N.
del E.: Se han incluido en estas obras los reportajes y cuentos
que, sin duda, pertenecen al profesor L. J. Zanotti. Casi
no dudamos, dado el acceso que se ha tenido a sus archivos
personales, que es mucho más lo que queda sin reproducir
y que también le pertenece. No obstante, no se tiene
pruebas fehacientes de lo anterior.
Reportajes
Arturo Capdevila
Publicado
el 26 de marzo de 1956
Nos hallamos hoy frente a Arturo Capdevila. Una amplia sonrisa
y un gentil saludo nos reciben con tanta cordialidad que inmediatamente
nos sentimos como en lugar amigo. Sin embargo, una sensación
de timidez nos embarga: hoy que venimos a entrevistar al académico
de letras, al miembro de la Academia de la Historia, al miembro
correspondiente de la Real Academia Española, al poeta
laureado, al historiador fecundo. Pero al instante la charla
es cordial y fluida. Así, surge de los labios de don
Arturo Capdevila, que después de haber brindado numerosas
obras de gran vuelo, sintió el imperioso deseo de volcar
su pluma en páginas destinadas al lector menudo, para
colmar su alma de belleza y de sabiduría. El mismo
nos aclara cómo llegó a este camino: "
Mi primer encuentro con el niño –nos dice–
es un encuentro conmigo mismo en "Córdoba del
recuerdo". Y nosotros podemos agregar, con grata nostalgia,
que hemos saboreado, en los años iniciales de nuestra
vida, las páginas sabrosas, plenas de colorido, de
ese libro precioso, que aún hoy releemos con gusto
y provecho. A don Arturo Capdevila casi no necesitamos interrogarlo
sobre su infancia: ella ha quedado narrada en las páginas
del volumen que acabamos de mencionar. En ellas pasan en visión
fugaz los años de su niñez cordobesa, corriendo
por las serranías que estaban muy cerca de la ciudad,
o estudiando en los colegios de la "Docta". Y de
esta época nuestro entrevistado de hoy nos guarda una
bella observación. Cuenta que siendo él muy
pequeño solía detenerse a escuchar a los arrieros
que llegaban desde la campaña de la provincia hasta
la casa de sus padres, trayendo los productos del campo, y
acostumbraban hacer sus relatos de hechos y sucedidos en los
patios coloniales. Mientras los mayores oían atentos,
él y sus hermanos hacían otro tanto, sumamente
interesados en lo que aquellos hombres decían.
"Y
sin embargo –nos explica– ninguno de esos arrieros
se preocupaba de hablar para los niños". Y concluye
su idea: "No es indispensable escribir de manera especial
para el niño. Hay que escribir sobre cosas que le gusten,
que le interesen. Y entonces él las leerá".
En seguida
nos cuenta cómo fueron apareciendo sus libros de lectura,
en colaboración con el profesor Julián García
Velloso. Y finalmente hablamos de sus cuatro libros sobre
el tema de San Martín. Don Arturo Capdevila quería
que San Martín fuera conocido y amado por los niños
todos. Que estos tuvieran a su alcance una biografía
completa del héroe, accesible a su inteligencia y a
su gusto. Y así fueron apareciendo los cuatro libros
que encierran no sólo las hazañas sanmartinianas
o los hechos de su vida, sino también la historia toda
de nuestra tierra descripta en sus usos y costumbres.
Es muy
probable que los lectores de nuestras páginas conozcan
ya a "Remeditos de Escalada", la deliciosa biografía
de la esposa del Gran Capitán: o a "La infanta
mendocina", bella historia de su hija; o "El niño
poeta", que grabó para siempre en el recuerdo
la figura del San Martín hogareño, y que dio
nombre al monumento que en nuestra ciudad se alza en la plaza
"Grand Bourg".
Arturo
Capdevila nos habla con gran cariño de estas obras.
Y prefiere que dejemos hoy en el olvido su numerosa producción
literaria, tan bien conocida en todos los países de
habla castellana y aún en los de otros idiomas, para
explicarnos la profunda admiración que guarda hacia
nuestro prócer máximo, diciéndonos que
es uno de los pocos casos en la historia en el cual el héroe
une a su talla gigantesca la dimensión simple del hombre
de hogar, del padre, del abuelo.
Y esto
es lo que él ha querido hacer resaltar ante los ojos
infantiles.
Interrumpimos
por un momento la conversación. Y pensamos que sin
duda bien merece Arturo Capdevila que los lectores de "Mundo
Infantil" le rindan su tributo de cariño. Porque
sabe dejar sus obras magnas, para volcarse con fervor a estas
que van hacia la infancia, con la serena belleza y el grave
prestigio que emana de su pluma consagrada muchos años
atrás.
Son muchos
los datos que podríamos agregar. Pero no creemos que
haga falta saber ahora que ese gran escritor es abogado y
doctor en leyes, o que ha sido profesor de literatura y de
filosofía. Y aunque sí sería muy interesante
contar sus andanzas por las tierras de Europa, y sus recuerdos
de España y de Italia, o las anécdotas juveniles
de sus estudios en el tradicional colegio de Montserrat en
la provincia natal, hemos de sacrificar todo ello para conceder
buen lugar al mensaje que el poeta quiere dar para los niños
cordobeses.
Pues
ocurre que cuando le preguntamos si tiene algo especial que
decir a los niños argentinos, nos expresa con energía:
"Sí. Tengo algo que pedirle a los niños
de Córdoba: que hagan un gran movimiento infantil para
pedir al actual intendente de la ciudad, hijo dilecto de ella
y descendiente de grandes hombres de la misma, que restablezca
en su belleza maravillosa al que fue el más hermoso
paseo de América: el Parque Colón. Porque sucede
que actualmente ese parque, antes ornado de estatuas, bordeado
de canteros con flores diversas, poblado de fuentes, lleno
de árboles de todos tipos y deleite de niños,
de pájaros y de ancianos, es un triste baldío,
deshecho, destrozado por manos que no supieron valorarlo.
Eso quiero decir a los niños de mi tierra: que sean
ellos los que logren su reconstrucción."
Y nosotros
creemos que hacemos bien en cerrar aquí, con estas
palabras, nuestro reportaje. Dejando que resuene en los oídos
de la infancia estas voces que reflejan un pedido: pedido
de poeta, que no será ignorado.
Noventa años consagrados a la niñez y la enseñanza
Don Francisco Brunet
Publicado
el 12 de marzo de 1956
Acabamos de llegar a La Plata, la pequeña y bella ciudad
capital de la provincia de Buenos Aires. Un corto trayecto
nos lleva hasta la calle 7. Es esta una hermosa avenida, ancha
y arbolada. Detenemos nuestros pasos frente al número
1215. La casa aparenta ser muy antigua, y una vez dentro de
ella, la impresión se confirma. El patio cuadrado,
bordeado de macetas, tiene un sabor a cosa de antes que se
hace amable. ¿Qué hemos venido a hacer aquí?
¿A quién buscamos en esta casona ya tan vieja?
Pues al señor que vemos acercarse justamente ahora:
su barbilla blanca enmarcándole el rostro oval, sus
ojos fatigados, su andar lento, sus manos delgadas, nos revelan
una vida larga y, sin duda, bien aprovechada. Es don Francisco
Brunet, que en estos días ha de cumplir sus noventa
años. Nos tiende la mano, nos invita a pasar a un cómodo
saloncito, nos sentamos, y comienza a conversar con nosotros,
a hilvanar recuerdos, a desmadejar emociones. Don Francisco
Brunet es un viejo maestro que actuó en la provincia
de Buenos Aires desde la temprana edad de los quince años,
allá por el 1881. Y no desmayó nunca en su preocupación
por la enseñanza y la niñez. Pues aún
hoy sigue hojeando sus libros y sus papeles, ansioso de no
olvidar sus trabajos, y no hace todavía diez años
que dejó de ocuparse concretamente de los asuntos pedagógicos.
Creemos que ya son méritos suficientes como para que
le concedamos un lugar en nuestra página...
Queremos
saber algo de la infancia tan lejana de nuestro entrevistado
de hoy. Y él, en persona, nos dice que ha nacido en
1866 en la ciudad de Buenos Aires. Pero pronto partió
de ella. Su padre, comerciante de origen francés (falleció
a los 104 años; hemos visto su gallarda figura de joven
en su hermoso daguerrotipo), partió a la campaña.
Y se radicaron en Merlo. Allí, a los quince años,
como ya dijimos, fue nombrado ayudante en una escuela pública.
Y no abandonó jamás la tarea. Al poco tiempo
es subpreceptor; luego, director de la misma escuela. Tenía
apenas veinte años. Dos lustros después es inspector
de escuelas de la provincia, todavía no ha llegado
el siglo actual. Estamos en 1896. Por esta época se
traslada a una casa amplia, de grandes patios y muchas piezas,
en la ciudad de La Plata, recién fundada por Dardo
Rocha. Y no se mueve de ella hasta el día de hoy. Sí,
lector: es la misma casa a la cual llegamos hoy con asombro
y con alegría. La voz del maestro Brunet, que tiembla
un poquito a veces, es, sin embargo, firme y segura para traernos
sus recuerdos. A pesar que son muchos. Pues luego fue subinspector
general; después inspector de escuelas normales de
la Nación; director de una escuela normal, y, en 1919,
presidente del Consejo Escolar de la ciudad en que aún
reside. Grandes figuras de la educación argentina estuvieron
a su lado. Él nos ha recordado con gran cariño
la honda amistad que lo unía a otro gran maestro: don
Pablo Pizzurno. Y mientras conversa, ilustres nombres pasan
por sus labios. Nombres de aquellos que convivieron con él
las jornadas de lucha y de acción tesonera por una
niñez mejor, por hombres mejores: Berra, Carbó,
Alejandro Korn. Y la figura insigne de Víctor Mercante,
el ilustre pedagogo, que fue su alumno en segundo y quinto
grado.
Pero
con ser todo esto mucho, todavía no es bastante para
su alma inquieta y preocupada por mejorar la escuela primaria,
atento a la inspiración de Sarmiento. En 1905 funda
la "Revista de Instrucción Primaria", dirigida
a los maestros en especial, pero que beneficia altamente a
los niños, pues permite que la enseñanza resulte
más fructífera y se perfeccione día a
día. Durante más de cuarenta años consecutivos
se publica sin interrupciones esta revista, algunos de cuyos
ejemplares, de épocas muy distintas, tenemos en nuestras
manos. Mientras los hojeamos, don Francisco Brunet, que fue
su director de siempre, nos indica los artículos más
interesantes, nos muestra su compaginación, nos explica
sus propósitos. Y comprendemos que cuando hace apenas
ocho años decidió interrumpir su larga publicación,
lo ha hecho con pena profunda, y que no habrá sido,
ciertamente, por falta de entusiasmo para proseguir la obra.
Levantamos
la vista, y mientras oímos por un momento el diálogo
entre el maestro Brunet y su hija, pleno de añoranzas
y de hermosas jornadas, detenemos nuestro pensar en la riqueza
de una vida así lograda, entregada por entero a una
vocación, a un ideal, obtenidos en forma total. Comprendemos
ahora la justicia del homenaje que los Institutos Almafuerteano
y Belgraniano de La Plata le han rendido en septiembre del
año pasado, en ocasión del Día del Maestro.
Y entonces, hemos creído que era justo y bueno que
los lectores de nuestra revista supieran de su vida y de su
labor, para que en estos días de su nonagésimo
año, le rindieran el sencillo tributo de su mirada
detenida un instante en su estampa, y de su corazón
latiendo un segundo en son de cariño por el que fue
maestro de tantos niños.
Marisa Serrano Vernengo
La maestra inigualable
Publicado el 20 de febrero de 1956
He aquí
que estoy al fin frente a Marisa. Ella es pequeña,
de rostro redondo y de voz muy suave. Cuando Marisa nos habla,
su voz nos gana el corazón y las ideas que dice se
nos presentan más claras. Ya hemos empezado a conversar.
Como siempre, yo quiero saber de su infancia, de sus años
primeros. Entonces, me entero que ella ha nacido en una hermosa
ciudad de la costa española: en Málaga. Pero
muy niña aún –ni seis años siquiera–
llegó a nuestras tierras, y por siempre se asentó
en ellas. Por eso podemos decirte, lector, que Marisa Serrano
Vernengo es en verdad argentina. Pasó sus días
infantiles en un barrio porteño. Caballito al Sur,
pleno de calles de tierra y grandes zanjones. Muy bajita y
muy delgada, todos los vigilantes de la zona, creyéndola
más chiquita de lo que era, acostumbraban levantarla
en brazos para cruzar las calles embarradas y sortear los
charcos enlodados.
Mientras
Marisa habla, yo entrecierro mis ojos, y distrayéndome
un tanto, recuerdo. Estoy en quinto grado, en una escuela
de la calle Lambaré. Una maestra me habla con voz serena,
y me dice palabras muy bellas. Me enseña a ser sincero,
a ser honesto, a amar la vida, a tener ideales, a despertar
a un mundo nuevo. Es una maestra que guía admirablemente
a sus alumnos, los comprende, los libera de sus temores o
de sus angustias. Es Marisa. Ha llegado a la escuela por un
camino de amor. Ningún alumno de Marisa la ha olvidado.
Todos recuerdan el paso por su aula como un deslumbramiento.
Reabro
mis ojos y aquí está, otra vez frente a mí.
Ahora no soy su alumno: estoy convertido en cronista. Y casi
siento la tentación de levantar la mano, como hacía
en quinto grado, para pedirle permiso para hablar. Pero no
levanto la mano. Simplemente pregunto. Y Marisa, espontánea
y cordial, me responde.
Así
podemos decirte, lector, que terminó sus años
escolares viviendo cerca de Plaza Lavalle, sobre cuyos bancos
jugaba al circo; y que luego inició sus estudios de
maestra en la escuela Normal Nº 8. Allí recibió
la luz pedagógica de un gran maestro que formó
su vida en el campo educacional: don Carlos N. Vergara, uno
de los más altos espíritus de la escuela argentina.
Marisa sintió nacer un ansia incontenible por renovar
toda la vida de la escuela: por brindar a los niños
una educación mejor: por hacer que la enseñanza
rindiera mejores frutos. Y desde entonces, su vida es una
línea recta tendida en un solo esfuerzo: la educación.
No ha
cejado nunca en su lucha. En el campo práctico de la
labor escolar ha actuado como maestra de grado en escuelas
primarias durante más de veinte años. Allí
ha puesto lo mejor de sí, y ha entregado sus fuerzas
sin medida realizando sus grandes experiencias. Ahora yo no
necesito preguntarle si tuvo éxito en ellas. Me basta
recordar lo que he vivido siendo su alumno. Y bastaría,
en todo caso, preguntarle eso mismo a cualquiera de los que
también tuvieron la dicha inmensa de ser sus alumnos.
Marisa
brinda a los niños que están en su grado toda
la libertad necesaria. Con ella, los niños dicen lo
que sienten, sin limitaciones de ninguna clase. Y así
obtienen pensamientos bellísimos, ideas fecundas, poemas
deliciosos. Con ella, los niños pintan y crean un mundo
de maravillosa plasticidad y expresan sus sentires más
íntimos, aún aquellos para los que la palabra
no alcanza. Y también aprenden con gusto, sin violencias.
Y además crece su espíritu, y la personalidad
se forja en ellos fuerte como los troncos robustos.
Fuera
del aula, la labor de Marisa ha sido amplia y fecunda. Ha
participado en numerosos congresos, nacionales y extranjeros,
en los que puso en claro sus ideas pedagógicas. Ha
publicado varios libros en los cuales desarrolló sus
teorías; y otros donde nos brinda poemas de delicada
inspiración y exquisita forma. Entre ellos podemos
citarte: "Conciencia de la educación". "Niños",
"Poemas de los cuatro vientos", etcétera.
Sus conferencias en distintos círculos culturales han
sido abundantísimas. Ha dictado cursos en el Ateneo
Iberoamericano y en otras instituciones culturales. Sus estudios
de filosofía y psicología, realizados todos
en forma libre, y algunos bajo la dirección de los
mejores profesores, la configuran como una real autoridad
en su especialidad.
Ha viajado
por el interior del país y por el extranjero. Durante
esos viajes ha aprendido y ha enseñado.
Actualmente está orientada hacia las investigaciones
psicológicas en particular; y además de algunas
actividades en el campo de la psicotecnia del trabajo, dirige
con marcado éxito un Atelier de Recreo Educativo para
niños y un Ateneo Juvenil. Este último es, en
verdad, la nueva vida que Marisa ha otorgado a una vieja creación
suya: la Asociación de Ex Alumnos Carlos N. Vergara,
que creó personalmente y sostuvo largos años.
Con los jóvenes que la integraban, y con los alumnos
de quinto grado de la escuela Manuel Solá creó
una revista escolar, denominada "Nuestra Voz", que
fue un modelo de sinceridad y de real labor infantil.
El tiempo
ha pasado, inexorable. Nuestra entrevista toca a su fin. Marisa
sigue frente a mí, con su rostro redondo, su mirada
dulce, su voz armoniosa. Y yo pienso que todavía ella
nos ha de brindar mucho más, y que los niños
todos tendrán todavía más cosas que agradecerle.
Vuelvo a entrecerrar mis ojos, y la veo ahora partiendo desde
un punto lejano en el tiempo, avanzando hacia todos los niños
por medio de un camino de amor, hacia un destino de dicha
para todos ellos. E imagino a los niños que se toman
de la mano y forman una inmensa ronda en su torno, y que de
la ronda brota un canto de gracias a Marisa, por haber sido
la maestra inigualable, la maestra maravillosa.
Augusto Mario Delfino
Publicado el 6
de febrero de 1956
En esta página acostumbramos presentar a nuestros pequeños
lectores a aquellas personas que en el campo del arte, de
la ciencia o de cualquiera otra actividad se han dedicado
preferentemente a los niños. Hoy haremos una excepción.
Porque Augusto Mario Delfino no es un escritor para niños.
No ha escrito para el mundo de la infancia. Y sin embargo,
merece la gratitud de todos los pequeños del mundo.
Porque ha sabido llegar hasta ellos con esa intuición
genial del artista que capta en un solo trazo el alma de sus
personajes. Y sus personajes son, muy a menudo, niños.
Muchos
cuentos ha escrito Delfino. En la mayoría de ellos
vive la niñez. Aquella niñez igual a la que
viven hoy los lectores de nuestra revista, la que hemos vivido
nosotros, la que vivirán los niños en todo lugar.
Allí están sus penas, sus angustias, sus alegrías,
sus dolores, sus temores, sus pasiones, sus fantasías.
A los hombres grandes les intriga en ocasiones saber qué
y cómo piensa un niño. Pues bien: Leamos los
"Cuentos de Nochebuena". Y estaremos ciertos de
saber qué y cómo piensa un niño. Ahí
nos encontraremos con María Pastor, la chiquilla que
se asoma al patio de una casa de departamentos y oye por la
ventana del cuarto de baño las voces del mundo que
entran en su espíritu. Y allí aparece Albertito,
junto con Adrián, su papá, eligiendo al mejor
de los tres granaderos que le acaban de regalar, seguro de
sí mismo, firme en su decisión de cinco años.
Y también está Susy –cuatro años
apenas– que ya conoce en el corredor los pasos de ese
hombre que llama papá, y al cual espera todos los días
para evitar que tropiece en la oscuridad que le aguarda a
su llegada. Y finalmente está Agustín. Agustín
es un niño de ocho años que quiere ver los fuegos
artificiales. Y los únicos resplandores que llegan
a sus ojos son los del revólver que mata a su papá
y los del incendio de la fábrica de cohetes donde trabaja.
No nos
asustamos, lector menudo, de contarte esto. En tu cabeza,
aún infantil, sabemos que ya rondan cosas tristes y
difíciles junto a las alegres y fáciles. Sabemos
que la vida entera te está inundando. Y Augusto Mario
Delfino te conoce tan bien –por obra del milagro de
su alma de poeta que hilvana palabras en prosa– que
ha puesto de la vida de la infancia todo lo que de ella es
propio: lo amargo y lo risueño, lo que nos atemoriza
y lo que nos empuja gozosos hacia el futuro.
Cuando
hemos interrogado a don Augusto Mario sobre cómo ha
hecho para llegar hasta el sentir de los niños, él
nos ha dicho cosas vagas. Y nos ha hablado de su hijo. De
su hijo ya mozo, de diecisiete años hoy, y a quien
él ha mirado mucho, mucho. Pero nosotros adivinamos
que su hijo es sólo una parte de su sabiduría.
La otra él no la conoce. Él no sabe de dónde
le ha llegado. Nosotros –irreverentes– creemos
saberlo: le nace del fondo cabal de su humanidad sensible,
de su ternura a flor de pluma, de su mirada descubridora de
las raíces más profundas. Y sube en él
como marejada incontenible desde la lejanía de sus
años orientales, allá en el barrio del Paso
del Molino, en nuestra hermana ciudad de Montevideo, donde
transcurrieron sus días primeros. De sus ojos no se
ha borrado el patiecito de baldosas rojas, con aljibe rústico,
donde jugó en los días en que nacía,
lentamente, a la vida del hombre. Ni se han borrado sus compañeros
de escuela; ni tampoco sus imágenes porteñas,
grabadas en viajes constantes y en afincamiento total, al
fin. Con esta sabiduría grande nos ha explicado algo
que todos los maestros y los hombres de espíritu tierno
queríamos saber: por qué "Corazón",
el inmortal libro de Edmundo D'Amicis, gusta tanto a todas
las generaciones. Basta leer su artículo al respecto
para que entendamos enseguida lo que siente el niño
que lee "Corazón".
No, don
Augusto Mario. Perdónenos usted: no era sólo
su hijo el que estaba leyendo "Corazón" aquella
tarde en que usted se inspiró para escribirnos esa
página admirable. Eran todos los niños que conoció
en su vida; todos los que vio jugando en los barrios pobres
que ha recorrido en sus años; todos los que vio trabajando
en las fábricas; todos los que guarda en su alma, sin
que usted se dé cuenta. Y no se disminuye por eso el
amor a su pequeño hombrecito: en él ha concentrado
usted su amor a la infancia entera, que llevaba inundándolo
totalmente y buscaba derramarse.
He aquí,
pues, por qué traemos la figura de Augusto Mario Delfino
a esta página. No ha escrito para niños. Ha
escrito cuentos con niños. Sin ser maestro. Sin ser
psicólogo. Sin pretender enseñarnos nada. Y
nos ha enseñado mucho. Nuestros lectores pequeños,
esos que ya no lo son tanto y gustan leer esta página,
recordarán dentro de algunos años a este autor
al que hoy decidimos honrar, y leerán sus cuentos.
Entonces se reencontrarán a sí mismos. Y le
dirán, como yo le digo, porque fui niño y soy
maestro: ¡Gracias!
Olga Cossettini
La
gran maestra santafesina
Publicado
el 16 de enero de 1956
Por esta página te hemos ido presentando hasta ahora,
a diversas personas que creemos merecedoras de tu gratitud,
por haberse ocupado de que la vida de los niños fuera
más bella y más grata. Hoy traemos hasta ti
la presencia de una gran educadora, pero esta vez hemos debido
ir a buscarla un poco lejos. Pues no solamente en la gran
ciudad capital se hallan los buenos maestros o las grandes
personalidades. Por los anchos caminos de la patria toda se
encuentran los hombres y las mujeres que luchan, sueñan
y se esfuerzan por hacer mejores a los seres y más
próspera y grande a la Argentina.
Aquí,
en Rosario, la segunda ciudad de la República, reside
Olga Cossettini. Ha sido una de las precursoras de la reforma
de los métodos escolares, y desde hace muchos años
brega por imponer a la vida de la escuela un tono de libertad
y de armonía en consonancia con las mejores teorías
pedagógicas.
Olga
Cossettini nos habla, en primer término, de su infancia.
Sus palabras son tan hermosas, que preferimos callar nosotros
y dejar que escuches su propia voz:
"Nací
en un pueblo de la provincia de Santa Fe, en la escuelita
de mi padre. Un caballo grande de madera que él había
talado me servía de hamaca, y no sé por qué
su recuerdo quedó para siempre ligado a mi memoria.
Recuerdo mis largos juegos en el jardín y el huerto
en los que solía juntar semillas, flores e insectos,
y más de una vez me quedé dormida entre el verdor
de las lechugas y de las matas de verbena. Mi padre, buen
maestro, tenía un teatro de títeres, una linterna
mágica, una lupa grande, muchos libros, un largavista
y un banco de carpintero. Mi madre meció con suavidad
la infancia de sus muchos hijos, y tengo además de
ella muy hondo el recuerdo de su voz dulcísima y tierna,
entonando las canciones populares del Piamonte, donde nació."
Y ahora
Olga Cossettini calla y hace una pausa. Sospechamos que es
de ahí, de esa su infancia maravillosa, entre su padre
con el teatro de títeres y la linterna mágica
y la madre con sus canciones nostálgicas, de donde
arranca su ansia de ver felices a los niños.
Cursó
la escuela primaria también en su provincia natal,
y se graduó de maestra en Coronda, pequeña ciudad
situada no muy lejos del río Paraná, en plena
zona cerealera.
Ya en
plena acción docente, aplicó los primeros métodos
de educación activa en la escuela Normal de Rafaela,
aproximadamente por el año 1930. Frutos de esta experiencia
quedaron recogidos en un libro que tituló "Escuela
Serena".
Preguntamos a Olga Cossettini por sus tareas, que sabemos
muy útiles, en el campo de la educación estética.
Y nos enteramos que a partir de 1935, siendo ya directora
de la escuela experimental doctor Gabriel Carrasco, de Rosario,
realizó una completísima labor en tal sentido,
ayudada por su hermana Leticia (otra gran maestra de quien
te hablaré más detenidamente en otra oportunidad).
Nos recuerda, emocionada, que la presentación de ciertas
estampas de "Platero y yo" hicieron lagrimear de
gozo al propio autor de la obra, Juan Ramón Jiménez,
durante la visita que les hizo.
Cuando
en 1950 fue separada de su magnífica labor por manos
groseras que no podían entender su obra, refugióse
en la tarea de reeducación de dos niños con
graves deficiencias, y se volcó en su nueva tarea con
ininterrumpido fervor.
Actualmente,
además de desempeñarse como interventora en
la escuela Normal de Casilda, y como secretaria general de
la filial de Rosario del Colegio Libre de Estudios Superiores,
prepara un plan general de educación para adultos.
Olga
Cossettini ha viajado además por diversos países
de América y tiene publicadas varias obras, como por
ejemplo: "Escuela viva", "El niño y
su expresión", "Teatro de niños",
etcétera.
Pero
lo más valioso de ella es el afán permanente
que le encontramos por seguir "haciendo" en bien
de los niños; por continuar dando a la escuela el vigor
de su mente y la fuerza de su vocación.
Por encima
de los momentos duros, Olga Cossettini impone su afán,
y el transcurrir de los años sólo acrecienta
su fe. Desde el rincón en el cual leas esta revista,
aliéntala tú también, lector, con esa
calladita palabra de agradecimiento que brota del corazón
y llega, a través del silencio, hasta el alma de quienes
laboran por ti.
María Elena
Saavedra Basavilbaso
Publicado el 2
de enero de 1956
María Elena Saavedra Basavilbaso nos recibe con dulzura
y amabilidad. Su voz, templada, grave, armoniosa, y su decir
lleno de sinceridad y emoción, hacen que nuestra tarea
sea esta vez gratísima. El amor por los niños
desborda de su espíritu, y se derrama caudaloso en
todas las palabras. Fuimos a entrevistarla pensando en la
profesora de literatura infantil, pues como tal se desempeña
en el Profesorado Nacional de Jardín de Infantes, pero
apenas iniciada la entrevista, la conversación se desvió
hacia su labor de maestra. Así es que nos enteramos
que para ella la presencia constante de los niños es
su real ideal de vida, su satisfacción más grande.
Se le ilumina el rostro y su voz se armoniza cuando nos habla
de sus alumnos de primer grado superior. Ha sido maestra en
todo los grados, pero prefiere notablemente a los niños
pequeños Y nos dice una verdad magnífica: "Es
necesario dejar de hablar a los niños; es indispensable
permitirles que salgan de sí mismos, que vuelquen hacia
fuera el mundo maravilloso que tienen dentro. "Y agrega:
"Las maestras que no oyen a sus niños se rebanan
la fiesta."
Y en esta pequeñita frase se resume la vocación
toda de María Elena Saavedra Basavilbaso, la maestra
que no pide silencio a sus alumnos, sino que, por el contrario,
les pide que hablen, que expresen su alma. Por esto mismo
se ha orientado hacia los estudios de literatura infantil.
Ella misma confiesa que se sintió, desde sus primeros
momentos en la docencia, preocupada por la dificultad que
tenían los niños para interpretar las lecturas
escolares. Y comenzó una búsqueda empeñosa
por la literatura infantil de todos los países, estudiando
a fondo qué era lo que a los pequeños podría
interesarles o gustarles. De tal manera fue formando su saber,
y hoy la contamos como una de las mejores especialistas en
la materia.
Su gusto
por la tarea docente viene de lejos. Niña aún,
recuerda que en la vieja casona familiar, en la calle Anchorena,
gustaba poblar el patio, grande y antiguo, con hamacas, juegos
y hasta un aljibe, con todos los niños de la vecindad.
Y en medio de una sonrisa que revela esfumados recuerdos,
nos cuenta que a menudo recibía más de un reto
severo por esa costumbre.
Su visión
del pasado gusta detenerse en la escuela "Gregoria Pérez",
a la cual añoró siempre, y de la cual lamentó
alejarse después de cuarto grado. De ella conserva
fresca y luminosa la visión de su maestra de segundo
grado, a quien quiso con toda la hondura de su alma niña.
Hoy sólo aspira a que sus alumnos la quieran a ella
tanto como ella amó a su maestra de segundo grado.
Impulsada
por un afán propio –ya que en su familia más
bien trataron de disuadirla–, siguió estudios
de magisterio en la Escuela Normal Nº 8 de esta capital,
y los completó luego con el profesorado de Castellano
y Literatura en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario.
Cuando
se fundó el profesorado "Sara E. De Eccleston",
para maestras jardineras, hace diecinueve años, fue
de las primeras en colaborar en la obra, y desde entonces
continúa en su cátedra, enseñando a las
futuras maestras de jardín de infantes el caudal de
su ciencia y transmitiendo la fuerza de su amor.
En sus
años adolescentes publicó un pequeño
tomo de poesías: "Estrofas vividas" y desparramados
en diarios y revistas se encuentran algunos cuentos suyos.
Actualmente está preparando una colección que
resuma lo más bello o lo más interesante de
todo lo que ha ido recogiendo de boca de sus alumnos a través
de sus años de labor.
Y al
terminar nuestra entrevista, María Elena Saavedra Basavilbaso
quiere enviar un mensaje a todos los niños por intermedio
de estas páginas de Mundo Infantil. Quiere decirles
algo muy simple y muy hermoso: que ha vivido solamente para
ellos desde hace casi veinte años, y que no quisiera
que jamás, en un solo instante de su vida, faltaran
de su vera, porque los ama y porque cree que ellos son, la
gracia de Dios a su lado.
La figura de Don Carlos
María Biedma,
a través de un reportaje a su hijo, el Dr. Carlos J.
Biedma
Publicado el 12
de diciembre de 1955
Lector nuestro: en esta página queremos presentarte
a aquellas personas que de un modo u otro se han ocupado de
los niños, con el fin de hacerlos más felices
y de guiarlos hacia un destino acertado. Lamentablemente,
el tiempo nos ha llevado ya a algunas de esas figuras señeras,
con las cuales hubiéramos querido conversar un rato,
para acercarlas hasta ti. Tal lo sucedido, por ejemplo, con
don Carlos María Biedma, fundador, y durante largos
años director, de la Escuela Argentina Modelo. Sin
embargo, recordamos que al frente de ella se encuentra ahora
su hijo, el Dr. Carlos J. Biedma, y decidimos entrevistarlo
a él para que nos hablara de su padre y nos narrara
episodios de su vida que sabemos que podría interesarnos
a todos.
Así
lo hicimos, y en larga conversación fuimos entresacando
notables aspectos de la vida de este gran educador desaparecido.
Carlos
Biedma nos cuenta que su padre nació en Buenos Aires,
la ciudad de sus mayores; y pasó los días de
la infancia entre el trajín de la imprenta paterna.
Trajo al mundo una enorme desventaja física: era manco.
Pero este detalle, en cambio de anularlo, parece que hubiera
desarrollado su voluntad y su energía. Jamás
se vio disminuido por él. Por el contrario, empeñóse
en no dejar de hacer nada de lo que todos los demás
podían hacer. Y así llegó a destacarse
por una extraordinaria habilidad para toda clase de trabajos
manuales. Muy pequeño, de ocho años apenas,
se manifestó en él una gran pasión por
los estudios geográficos. En su vocabulario infantil,
había encontrado una palabra para responder a las preguntas
de los mayores que lo interrogaban sobre lo que ansiaba ser
en el futuro, "mapero". Es decir, quería
hacer mapas. Y cumplió de veras su gusto. Llegó
a ser uno de los más destacados profesores de geografía
de nuestro medio. Las que fueron sus alumnas de tal materia
en la Escuela Normal Sarmiento, de esta Capital, recuerdan
siempre sus clases, claras y armoniosas.
En este punto de la conversación, manifestamos nuestro
interés por la ya famosa "Mesa Biedma", que
es una creación pedagógica interesantísima.
Carlos J. Biedma, gentilmente, accede a mostrárnosla.
Es realmente digna de ser vista. Constituye una mesa que tiene
un sistema especial que permite construir sobre ella, en relieve,
cualquier mapa, con sus ríos en movimiento (posee desagües),
sus montañas y llanuras, etc. Y tiene también
otras aplicaciones pedagógicas. Pero para hablar de
ella volveremos en otra oportunidad.
Por hoy,
nos allegamos de nuevo al despacho de la Dirección
de la Escuela, y continuamos nuestros requerimientos. Así
es que nos vamos enterando de la brillantez con que el futuro
educador cursó sus estudios en el Colegio Nacional
de Buenos Aires, y que luego coronó los mismos recibiéndose
de abogado, a sugerencia paterna. Sin embargo, nunca ejerció
su profesión, pues se volcó con fervor hacia
la obra educacional. Ya en los primeros años de este
siglo, entre los de 1903 y 1906, se desempeñó
como Vicerrector del Colegio Nacional Sud (actualmente llamado
Bernardino Rivadavia). Durante su actuación como tal,
y como profesor de Geografía y de Castellano, nacieron
en él sus grandes preocupaciones pedagógicas.
La confección de mapas lo siguió inquietando,
y la manera de encarar el Trabajo Manual Educativo lo llevó
a una de sus máximas realizaciones: El Museo Escolar.
Este fue instalado oficialmente por orden del entonces Presidente
del Consejo Nacional de Educación, don José
María Ramos Mejía, y durante largos años,
y con el nombre de Museo Escolar Sarmiento, sirvió
como material de enseñanza fecunda a numerosos alumnos
de las escuelas primarias de la Capital.
Ya en
plena madurez, mientras corría el año 1917 (había
nacido en 1878) va madurando en Carlos María Biedma
la idea de la fundación de una escuela. Y al año
siguiente la lleva a cabo. Con la colaboración de un
grupo de ex alumnas, y en especial con la de la eximia educadora
argentina, Rosario Vera Peñaloza, inaugura en abril
de 1918 la Escuela Argentina Modelo, en un antiguo edificio
de la calle Juncal. Desde entonces, consagra sus desvelos
a "su" escuela. Realiza allí sus ideas pedagógicas
y realiza toda clase de innovaciones y experiencias encaminadas
a mejorar la enseñanza y hacer más grata la
vida escolar de los niños.
El Dr.
Biedma calla un momento, emocionado, e interrumpe su decir.
Por su mente pasan –lo imaginamos– los días
de su propia infancia, recorriendo las aulas escolares bajo
la mirada vigilante de su padre, y su figura serena, reposada,
humana. Modestamente, no nos abre juicio sobre la labor paterna.
Pero nosotros admiramos igual la labor integral de este hombre
que siguió su destino con amor y firmeza, y cuya trayectoria
podría resumirse en ese deseo de ser "mapero"
que asomó a los quince años y culminó,
como dice Octavio Amadeo, en "aquel mapa gigante de tierra
viva" que construyó junto con sus alumnos en el
campo de deportes de la Escuela.
Ahora
nosotros también callamos. No queremos reabrir heridas,
y no interrogamos a su hijo sobre los últimos años
del profesor Biedma. Mientras se hallaba en plena labor, lleno
aún de entusiasmo y vitalidad, falleció imprevistamente
a fines del año 1946. Citemos otra vez a Amadeo:
"Su
recuerdo no necesita del bronce, duro y frío; está
en las miles de almas que él amasó con amor,
hoy desparramadas por todo el país, y que ya forman
una generación modelo, como su escuela, la generación
de Biedma".
Don Jaime Bernstein
Un
prestigioso profesor
Su vida: un ejemplo interesante – Fracasos y triunfos
– La preocupación por el niño –
El jardín de infantes "Platero" – Tribunales
infantiles – La editorial "del niño"
Publicado el 28
de noviembre de 1955
Hoy podríamos contarle, lector, una historia edificante.
Al presentarte a nuestro entrevistado de esta semana podremos
relatarte algo de su vida, para que saques tú mismo
las consecuencias. Lo más curioso es que no te contaremos
la vida de "un niño modelo". Todo lo contrario.
Es la vida de un niño que no brillaba ni por su buena
conducta ni por su rendimiento escolar. Ese niño se
llamaba Jaime Bernstein, y hoy es el distinguido profesor
Bernstein, catedrático universitario, doctorado con
diploma de honor y prestigiosos profesor.
¿Quiere
decir esto que no es necesario esforzarse por ser un buen
alumno, correcto y estudioso? No: quiere decir justamente
lo contrario. Quizás tú eres hoy un mal alumno,
pero lo peor de todo es que estás convencido de que
siempre lo serás, de que "ya no tienes remedio".
Y eso es lo falso. Nuestra historia lo revela así.
Bernstein
era un niño que no entendía muy bien lo que
pasaba a su alrededor en la escuela. Conserva vagos y nebulosos
recuerdos de sus años escolares. Sin embargo, no olvida
al director de la escuela Alberti, que en el tradicional barrio
de Belgrano era una figura conocida y querida por grandes
y chicos. Cosa curiosa y hermosa: ningún niño
le tenía miedo. Pero todos lo respetaban.
Después
Bernstein recuerda su iniciación en el colegio secundario
y sus primeros fracasos. Hasta que cambia de colegio y decide
seguir adelante, no ser más un mal alumno. Y en seguida
llega a ser uno de los mejores. En cuarto año le corresponde
un diploma de honor. ¿Qué nos dices de esto?
No sabemos qué dirás tú. Nosotros pensamos:
esto es un ejemplo de que ningún niño es definitivamente
"mal alumno". Todos pueden salir adelante. Basta
con que lo quieran así y con que pierdan el convencimiento
de que no lo podrán hacer.
Bernstein
es generoso y, además, justo. No olvida a los dos o
tres maestros y profesores que supieron descubrir en él
sus brillantes posibilidades, y que con palabras sinceras,
llanas y amables hicieron nacer en su alma la chispa de la
voluntad y el entusiasmo.
Quizás por esto mismo despertó en él
la vocación por los problemas infantiles. Comenzó
sus estudios en la Universidad pensando en la filosofía,
pero inmediatamente orientóse hacia la pedagogía,
llevado por su deseo de ayudar a los niños. Él
quiere que los niños comprendan la realidad que los
rodea, que entiendan el mundo de las personas mayores. Él
desea que no sientan miedo en ese ambiente, que vivan felices
junto a los adultos, junto a los "grandes" que a
veces atemorizan tanto a los pequeños.
Terminó
sus estudios laureado y felicitado por sus profesores. En
seguida empezó a dictar sus primeras clases. Al poco
tiempo, un grupo de ex alumnas solicitó su ayuda y
consejo para instalar un Jardín de Infantes. De allí
nace "Platero", un delicioso mundillo de niños
donde estos son tan felices como Bernstein lo ansió
siempre. Allí se pone en contacto con el mundo que
los rodea, aprenden a conocerlo y a instalarse en él.
Dos detalles curiosos te contaremos solamente, de entre todo
lo que podríamos narrarte. Allí los niños
(las nenas y los nenes) practican boxeo, como una especie
de juego. Todos se divierten muchísimo, no se lastiman
(está prohibido golpearse en la cara) y los rivales
quedan más amigos que nunca. La regla mejor de este
juego: hay que boxear de frente y sin rabia. ¡El que
se "enrabia" pierde! Y otro dato: en cada grupo
de niños funciona, integrado por ellos mismos, un tribunal
de conducta. Cuando alguno se porta mal, son sus mismos compañeritos,
guiados por la maestra, quienes proponen el castigo para quien
molesta al grupo. Así van aprendiendo que la disciplina
no es algo que los maestros o los padres imponen porque sí,
sino que es un requisito indispensable para poder trabajar
y vivir en sociedad. Quizás, al verlos cumplir esta
labor, Jaime Bernstein piensa en sus años de niño,
y sonríe pensando que estos pequeños no tendrán
sus mismos problemas.
Hoy,
aquel alumno díscolo y finalmente triunfador, es además
el fundador y director (junto con otro colega) de una editorial
que se ocupa especialmente de publicar libros dedicados a
los estudiosos de los problemas infantiles. ¿Sabes
cómo se llama esa editorial? Pues se llama "Paidós".
Y ello significa: "del niño". Es decir, que
ha fundado la "editorial del niño". Ya ves
cómo la preocupación constante de quien hoy
te presentamos has sido siempre tú, es decir, no tú
solo, sino todos los niños.
Creemos que no habrá dejado de serte interesante conocer
a Jaime Bernstein y un poco de su vida.
Y basta
por hoy: ahora tienes tú la palabra. Nosotros concluimos
repitiéndote: "¡no desalentarse nunca y
saber lo que se quiere!" Creemos que vale la pena repetirlo.
Don Ernesto Nelson
Una
figura digna de tu amor
Publicado el 21 de noviembre de 1955
· Un precursor del periodismo infantil.
·
Visitando la casa de Domingo Faustino Sarmiento
·
El "Club de la manito"
·
Esperamos su mano cordial, don Ernesto Nelson
Llegamos
al segundo piso de una casa de departamentos de la calle French
al 2700. Entramos en un cuartito atestado de libros y ya nos
encontramos frente a don Ernesto Nelson. Él no advierte
nuestra emoción. Nos tiende la mano cordialmente, con
un destello de curiosidad en el fondo de sus ojos ancianos.
La inteligencia parece brillar en su frente surcada por más
de ochenta años de vida. Pensamos que ante nosotros
hay un pasaje de la historia de la escuela argentina. De esa
misma escuela a la cual concurres tú, niño;
de esa escuela argentina que don Ernesto Nelson procuró
hacer mejor y más grata, renovándola y vivificándola.
La charla,
amable y fluida, ha comenzado. Y enseguida la gran sorpresa:
esperábamos que don Ernesto Nelson nos hablara de escuelas,
de métodos... y nos hallamos con que es él quien
puede enseñarnos cómo se hace periodismo para
niños. En efecto, nos cuenta que hace ya muchos años
–tantos que es probable que tus papás fueran
muy pequeños aún– fundó el suplemento
semanal de un gran periódico argentino destinado exclusivamente
a los lectores menudos. Se llamaba La nación de los
niños, y ese periódico infantil le sirvió
para fundar con sus lectores el simpático "Club
de la manito". ¿Qué club era este? Pues
el club donde todos se ayudaban, donde todos "se daban
una manito”... ¿No crees que esta figura merece
el homenaje y el respeto de todos los niños argentinos?
Ernesto
Nelson trató siempre de que la escuela no fuera para
los niños un lugar de malos recuerdos. Su anhelo es
que los escolares no vean enemigos en sus maestros, en los
libros o en el simple pupitre. Fue durante más de ocho
años Director del Internado del Colegio Nacional de
la Universidad de La Plata. Los resultados de su obra fueron
excelentes, y como prueba de ello sólo te contaremos
un episodio. Un notable hombre de letras, de nacionalidad
francesa, hizo a nuestro país un viaje cultural, y
fue invitado a conocer este internado. Tan maravillado quedó
de sus métodos y de su organización, que al
año siguiente trajo a su hijo desde París para
que fuera educado en este colegio. Piensa un momento lo que
significa que desde Francia, país de gran cultura y
notable adelanto, se trajera un niño a la Argentina
para ser educado en uno de sus establecimientos pedagógicos.
Los cargos
de Ernesto Nelson han sido muchos y significativos para la
enseñanza nacional. Publicó abundantes obras,
de las cuales citaremos apenas dos o tres de las más
importantes. El analfabetismo en la República Argentina;
La delincuencia infantil; Las bibliotecas en los Estados Unidos
de América; etc.
Ha viajado
por el extranjero en repetidas oportunidades, especialmente
por los Estados Unidos, y conserva de sus primeros pasos por
allí una fotografía autografiada que le dedicó
el famoso presidente de la nación hermana, Teodoro
Roosevelt.
Ernesto Nelson mantiene fresca su memoria, y es capaz de relatarnos
sus visiones de un ayer tan lejano que nos parece imposible
que él lo haya vivido. Imagínate que nos ha
relatado que cuando era un niño de siete años
apenas, iba todos los días hasta la casa de Sarmiento,
¡nada menos!, para llevarle unos libros que su padre
solía prestar al gran sanjuanino. Conserva de aquellas
visitas la impresión de un personaje aquejado por mil
ansias y por deseos de conocerlo todo y de saberlo todo. En
su espíritu infantil, la casa de Sarmiento cobraba
un aspecto fantasmagórico, poblada como estaba por
innumerable cantidad de objetos de toda clase. En su cuarto,
sobre su escritorio, se acumulaban los libros junto a las
probetas para hacer experimentos o las plantas recién
traídas del Delta. Y la pupila infantil de Ernesto
Nelson grabó para siempre la imagen de un ser dispuesto
a aprender sin fatigas.
Y este
hombre ya anciano, que ha conocido de cerca y ha merecido
el homenaje de tan grandes próceres, insiste en negarnos
su propio valor, en afirmar la parquedad de su propia obra.
Casi a regañadientes cuenta del premio que una importante
sociedad cultural le concedió el año pasado,
y ni nos habla de los muchos testimonios de admiración
y encomio que su obra ha suscitado repetidas veces.
Pero
no se engañe usted, don Ernesto: no podrá hacer
que lo olvidemos. No logrará que dejemos de ver en
usted al gran maestro que nos ha enseñado a todos los
demás maestros a hacer mejor nuestra obra, a querer
más al niño, a saber abrirle las puertas de
la vida. Y no dejaremos que los niños argentinos pasen
sin rendir a sus canas el homenaje sencillo de la admiración
que le deben. Por eso hemos querido mostrarlo aquí,
don Ernesto, en estas páginas que son para ellos. Esperamos
que no se nos enoje, y sonriendo desde el fondo de sus años
nos tienda por siempre la mano cordial que nos dio al llegar,
para que así nos aliente a seguir en la tarea de educar
a nuestros niños. O como diría usted: esperamos
que su recuerdo nos dé por siempre "una manito",
como pretendió en aquel Club que fundó por sus
años mozos.
Y maestros
y alumnos seremos amigos constantes, como usted lo quiso y
como lo sigue queriendo. Y como supo hacerlo.
Martha Salotti
Conjunción
de amor, modestia y alegría
Publicado el 14
de noviembre de 1955
Conocíamos su nombre y su obra. Y quisimos que los
niños también la conociesen. Por eso te presentamos
hoy, lectorcito nuestro, a Martha Salotti, maestra que ha
dejado en la labor de la enseñanza hondas huellas de
su amor por los niños y su afán por ellos.
Hela
aquí, frente a nosotros. Le expresamos nuestros deseos
de que nos diga algo de sí misma, para contárselo
a nuestros lectores. Y responde que casi nada tiene que decirnos.
Con trabajo, nos cuenta de su casona antigua, de grandes patios,
en la calle Vicente López. Y mientras los ojos se le
entornan con el sabor del recuerdo, vislumbra unas glicinas
fragantes en el fondo de su infancia. Cursó la escuela
primaria allí mismo en su barrio, y nos cuenta que
el premio recibido que más feliz la hizo, fue el que
le dieron por su gusto por la lectura.
Pero
Martha Salotti se nos escapa del reportaje, En seguida comienza
a hablarnos de sus maestras, quienes la guiaron. Constantemente
habla de los demás. No de ella. Y así nos encontramos
de pronto que estamos oyendo de Rosario Vera Peñaloza,
la eximia maestra argentina que abrió sus pasos en
la senda del amor hacia los niños; o de Gabriela Mistral,
la incomparable poetisa americana a quien Martha Salotti nombra
como su iniciadora en el mundo de la belleza. De esa belleza
que Martha Salotti propone como el mejor alimento para el
alma del niño.
Nosotros
la obligamos a que nos siga contando. Y entonces nos enteramos
de que cursó sus estudios de maestra en la Escuela
Normal Sarmiento, y que luego se graduó de profesora
de Ciencias Naturales en el Instituto del Profesorado Secundario.
Pero su norte, su afán, son los niños. La escuela
primaria la alegra. Apenas recibida de maestra, comienza su
labor en una escuela nueva, recién creada, en la calle
Las Heras. Además, junto con otro gran educador, el
profesor Carlos M. Biedma y su inolvidable Rosario Vera Peñaloza,
se inicia como maestra fundadora de la Escuela Argentina Modelo.
Allí estuvo al frente del Jardín de Infantes,
y comenzó a asombrarse de lo hermoso que era estar
frente a los niños: "¡Treinta y seis niños
de cuatro años!", nos dice, y su voz refleja una
alegría enorme, y un gozo verdadero por aquellas jornadas.
Porque
Martha Salotti nos insiste en que ella realmente se sentía
contenta con sus alumnos, era feliz con ellos. Y nos descubre
su secreto: "Hay que dejar en libertad al niño,
hay que dejarlo manifestarse". Y luego: "basta acercarse
a él". Y agrega una frase pequeña, pequeñita
en palabras, pero hermosa en sentido: "¡Lo que
enseñan los niños!" Porque Martha Salotti
–¿no te asombras, lector?– es una maestra
que confiesa haber aprendido infinitamente de sus alumnos.
Y nos repite sin cesar: "Los niños me enseñaron".
En su
modestia, no nos habla de sí misma. Habla de sus maestras,
habla de sus alumnos. Y en sus ojos serenos, muy serenos,
se refleja un hondo amor por la tarea que cumplió tan
notablemente. He aquí que volvemos a insistir, y nos
dice algo de sus obras. Su primer libro: Juguemos en el bosque,
destinado a hacer que los niños aprendieran Ciencias
Naturales como jugando con las cosas que los rodean. Después
Enseñanza de la lengua, en el cual se revela su capacidad
didáctica y su experiencia docente. Hace unos años
publicó La lengua viva, que responde a su preocupación
permanente por solucionar el problema de la enseñanza
del lenguaje en las escuelas, ayudando al niño a expresar
su mundo.
Hace
ya un buen rato que estamos conversando plácidamente,
sin sentir cómo transcurre el tiempo. Podríamos
quedarnos mucho todavía. La palabra suave de esta mujer
nos inunda con dulzura; y toda ella irradia serenidad, segura
confianza, optimismo. El cabello blanco ya casi domina, enmarcando
su rostro. Y, sin embargo, a pesar de sus largos años
de trabajo advertimos la voluntad siempre tensa para la labor.
Podríamos contarte mucho más. Pero nos contentamos
por hoy con decirte que al ponernos de pie, y al despedirnos,
mientras decíamos nuestro agradecimiento por su gentileza,
pensamos que realmente era mucho lo que Martha Salotti nos
había enseñado. Y queriendo darte a ti, que
nos lees, un mensaje directo de ella, le pedimos unas palabras
para los lectores menudos de Mundo Infantil. Escucha, y no
te asombres. Escucha y di si no es admirable. Martha Salotti
nos ha respondido:
? Pues...
digan a los niños que lean cuentos de hadas...
Y ante
nuestra asombrada mirada concluye:
? ...
si quieren aprender matemáticas.
Y nos
dice que sí, que hay que abrir la imaginación
de los niños. Y mostrarles por las rutas de la fantasía
el mundo alado de los sueños, de las esperanzas y de
las ilusiones. Martha Salotti confía en la belleza,
en la poesía, en el amor y en la alegría. Ya
sabes, pues, lector amigo, cuál es el consejo oportuno:
¡Qué
lean cuentos de hadas... si quieren aprender matemáticas!
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