Introducción
Las
hipótesis de trabajo mental, es decir, los esbozos
de teorías que pretenden explicar los fenómenos
materiales o del orden natural o los procesos y acontecimientos
sociales, políticos y económicos, suelen nacer
mucho antes de que sus creadores tengan conciencia clara de
ellas. Es común, en efecto, que un estudioso, consagrado
desde hace años a una disciplina, advierta de pronto
que comienza a perfilarse en su mente con claridad una línea
de pensamiento que termina por configurar una hipótesis
bien estructurada. De inmediato, como impulsadas hacia un
camino que se acaba de iluminar y que aparece verdaderamente
atractivo, otras ideas se desencadenan y lo empujan a perfilar
y desenvolver con nuevos argumentos, nuevas experiencias y
nuevas probanzas la hipótesis apuntada. Pero sucede
algo más: ese estudioso comprende, sólo entonces,
que la teoría ahora explicitada bullía en su
interior desde mucho tiempo atrás. Y al repasar apuntes
desordenados, artículos breves, resúmenes de
clases, textos de conferencias o páginas escritas en
libros o revistas descubre los argumentos capitales de la
teoría que rondaban sus trabajos, sus estudios, sus
investigaciones, sin que él mismo lo supiera.
Un
proceso semejante es el que –creemos– nos ha sucedido
con referencia al tema que da título a esta obra. Las
páginas que la componen han sido escritas a lo largo
de los últimos tres años, aproximadamente, respondiendo
a solicitudes o circunstancias diferentes. Al repasarlas en
su conjunto, sin embargo, advertimos que en todas latía
una línea de pensamiento similar, que por diferentes
vías buscaba expresarse. Al cabo pudimos comprender
que lo mismo estaba ocurriendo con nuestras clases de Política
Educacional y Educación Comparada, en las que, aunque
con una perspectiva apropiada a la cátedra universitaria,
desbrozábamos el mismo terreno(1).
¿De
qué se trata, en síntesis? No, por cierto, de
nada que pretendamos constituya un descubrimiento totalmente
original, pues en este campo es casi siempre imposible que
ello ocurra y más cuando se da –como en este
instante histórico en la Argentina– una tan marcada
coincidencia generacional. Inclusive tememos que, encunado,
resulte algo simple para muchos. Pero, a nuestro juicio, en
ello –y aunque conceptualmente aparente pobreza–
radica el nudo de toda la problemática educativa de
nuestros días.
Nuestra
hipótesis podría, al fin, enunciarse así:
Las
instituciones escolares se han desvinculado de la realidad
social a la cual deberían servir, a tal punto que no
entienden ya qué es lo que deben hacer. Consecuentemente,
pierden su tiempo intentando adaptaciones, transformaciones
o reformas que no hacen al fondo de la cuestión, y
se convierten en organismos que debaten métodos y organizaciones
sin saber para qué quieren esos métodos y esas
organizaciones. Las restantes instituciones sociales –los
organismos políticos, religiosos, económicos,
y aun los llamados culturales–, por su parte, tampoco
entienden este fenómeno y confían, ingenuamente,
que la escuela los sirve adecuadamente. Dicho en otras palabras:
el problema educativo de nuestro tiempo –no un problema,
sino “el” problema– consiste en la desvinculación
de la escuela y la sociedad. Creemos que ha llegado la hora
de que la sociedad emprenda la reconquista de la escuela.
¿Y quiénes son los ocupantes de este territorio,
a los que se debe desalojar para retomar su gobierno? La respuesta
es dura, quizás agresiva, e inclusive nos lesiona a
nosotros mismos, pero creemos que es la única legítima.
La sociedad debe reconquistar la escuela de las manos de los
maestros, de los profesores, de los pedagogos, de los especialistas
en educación –y, por supuesto de funcionarios
y gobernantes– porque aun llevados de la mejor intención
todos ellos han terminado por hacer de las instituciones escolares
contemporáneas un inmenso edificio complicadísimo,
costoso y casi mítico pero totalmente ineficiente para
servir a los hombres de nuestros días en sus verdaderas
necesidades.
Las
páginas que siguen no son, pues, otra cosa que el desarrollo
de esta idea central que desde hace mucho tiempo ronda nuestras
preocupaciones, aunque sólo hace relativamente poco
tiempo hemos llegado a comprenderla claramente. Sin duda ella
habrá de inspirar nuevas reflexiones y otros aportes.
Es nuestra esperanza que este libro sirva para esa labor y
que pueda ser base fecunda para que amplios sectores mediten
en un problema que no es, en última instancia, responsabilidad
exclusiva de los docentes profesionales o de los pedagogos
sino de la sociedad en su conjunto.
(1)
Debemos declarar a este respecto, por un inexcusable
deber de honestidad intelectual, que en esa labor y en la
búsqueda de datos de carácter histórico
y político que en gran medida van constituyendo las
argumentaciones de fondo para nuestras hipótesis tenemos
una importante deuda con la profesora Beatriz Giani, adjunta
de la cátedra y que nos ha proporcionado un material
documental y bibliográfico riquísimo.
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