguajes artificiales
en tiempos brevísimos y con precisión superior
a la de los lenguajes verbales abstractos y representativos.”
(Educando N° 1, Año 1, Octubre 1974, pág.
15). Ahora bien, esos lenguajes artificiales son los lenguajes
de las computadoras, los lenguajes de la cibernética.
Es entonces este otro contenido el que hoy debe darse de manera
universal y como propio de la escuela común de fines
del siglo XX y del siglo XXI. Por la misma razón que
el lenguaje escrito fue el gran contenido de la escuela común
en el siglo pasado y en éste. Estamos frente al mismo
desafío que se planteó el siglo XIX. El siglo
XIX tuvo que dar una tecnología de almacenamiento de
información y de trasmisión de pensamiento a
toda la humanidad, que fue el alfabeto. Nosotros, hoy, tenemos
que brindar esa misma tecnología: el alfabeto, y además
esta otra tecnología de almacenamiento de información
y de trasmisión de la comunicación que son los
lenguajes de la cibernética.
El manejo de la computadora y de los lenguajes de la cibernética
y de las pantallas de las terminales conectadas a las memorias
electrónicas, y a las memorias de las computadoras
con los bancos de datos, son nada más que una tecnología
de acceso a la información y de trasmisión de
la información idéntica a la del libro. Un banco
de datos, ¿qué es? Bueno, pues un libro. Un
atlas, un diccionario, es un banco de datos. No hay diferencia
esencial, sino de tecnología, entre un diccionario
enciclopédico tradicional y un banco de datos electrónico.
Por lo tanto, así como el siglo XIX descubrió
que todos los hombres del mundo tenían que estar alfabetizados
para que pudieran manejarse con el arsenal de información
y de ciencia y de sabiduría, que es también
desde el punto de vista socrático la liberación
del hombre y la redención de su ignorancia y el despliegue
de sus posibilidades, y es por lo tanto un instrumento liberador
del espíritu del hombre y de las sociedades, hoy debo
manejarme con estos nuevos lenguajes que cumplen exactamente
la misma función y que no son peligrosos para el hombre
ni tiene por qué suponer nadie que sean deshumanizadores,
porque es como suponer que es deshumanizador un libro o el
alfabeto.
El temor a la computadora es como si temiéramos al
libro. La dignidad espiritual del libro que los maestros llevamos
como parte de nosotros mismos, se identifica con la computadora.
La escuela común nace con un contenido esencial que
es el alfabeto, y por eso el libro es un símbolo que
la escuela común y el maestro aman y sienten como propio.
Pues hoy, la tecnología de la comunicación de
la cibernética es el otro lenguaje que tenemos que
dar a la humanidad. Y no es un desafío mayor que alfabetizar
a todos los hombres como se hizo desde el siglo pasado. No
es un desafío mayor, teniendo en cuenta los recursos
de que hoy se dispone. Así como los chicos y los grandes
recitaban saberes de memoria en las etapas históricas
pre-alfabéticas, así como los chicos en Israel
con sus rabinos tenían que repetir de memoria los textos
sagrados, y algunos chicos atenienses y jóvenes atenienses
repetían de memoria la Ilíada y la Odisea, así
como los chicos y los grandes hoy saben leer y manejar libros
en la etapa histórica alfabética, los chicos
y los grandes, universalmente, deberán saber usar los
lenguajes de computación en la era cibernética.
La cibernética es el lenguaje que debe ser parte de
la educación común a partir de hoy, porque en
el siglo XXI quien no lo maneje equivaldrá al analfabeto
del siglo XX. Quien no maneje ese lenguaje en el siglo XXI
será en el futuro como el analfabeto hoy, incapaz de
manejar un atlas, un diccionario, una guía telefónica,
o un diario. Y desde el punto de visa de los contenidos habrá
que agregar niveles más altos de matemática
y de ciencias básicas por todas las razones que he
dejado dicho antes.
Finalmente, será necesario acordarse de la educación
común, que ya existía antes de la escuela común
y que siempre siguió existiendo. Porque aquí
aparece un detalle importante. Cuando en el siglo XIX los
hombres levantaron el ideal de la educación común,
lo asimilaron a escuela común. Ahí hubo un error.
Se olvidaron que además de la escuela común
estaba la educación común, que siempre existió,
que era la de la vida de la sociedad, la realidad social cotidiana,
la de la vida de la familia, del hogar, del trabajo, de la
vida cotidiana y el contacto de los hombres unos con los otros.
Esa educación común siempre existió.
Hoy sigue existiendo. Pero hoy tiene un poderío agigantado
en el tiempo y en el espacio debido a los medios de comunicación
de masas. Por lo tanto la escuela común tiene hoy también
que usar las disponibilidades de los medios de comunicaciones
de masas y la electrónica para la escuela común
propiamente dicha, y usar los medios de comunicaciones de
masas en sus formas actuales de radio, de televisión
de cinematógrafo, de prensa escrita, etc., para alcanzar
en particular los objetivos propios de ciertos contenidos:
formación cívica, conducta ciudadana, educación
sanitaria, difusión de leyes, derechos y deberes, educación
continua en todos los campos.
Para concluir restan dos observaciones. Primero: esta escuela
común que proponemos, con estos contenidos, reitera
el ideal del siglo pasado más un sentido de educación
continua, es decir, para que se siga adelante, añadiendo
la cibernética como el lenguaje de las nuevas tecnologías
de la información, del almacenamiento, de la información
y de la trasmisión de las comunicaciones, y añadiendo
más altos niveles de matemáticas y de ciencias
básicas. Es una escuela que cumple también el
ideal redentor del siglo pasado. Es también liberadora.
Cumple el mismo sentido que Sócrates se proponía
con sus discípulos cuando hablaba con ellos en las
calles de Atenas: liberarlos del error, del pecado de la ignorancia,
de la superstición, de los terrores infundados, del
desconocimiento del bien. Sigue siendo una educación
liberadora. Pero es ahora una educación más
liberadora que nunca porque gracias a estos nuevos lenguajes,
lógico-simbólicos a los cuales se ha referido
Gozzer, permite al hombre el despliegue de sus potencialidades
hasta niveles insospechados. El alfabeto está atado
a un lenguaje, el de una sociedad, el de un ámbito
cultural. Estos nuevos lenguajes permiten al hombre que sin
desarraigarse de ese marco cultural que es el propio (de su
familia, de su sociedad, de su tiempo, de su país,
de su nación), encuentre un despliegue de potencialidades
como pocas veces soñó. Quiero repetirlo con
unas pocas palabras de Gozzer: “Las artes ‘liberales’
representaban el nivel tecnológico de la sociedad medieval,
que era un nivel esencialmente lógico-verbal numérico-representativo.
Las tecnologías modernas no son sino las artes liberales
de la sociedad industrial y post-industrial, fundadas sobre
la utilización de los instrumentos de comunicación
electrónica. Parece interesante poner de relieve que
así como las artes liberales eran consideradas como
liberadoras, dignas del hombre libre y por lo tanto capaces
de eximirlo de la esclavitud (del ambiente, de la naturaleza,
de los otros hombres), así las modernas tecnologías
son en alto grado liberadoras, porque ensanchan el área
y la posibilidad cognoscitiva y hacen posibles procesos de
inserción en el ‘depósito’ cultural
y cognoscitivo de grupos sociales cada vez más grandes
desde el punto de vista cuantitativo; hacen posible una utilización,
en el pasado impensable por sus dimensiones, del potencial
intelectual particular; consisten en formas de recuperación
de la actividad intelectual siempre más extendidas
y por último permiten a cada individuo el dominio de
áreas cognoscitivas cada vez más vastas con
un control crítico cada vez más advertido de
las condiciones sociales”. (Educando N° 1, Año
1, Octubre 1974, pág. 20).
En consecuencia, rindamos hoy homenaje a esa escuela común,
en la cual trabajaron tantos maestros nobilísimos en
este siglo en nuestro país y en el extranjero; esa
escuela señalada por autores de todas las nacionalidades,
que a fines del siglo XIX y principios del actual dejó
huellas perdurables en la humanidad. Pero esa escuela hay
que transformarla.
Porque introducir los lenguajes tecnológicos no significa
sólo un contenido más en el currículo;
significa una transformación profundísima de
esa escuela, en su estructura y en su organización.
Y en ese sentido, voy a señalar este ejemplo. Dice
Gozzer: “No basta poner un motor en el lugar del caballo.
Un transporte de motor no comporta sólo la sustitución
del vector sino una estructura diferente de todo el vehículo
transportador”. Este ejemplo lo retoma Papert en su
libro “Desafío a la mente. Computadoras y educación”.
Papert, que estoy seguro que no ha leído a Gozzer,
pone el mismo ejemplo y dice lo siguiente: “Cuando se
inventó el motor de explosión y se sacaron los
caballos y se hicieron automóviles, ¿qué
pasaba al principio? Modelos 1898, 1890, 1899, 1901. Son coches
de caballo, a los cuales les sacaron las varas y el caballo.
Pero son coches. Coches de caballos. Sin el caballo y sin
las varas. Les pusieron un motor adelante. Hasta que los diseñadores
empezaron a darse cuenta: ¿y para qué estamos
diseñando un coche de caballos si no hay caballos?
Y entonces empezaron a hacer nuevos diseños, nueva
estructura, nueva organización del vehículo
adaptada a esa nueva circunstancia”. Atención,
que con la escuela pasa lo mismo. Si se trata de introducir
los nuevos lenguajes simbólico-verbales y las nuevas
tecnologías de la comunicación, no es cuestión
de tomar la vieja escuela con su estructura, su organización
pedagógico-didáctico-organizativa, curricular,
etc., y “agregar” la cibernética. Será
necesario diseñar una nueva escuela. En caso contrario,
seguiremos haciendo como con los modelos de automóviles
de 1898 que eran sólo coches de caballo a los cuales
“agregaron” un motor adelante, aunque estructuralmente
el resultado no tenía mucho sentido. Había,
en cambio, que pensar un nuevo diseño. Un nuevo diseño
significa una nueva organización, una nueva estructura
de orden pedagógico, de orden funcional, de orden curricular,
de orden docente. Nosotros, los docentes, también tendremos
que ser otra cosa. Porque inclusive el viejo conductor del
coche de caballos se subía, se sentaba igual que si
manejara caballos, aunque manejaba un motor. Pero no; a lo
mejor hay que sentarse de otra manera, ubicarse de otra forma;
es otro el profesional que tiene que sentarse allí.
Es decir, nuestra escuela común está condenada
a transformarse.
En una palabra: la educación común exige,
y con la vista puesta en los próximos cien años,
un modo de escolaridad común y obligatorio, que yo
presumo que no debe entenderse idéntico en sus características
organizativas, en sus formalidades y en su régimen
pedagógico propiamente dicho a cuanto hoy conocemos.
Dentro de esa escuela común debemos manejar los contenidos
que acabo de decir, pero siempre partiendo del concepto inicial
de que no se trata de obtener un producto acabado sino un
producto listo para una multiplicada e imprevisible gama de
posibilidades y de continuación educativa en todos
los campos, más una acción de educación
común con idénticos objetivos realizada por
los medios de comunicación de masas actuales y los
que en el futuro inmediato vayan apareciendo o, mejor dicho,
ya están apareciendo. Es decir que el ideal de la educación
común, alzado cien o ciento cincuenta años atrás,
sigue vigente. Se trata de hacerlo realidad para el mundo
de hoy, lo que quiere decir para el mundo de los próximos
cien años. Y quienes se empeñen en resistir
los cambios necesarios para ellos so pretexto de defender
la escuela común o la educación común
tradicional, no lo estarán defendiendo sino que estarán
colaborando en destruir aquel ideal y la vigencia del concepto
de educación común.
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