Mundo Infantil

N. del E.: Se han incluido en estas obras los reportajes y cuentos que, sin duda, pertenecen al profesor L. J. Zanotti. Casi no dudamos, dado el acceso que se ha tenido a sus archivos personales, que es mucho más lo que queda sin reproducir y que también le pertenece. No obstante, no se tiene pruebas fehacientes de lo anterior.

 

Reportajes


Arturo Capdevila

Publicado el 26 de marzo de 1956


Nos hallamos hoy frente a Arturo Capdevila. Una amplia sonrisa y un gentil saludo nos reciben con tanta cordialidad que inmediatamente nos sentimos como en lugar amigo. Sin embargo, una sensación de timidez nos embarga: hoy que venimos a entrevistar al académico de letras, al miembro de la Academia de la Historia, al miembro correspondiente de la Real Academia Española, al poeta laureado, al historiador fecundo. Pero al instante la charla es cordial y fluida. Así, surge de los labios de don Arturo Capdevila, que después de haber brindado numerosas obras de gran vuelo, sintió el imperioso deseo de volcar su pluma en páginas destinadas al lector menudo, para colmar su alma de belleza y de sabiduría. El mismo nos aclara cómo llegó a este camino: " Mi primer encuentro con el niño –nos dice– es un encuentro conmigo mismo en "Córdoba del recuerdo". Y nosotros podemos agregar, con grata nostalgia, que hemos saboreado, en los años iniciales de nuestra vida, las páginas sabrosas, plenas de colorido, de ese libro precioso, que aún hoy releemos con gusto y provecho. A don Arturo Capdevila casi no necesitamos interrogarlo sobre su infancia: ella ha quedado narrada en las páginas del volumen que acabamos de mencionar. En ellas pasan en visión fugaz los años de su niñez cordobesa, corriendo por las serranías que estaban muy cerca de la ciudad, o estudiando en los colegios de la "Docta". Y de esta época nuestro entrevistado de hoy nos guarda una bella observación. Cuenta que siendo él muy pequeño solía detenerse a escuchar a los arrieros que llegaban desde la campaña de la provincia hasta la casa de sus padres, trayendo los productos del campo, y acostumbraban hacer sus relatos de hechos y sucedidos en los patios coloniales. Mientras los mayores oían atentos, él y sus hermanos hacían otro tanto, sumamente interesados en lo que aquellos hombres decían.

"Y sin embargo –nos explica– ninguno de esos arrieros se preocupaba de hablar para los niños". Y concluye su idea: "No es indispensable escribir de manera especial para el niño. Hay que escribir sobre cosas que le gusten, que le interesen. Y entonces él las leerá".

En seguida nos cuenta cómo fueron apareciendo sus libros de lectura, en colaboración con el profesor Julián García Velloso. Y finalmente hablamos de sus cuatro libros sobre el tema de San Martín. Don Arturo Capdevila quería que San Martín fuera conocido y amado por los niños todos. Que estos tuvieran a su alcance una biografía completa del héroe, accesible a su inteligencia y a su gusto. Y así fueron apareciendo los cuatro libros que encierran no sólo las hazañas sanmartinianas o los hechos de su vida, sino también la historia toda de nuestra tierra descripta en sus usos y costumbres.

Es muy probable que los lectores de nuestras páginas conozcan ya a "Remeditos de Escalada", la deliciosa biografía de la esposa del Gran Capitán: o a "La infanta mendocina", bella historia de su hija; o "El niño poeta", que grabó para siempre en el recuerdo la figura del San Martín hogareño, y que dio nombre al monumento que en nuestra ciudad se alza en la plaza "Grand Bourg".

Arturo Capdevila nos habla con gran cariño de estas obras. Y prefiere que dejemos hoy en el olvido su numerosa producción literaria, tan bien conocida en todos los países de habla castellana y aún en los de otros idiomas, para explicarnos la profunda admiración que guarda hacia nuestro prócer máximo, diciéndonos que es uno de los pocos casos en la historia en el cual el héroe une a su talla gigantesca la dimensión simple del hombre de hogar, del padre, del abuelo.

Y esto es lo que él ha querido hacer resaltar ante los ojos infantiles.

Interrumpimos por un momento la conversación. Y pensamos que sin duda bien merece Arturo Capdevila que los lectores de "Mundo Infantil" le rindan su tributo de cariño. Porque sabe dejar sus obras magnas, para volcarse con fervor a estas que van hacia la infancia, con la serena belleza y el grave prestigio que emana de su pluma consagrada muchos años atrás.

Son muchos los datos que podríamos agregar. Pero no creemos que haga falta saber ahora que ese gran escritor es abogado y doctor en leyes, o que ha sido profesor de literatura y de filosofía. Y aunque sí sería muy interesante contar sus andanzas por las tierras de Europa, y sus recuerdos de España y de Italia, o las anécdotas juveniles de sus estudios en el tradicional colegio de Montserrat en la provincia natal, hemos de sacrificar todo ello para conceder buen lugar al mensaje que el poeta quiere dar para los niños cordobeses.

Pues ocurre que cuando le preguntamos si tiene algo especial que decir a los niños argentinos, nos expresa con energía: "Sí. Tengo algo que pedirle a los niños de Córdoba: que hagan un gran movimiento infantil para pedir al actual intendente de la ciudad, hijo dilecto de ella y descendiente de grandes hombres de la misma, que restablezca en su belleza maravillosa al que fue el más hermoso paseo de América: el Parque Colón. Porque sucede que actualmente ese parque, antes ornado de estatuas, bordeado de canteros con flores diversas, poblado de fuentes, lleno de árboles de todos tipos y deleite de niños, de pájaros y de ancianos, es un triste baldío, deshecho, destrozado por manos que no supieron valorarlo. Eso quiero decir a los niños de mi tierra: que sean ellos los que logren su reconstrucción."

Y nosotros creemos que hacemos bien en cerrar aquí, con estas palabras, nuestro reportaje. Dejando que resuene en los oídos de la infancia estas voces que reflejan un pedido: pedido de poeta, que no será ignorado.

Noventa años consagrados a la niñez y la enseñanza

 


Don Francisco Brunet

Publicado el 12 de marzo de 1956


Acabamos de llegar a La Plata, la pequeña y bella ciudad capital de la provincia de Buenos Aires. Un corto trayecto nos lleva hasta la calle 7. Es esta una hermosa avenida, ancha y arbolada. Detenemos nuestros pasos frente al número 1215. La casa aparenta ser muy antigua, y una vez dentro de ella, la impresión se confirma. El patio cuadrado, bordeado de macetas, tiene un sabor a cosa de antes que se hace amable. ¿Qué hemos venido a hacer aquí? ¿A quién buscamos en esta casona ya tan vieja? Pues al señor que vemos acercarse justamente ahora: su barbilla blanca enmarcándole el rostro oval, sus ojos fatigados, su andar lento, sus manos delgadas, nos revelan una vida larga y, sin duda, bien aprovechada. Es don Francisco Brunet, que en estos días ha de cumplir sus noventa años. Nos tiende la mano, nos invita a pasar a un cómodo saloncito, nos sentamos, y comienza a conversar con nosotros, a hilvanar recuerdos, a desmadejar emociones. Don Francisco Brunet es un viejo maestro que actuó en la provincia de Buenos Aires desde la temprana edad de los quince años, allá por el 1881. Y no desmayó nunca en su preocupación por la enseñanza y la niñez. Pues aún hoy sigue hojeando sus libros y sus papeles, ansioso de no olvidar sus trabajos, y no hace todavía diez años que dejó de ocuparse concretamente de los asuntos pedagógicos. Creemos que ya son méritos suficientes como para que le concedamos un lugar en nuestra página...

Queremos saber algo de la infancia tan lejana de nuestro entrevistado de hoy. Y él, en persona, nos dice que ha nacido en 1866 en la ciudad de Buenos Aires. Pero pronto partió de ella. Su padre, comerciante de origen francés (falleció a los 104 años; hemos visto su gallarda figura de joven en su hermoso daguerrotipo), partió a la campaña. Y se radicaron en Merlo. Allí, a los quince años, como ya dijimos, fue nombrado ayudante en una escuela pública. Y no abandonó jamás la tarea. Al poco tiempo es subpreceptor; luego, director de la misma escuela. Tenía apenas veinte años. Dos lustros después es inspector de escuelas de la provincia, todavía no ha llegado el siglo actual. Estamos en 1896. Por esta época se traslada a una casa amplia, de grandes patios y muchas piezas, en la ciudad de La Plata, recién fundada por Dardo Rocha. Y no se mueve de ella hasta el día de hoy. Sí, lector: es la misma casa a la cual llegamos hoy con asombro y con alegría. La voz del maestro Brunet, que tiembla un poquito a veces, es, sin embargo, firme y segura para traernos sus recuerdos. A pesar que son muchos. Pues luego fue subinspector general; después inspector de escuelas normales de la Nación; director de una escuela normal, y, en 1919, presidente del Consejo Escolar de la ciudad en que aún reside. Grandes figuras de la educación argentina estuvieron a su lado. Él nos ha recordado con gran cariño la honda amistad que lo unía a otro gran maestro: don Pablo Pizzurno. Y mientras conversa, ilustres nombres pasan por sus labios. Nombres de aquellos que convivieron con él las jornadas de lucha y de acción tesonera por una niñez mejor, por hombres mejores: Berra, Carbó, Alejandro Korn. Y la figura insigne de Víctor Mercante, el ilustre pedagogo, que fue su alumno en segundo y quinto grado.

Pero con ser todo esto mucho, todavía no es bastante para su alma inquieta y preocupada por mejorar la escuela primaria, atento a la inspiración de Sarmiento. En 1905 funda la "Revista de Instrucción Primaria", dirigida a los maestros en especial, pero que beneficia altamente a los niños, pues permite que la enseñanza resulte más fructífera y se perfeccione día a día. Durante más de cuarenta años consecutivos se publica sin interrupciones esta revista, algunos de cuyos ejemplares, de épocas muy distintas, tenemos en nuestras manos. Mientras los hojeamos, don Francisco Brunet, que fue su director de siempre, nos indica los artículos más interesantes, nos muestra su compaginación, nos explica sus propósitos. Y comprendemos que cuando hace apenas ocho años decidió interrumpir su larga publicación, lo ha hecho con pena profunda, y que no habrá sido, ciertamente, por falta de entusiasmo para proseguir la obra.

Levantamos la vista, y mientras oímos por un momento el diálogo entre el maestro Brunet y su hija, pleno de añoranzas y de hermosas jornadas, detenemos nuestro pensar en la riqueza de una vida así lograda, entregada por entero a una vocación, a un ideal, obtenidos en forma total. Comprendemos ahora la justicia del homenaje que los Institutos Almafuerteano y Belgraniano de La Plata le han rendido en septiembre del año pasado, en ocasión del Día del Maestro. Y entonces, hemos creído que era justo y bueno que los lectores de nuestra revista supieran de su vida y de su labor, para que en estos días de su nonagésimo año, le rindieran el sencillo tributo de su mirada detenida un instante en su estampa, y de su corazón latiendo un segundo en son de cariño por el que fue maestro de tantos niños.

 


Marisa Serrano Vernengo


La maestra inigualable


Publicado el 20 de febrero de 1956

 

He aquí que estoy al fin frente a Marisa. Ella es pequeña, de rostro redondo y de voz muy suave. Cuando Marisa nos habla, su voz nos gana el corazón y las ideas que dice se nos presentan más claras. Ya hemos empezado a conversar. Como siempre, yo quiero saber de su infancia, de sus años primeros. Entonces, me entero que ella ha nacido en una hermosa ciudad de la costa española: en Málaga. Pero muy niña aún –ni seis años siquiera– llegó a nuestras tierras, y por siempre se asentó en ellas. Por eso podemos decirte, lector, que Marisa Serrano Vernengo es en verdad argentina. Pasó sus días infantiles en un barrio porteño. Caballito al Sur, pleno de calles de tierra y grandes zanjones. Muy bajita y muy delgada, todos los vigilantes de la zona, creyéndola más chiquita de lo que era, acostumbraban levantarla en brazos para cruzar las calles embarradas y sortear los charcos enlodados.

Mientras Marisa habla, yo entrecierro mis ojos, y distrayéndome un tanto, recuerdo. Estoy en quinto grado, en una escuela de la calle Lambaré. Una maestra me habla con voz serena, y me dice palabras muy bellas. Me enseña a ser sincero, a ser honesto, a amar la vida, a tener ideales, a despertar a un mundo nuevo. Es una maestra que guía admirablemente a sus alumnos, los comprende, los libera de sus temores o de sus angustias. Es Marisa. Ha llegado a la escuela por un camino de amor. Ningún alumno de Marisa la ha olvidado. Todos recuerdan el paso por su aula como un deslumbramiento.

Reabro mis ojos y aquí está, otra vez frente a mí. Ahora no soy su alumno: estoy convertido en cronista. Y casi siento la tentación de levantar la mano, como hacía en quinto grado, para pedirle permiso para hablar. Pero no levanto la mano. Simplemente pregunto. Y Marisa, espontánea y cordial, me responde.

Así podemos decirte, lector, que terminó sus años escolares viviendo cerca de Plaza Lavalle, sobre cuyos bancos jugaba al circo; y que luego inició sus estudios de maestra en la escuela Normal Nº 8. Allí recibió la luz pedagógica de un gran maestro que formó su vida en el campo educacional: don Carlos N. Vergara, uno de los más altos espíritus de la escuela argentina. Marisa sintió nacer un ansia incontenible por renovar toda la vida de la escuela: por brindar a los niños una educación mejor: por hacer que la enseñanza rindiera mejores frutos. Y desde entonces, su vida es una línea recta tendida en un solo esfuerzo: la educación.

No ha cejado nunca en su lucha. En el campo práctico de la labor escolar ha actuado como maestra de grado en escuelas primarias durante más de veinte años. Allí ha puesto lo mejor de sí, y ha entregado sus fuerzas sin medida realizando sus grandes experiencias. Ahora yo no necesito preguntarle si tuvo éxito en ellas. Me basta recordar lo que he vivido siendo su alumno. Y bastaría, en todo caso, preguntarle eso mismo a cualquiera de los que también tuvieron la dicha inmensa de ser sus alumnos.

Marisa brinda a los niños que están en su grado toda la libertad necesaria. Con ella, los niños dicen lo que sienten, sin limitaciones de ninguna clase. Y así obtienen pensamientos bellísimos, ideas fecundas, poemas deliciosos. Con ella, los niños pintan y crean un mundo de maravillosa plasticidad y expresan sus sentires más íntimos, aún aquellos para los que la palabra no alcanza. Y también aprenden con gusto, sin violencias. Y además crece su espíritu, y la personalidad se forja en ellos fuerte como los troncos robustos.

Fuera del aula, la labor de Marisa ha sido amplia y fecunda. Ha participado en numerosos congresos, nacionales y extranjeros, en los que puso en claro sus ideas pedagógicas. Ha publicado varios libros en los cuales desarrolló sus teorías; y otros donde nos brinda poemas de delicada inspiración y exquisita forma. Entre ellos podemos citarte: "Conciencia de la educación". "Niños", "Poemas de los cuatro vientos", etcétera. Sus conferencias en distintos círculos culturales han sido abundantísimas. Ha dictado cursos en el Ateneo Iberoamericano y en otras instituciones culturales. Sus estudios de filosofía y psicología, realizados todos en forma libre, y algunos bajo la dirección de los mejores profesores, la configuran como una real autoridad en su especialidad.

Ha viajado por el interior del país y por el extranjero. Durante esos viajes ha aprendido y ha enseñado.
Actualmente está orientada hacia las investigaciones psicológicas en particular; y además de algunas actividades en el campo de la psicotecnia del trabajo, dirige con marcado éxito un Atelier de Recreo Educativo para niños y un Ateneo Juvenil. Este último es, en verdad, la nueva vida que Marisa ha otorgado a una vieja creación suya: la Asociación de Ex Alumnos Carlos N. Vergara, que creó personalmente y sostuvo largos años. Con los jóvenes que la integraban, y con los alumnos de quinto grado de la escuela Manuel Solá creó una revista escolar, denominada "Nuestra Voz", que fue un modelo de sinceridad y de real labor infantil.

El tiempo ha pasado, inexorable. Nuestra entrevista toca a su fin. Marisa sigue frente a mí, con su rostro redondo, su mirada dulce, su voz armoniosa. Y yo pienso que todavía ella nos ha de brindar mucho más, y que los niños todos tendrán todavía más cosas que agradecerle. Vuelvo a entrecerrar mis ojos, y la veo ahora partiendo desde un punto lejano en el tiempo, avanzando hacia todos los niños por medio de un camino de amor, hacia un destino de dicha para todos ellos. E imagino a los niños que se toman de la mano y forman una inmensa ronda en su torno, y que de la ronda brota un canto de gracias a Marisa, por haber sido la maestra inigualable, la maestra maravillosa.

 


Augusto Mario Delfino

Publicado el 6 de febrero de 1956


En esta página acostumbramos presentar a nuestros pequeños lectores a aquellas personas que en el campo del arte, de la ciencia o de cualquiera otra actividad se han dedicado preferentemente a los niños. Hoy haremos una excepción. Porque Augusto Mario Delfino no es un escritor para niños. No ha escrito para el mundo de la infancia. Y sin embargo, merece la gratitud de todos los pequeños del mundo. Porque ha sabido llegar hasta ellos con esa intuición genial del artista que capta en un solo trazo el alma de sus personajes. Y sus personajes son, muy a menudo, niños.

Muchos cuentos ha escrito Delfino. En la mayoría de ellos vive la niñez. Aquella niñez igual a la que viven hoy los lectores de nuestra revista, la que hemos vivido nosotros, la que vivirán los niños en todo lugar. Allí están sus penas, sus angustias, sus alegrías, sus dolores, sus temores, sus pasiones, sus fantasías. A los hombres grandes les intriga en ocasiones saber qué y cómo piensa un niño. Pues bien: Leamos los "Cuentos de Nochebuena". Y estaremos ciertos de saber qué y cómo piensa un niño. Ahí nos encontraremos con María Pastor, la chiquilla que se asoma al patio de una casa de departamentos y oye por la ventana del cuarto de baño las voces del mundo que entran en su espíritu. Y allí aparece Albertito, junto con Adrián, su papá, eligiendo al mejor de los tres granaderos que le acaban de regalar, seguro de sí mismo, firme en su decisión de cinco años. Y también está Susy –cuatro años apenas– que ya conoce en el corredor los pasos de ese hombre que llama papá, y al cual espera todos los días para evitar que tropiece en la oscuridad que le aguarda a su llegada. Y finalmente está Agustín. Agustín es un niño de ocho años que quiere ver los fuegos artificiales. Y los únicos resplandores que llegan a sus ojos son los del revólver que mata a su papá y los del incendio de la fábrica de cohetes donde trabaja.

No nos asustamos, lector menudo, de contarte esto. En tu cabeza, aún infantil, sabemos que ya rondan cosas tristes y difíciles junto a las alegres y fáciles. Sabemos que la vida entera te está inundando. Y Augusto Mario Delfino te conoce tan bien –por obra del milagro de su alma de poeta que hilvana palabras en prosa– que ha puesto de la vida de la infancia todo lo que de ella es propio: lo amargo y lo risueño, lo que nos atemoriza y lo que nos empuja gozosos hacia el futuro.

Cuando hemos interrogado a don Augusto Mario sobre cómo ha hecho para llegar hasta el sentir de los niños, él nos ha dicho cosas vagas. Y nos ha hablado de su hijo. De su hijo ya mozo, de diecisiete años hoy, y a quien él ha mirado mucho, mucho. Pero nosotros adivinamos que su hijo es sólo una parte de su sabiduría. La otra él no la conoce. Él no sabe de dónde le ha llegado. Nosotros –irreverentes– creemos saberlo: le nace del fondo cabal de su humanidad sensible, de su ternura a flor de pluma, de su mirada descubridora de las raíces más profundas. Y sube en él como marejada incontenible desde la lejanía de sus años orientales, allá en el barrio del Paso del Molino, en nuestra hermana ciudad de Montevideo, donde transcurrieron sus días primeros. De sus ojos no se ha borrado el patiecito de baldosas rojas, con aljibe rústico, donde jugó en los días en que nacía, lentamente, a la vida del hombre. Ni se han borrado sus compañeros de escuela; ni tampoco sus imágenes porteñas, grabadas en viajes constantes y en afincamiento total, al fin. Con esta sabiduría grande nos ha explicado algo que todos los maestros y los hombres de espíritu tierno queríamos saber: por qué "Corazón", el inmortal libro de Edmundo D'Amicis, gusta tanto a todas las generaciones. Basta leer su artículo al respecto para que entendamos enseguida lo que siente el niño que lee "Corazón".

No, don Augusto Mario. Perdónenos usted: no era sólo su hijo el que estaba leyendo "Corazón" aquella tarde en que usted se inspiró para escribirnos esa página admirable. Eran todos los niños que conoció en su vida; todos los que vio jugando en los barrios pobres que ha recorrido en sus años; todos los que vio trabajando en las fábricas; todos los que guarda en su alma, sin que usted se dé cuenta. Y no se disminuye por eso el amor a su pequeño hombrecito: en él ha concentrado usted su amor a la infancia entera, que llevaba inundándolo totalmente y buscaba derramarse.

He aquí, pues, por qué traemos la figura de Augusto Mario Delfino a esta página. No ha escrito para niños. Ha escrito cuentos con niños. Sin ser maestro. Sin ser psicólogo. Sin pretender enseñarnos nada. Y nos ha enseñado mucho. Nuestros lectores pequeños, esos que ya no lo son tanto y gustan leer esta página, recordarán dentro de algunos años a este autor al que hoy decidimos honrar, y leerán sus cuentos. Entonces se reencontrarán a sí mismos. Y le dirán, como yo le digo, porque fui niño y soy maestro: ¡Gracias!

 


Olga Cossettini

La gran maestra santafesina

Publicado el 16 de enero de 1956


Por esta página te hemos ido presentando hasta ahora, a diversas personas que creemos merecedoras de tu gratitud, por haberse ocupado de que la vida de los niños fuera más bella y más grata. Hoy traemos hasta ti la presencia de una gran educadora, pero esta vez hemos debido ir a buscarla un poco lejos. Pues no solamente en la gran ciudad capital se hallan los buenos maestros o las grandes personalidades. Por los anchos caminos de la patria toda se encuentran los hombres y las mujeres que luchan, sueñan y se esfuerzan por hacer mejores a los seres y más próspera y grande a la Argentina.

Aquí, en Rosario, la segunda ciudad de la República, reside Olga Cossettini. Ha sido una de las precursoras de la reforma de los métodos escolares, y desde hace muchos años brega por imponer a la vida de la escuela un tono de libertad y de armonía en consonancia con las mejores teorías pedagógicas.

Olga Cossettini nos habla, en primer término, de su infancia. Sus palabras son tan hermosas, que preferimos callar nosotros y dejar que escuches su propia voz:

"Nací en un pueblo de la provincia de Santa Fe, en la escuelita de mi padre. Un caballo grande de madera que él había talado me servía de hamaca, y no sé por qué su recuerdo quedó para siempre ligado a mi memoria. Recuerdo mis largos juegos en el jardín y el huerto en los que solía juntar semillas, flores e insectos, y más de una vez me quedé dormida entre el verdor de las lechugas y de las matas de verbena. Mi padre, buen maestro, tenía un teatro de títeres, una linterna mágica, una lupa grande, muchos libros, un largavista y un banco de carpintero. Mi madre meció con suavidad la infancia de sus muchos hijos, y tengo además de ella muy hondo el recuerdo de su voz dulcísima y tierna, entonando las canciones populares del Piamonte, donde nació."

Y ahora Olga Cossettini calla y hace una pausa. Sospechamos que es de ahí, de esa su infancia maravillosa, entre su padre con el teatro de títeres y la linterna mágica y la madre con sus canciones nostálgicas, de donde arranca su ansia de ver felices a los niños.

Cursó la escuela primaria también en su provincia natal, y se graduó de maestra en Coronda, pequeña ciudad situada no muy lejos del río Paraná, en plena zona cerealera.

Ya en plena acción docente, aplicó los primeros métodos de educación activa en la escuela Normal de Rafaela, aproximadamente por el año 1930. Frutos de esta experiencia quedaron recogidos en un libro que tituló "Escuela Serena".
Preguntamos a Olga Cossettini por sus tareas, que sabemos muy útiles, en el campo de la educación estética. Y nos enteramos que a partir de 1935, siendo ya directora de la escuela experimental doctor Gabriel Carrasco, de Rosario, realizó una completísima labor en tal sentido, ayudada por su hermana Leticia (otra gran maestra de quien te hablaré más detenidamente en otra oportunidad). Nos recuerda, emocionada, que la presentación de ciertas estampas de "Platero y yo" hicieron lagrimear de gozo al propio autor de la obra, Juan Ramón Jiménez, durante la visita que les hizo.

Cuando en 1950 fue separada de su magnífica labor por manos groseras que no podían entender su obra, refugióse en la tarea de reeducación de dos niños con graves deficiencias, y se volcó en su nueva tarea con ininterrumpido fervor.

Actualmente, además de desempeñarse como interventora en la escuela Normal de Casilda, y como secretaria general de la filial de Rosario del Colegio Libre de Estudios Superiores, prepara un plan general de educación para adultos.

Olga Cossettini ha viajado además por diversos países de América y tiene publicadas varias obras, como por ejemplo: "Escuela viva", "El niño y su expresión", "Teatro de niños", etcétera.

Pero lo más valioso de ella es el afán permanente que le encontramos por seguir "haciendo" en bien de los niños; por continuar dando a la escuela el vigor de su mente y la fuerza de su vocación.

Por encima de los momentos duros, Olga Cossettini impone su afán, y el transcurrir de los años sólo acrecienta su fe. Desde el rincón en el cual leas esta revista, aliéntala tú también, lector, con esa calladita palabra de agradecimiento que brota del corazón y llega, a través del silencio, hasta el alma de quienes laboran por ti.

 



María Elena Saavedra Basavilbaso

Publicado el 2 de enero de 1956


María Elena Saavedra Basavilbaso nos recibe con dulzura y amabilidad. Su voz, templada, grave, armoniosa, y su decir lleno de sinceridad y emoción, hacen que nuestra tarea sea esta vez gratísima. El amor por los niños desborda de su espíritu, y se derrama caudaloso en todas las palabras. Fuimos a entrevistarla pensando en la profesora de literatura infantil, pues como tal se desempeña en el Profesorado Nacional de Jardín de Infantes, pero apenas iniciada la entrevista, la conversación se desvió hacia su labor de maestra. Así es que nos enteramos que para ella la presencia constante de los niños es su real ideal de vida, su satisfacción más grande. Se le ilumina el rostro y su voz se armoniza cuando nos habla de sus alumnos de primer grado superior. Ha sido maestra en todo los grados, pero prefiere notablemente a los niños pequeños Y nos dice una verdad magnífica: "Es necesario dejar de hablar a los niños; es indispensable permitirles que salgan de sí mismos, que vuelquen hacia fuera el mundo maravilloso que tienen dentro. "Y agrega: "Las maestras que no oyen a sus niños se rebanan la fiesta."
Y en esta pequeñita frase se resume la vocación toda de María Elena Saavedra Basavilbaso, la maestra que no pide silencio a sus alumnos, sino que, por el contrario, les pide que hablen, que expresen su alma. Por esto mismo se ha orientado hacia los estudios de literatura infantil. Ella misma confiesa que se sintió, desde sus primeros momentos en la docencia, preocupada por la dificultad que tenían los niños para interpretar las lecturas escolares. Y comenzó una búsqueda empeñosa por la literatura infantil de todos los países, estudiando a fondo qué era lo que a los pequeños podría interesarles o gustarles. De tal manera fue formando su saber, y hoy la contamos como una de las mejores especialistas en la materia.

Su gusto por la tarea docente viene de lejos. Niña aún, recuerda que en la vieja casona familiar, en la calle Anchorena, gustaba poblar el patio, grande y antiguo, con hamacas, juegos y hasta un aljibe, con todos los niños de la vecindad. Y en medio de una sonrisa que revela esfumados recuerdos, nos cuenta que a menudo recibía más de un reto severo por esa costumbre.

Su visión del pasado gusta detenerse en la escuela "Gregoria Pérez", a la cual añoró siempre, y de la cual lamentó alejarse después de cuarto grado. De ella conserva fresca y luminosa la visión de su maestra de segundo grado, a quien quiso con toda la hondura de su alma niña. Hoy sólo aspira a que sus alumnos la quieran a ella tanto como ella amó a su maestra de segundo grado.

Impulsada por un afán propio –ya que en su familia más bien trataron de disuadirla–, siguió estudios de magisterio en la Escuela Normal Nº 8 de esta capital, y los completó luego con el profesorado de Castellano y Literatura en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario.

Cuando se fundó el profesorado "Sara E. De Eccleston", para maestras jardineras, hace diecinueve años, fue de las primeras en colaborar en la obra, y desde entonces continúa en su cátedra, enseñando a las futuras maestras de jardín de infantes el caudal de su ciencia y transmitiendo la fuerza de su amor.

En sus años adolescentes publicó un pequeño tomo de poesías: "Estrofas vividas" y desparramados en diarios y revistas se encuentran algunos cuentos suyos. Actualmente está preparando una colección que resuma lo más bello o lo más interesante de todo lo que ha ido recogiendo de boca de sus alumnos a través de sus años de labor.

Y al terminar nuestra entrevista, María Elena Saavedra Basavilbaso quiere enviar un mensaje a todos los niños por intermedio de estas páginas de Mundo Infantil. Quiere decirles algo muy simple y muy hermoso: que ha vivido solamente para ellos desde hace casi veinte años, y que no quisiera que jamás, en un solo instante de su vida, faltaran de su vera, porque los ama y porque cree que ellos son, la gracia de Dios a su lado.

 


La figura de Don Carlos María Biedma,
a través de un reportaje a su hijo, el Dr. Carlos J. Biedma

Publicado el 12 de diciembre de 1955


Lector nuestro: en esta página queremos presentarte a aquellas personas que de un modo u otro se han ocupado de los niños, con el fin de hacerlos más felices y de guiarlos hacia un destino acertado. Lamentablemente, el tiempo nos ha llevado ya a algunas de esas figuras señeras, con las cuales hubiéramos querido conversar un rato, para acercarlas hasta ti. Tal lo sucedido, por ejemplo, con don Carlos María Biedma, fundador, y durante largos años director, de la Escuela Argentina Modelo. Sin embargo, recordamos que al frente de ella se encuentra ahora su hijo, el Dr. Carlos J. Biedma, y decidimos entrevistarlo a él para que nos hablara de su padre y nos narrara episodios de su vida que sabemos que podría interesarnos a todos.

Así lo hicimos, y en larga conversación fuimos entresacando notables aspectos de la vida de este gran educador desaparecido.

Carlos Biedma nos cuenta que su padre nació en Buenos Aires, la ciudad de sus mayores; y pasó los días de la infancia entre el trajín de la imprenta paterna. Trajo al mundo una enorme desventaja física: era manco. Pero este detalle, en cambio de anularlo, parece que hubiera desarrollado su voluntad y su energía. Jamás se vio disminuido por él. Por el contrario, empeñóse en no dejar de hacer nada de lo que todos los demás podían hacer. Y así llegó a destacarse por una extraordinaria habilidad para toda clase de trabajos manuales. Muy pequeño, de ocho años apenas, se manifestó en él una gran pasión por los estudios geográficos. En su vocabulario infantil, había encontrado una palabra para responder a las preguntas de los mayores que lo interrogaban sobre lo que ansiaba ser en el futuro, "mapero". Es decir, quería hacer mapas. Y cumplió de veras su gusto. Llegó a ser uno de los más destacados profesores de geografía de nuestro medio. Las que fueron sus alumnas de tal materia en la Escuela Normal Sarmiento, de esta Capital, recuerdan siempre sus clases, claras y armoniosas.
En este punto de la conversación, manifestamos nuestro interés por la ya famosa "Mesa Biedma", que es una creación pedagógica interesantísima. Carlos J. Biedma, gentilmente, accede a mostrárnosla. Es realmente digna de ser vista. Constituye una mesa que tiene un sistema especial que permite construir sobre ella, en relieve, cualquier mapa, con sus ríos en movimiento (posee desagües), sus montañas y llanuras, etc. Y tiene también otras aplicaciones pedagógicas. Pero para hablar de ella volveremos en otra oportunidad.

Por hoy, nos allegamos de nuevo al despacho de la Dirección de la Escuela, y continuamos nuestros requerimientos. Así es que nos vamos enterando de la brillantez con que el futuro educador cursó sus estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, y que luego coronó los mismos recibiéndose de abogado, a sugerencia paterna. Sin embargo, nunca ejerció su profesión, pues se volcó con fervor hacia la obra educacional. Ya en los primeros años de este siglo, entre los de 1903 y 1906, se desempeñó como Vicerrector del Colegio Nacional Sud (actualmente llamado Bernardino Rivadavia). Durante su actuación como tal, y como profesor de Geografía y de Castellano, nacieron en él sus grandes preocupaciones pedagógicas. La confección de mapas lo siguió inquietando, y la manera de encarar el Trabajo Manual Educativo lo llevó a una de sus máximas realizaciones: El Museo Escolar. Este fue instalado oficialmente por orden del entonces Presidente del Consejo Nacional de Educación, don José María Ramos Mejía, y durante largos años, y con el nombre de Museo Escolar Sarmiento, sirvió como material de enseñanza fecunda a numerosos alumnos de las escuelas primarias de la Capital.

Ya en plena madurez, mientras corría el año 1917 (había nacido en 1878) va madurando en Carlos María Biedma la idea de la fundación de una escuela. Y al año siguiente la lleva a cabo. Con la colaboración de un grupo de ex alumnas, y en especial con la de la eximia educadora argentina, Rosario Vera Peñaloza, inaugura en abril de 1918 la Escuela Argentina Modelo, en un antiguo edificio de la calle Juncal. Desde entonces, consagra sus desvelos a "su" escuela. Realiza allí sus ideas pedagógicas y realiza toda clase de innovaciones y experiencias encaminadas a mejorar la enseñanza y hacer más grata la vida escolar de los niños.

El Dr. Biedma calla un momento, emocionado, e interrumpe su decir. Por su mente pasan –lo imaginamos– los días de su propia infancia, recorriendo las aulas escolares bajo la mirada vigilante de su padre, y su figura serena, reposada, humana. Modestamente, no nos abre juicio sobre la labor paterna. Pero nosotros admiramos igual la labor integral de este hombre que siguió su destino con amor y firmeza, y cuya trayectoria podría resumirse en ese deseo de ser "mapero" que asomó a los quince años y culminó, como dice Octavio Amadeo, en "aquel mapa gigante de tierra viva" que construyó junto con sus alumnos en el campo de deportes de la Escuela.

Ahora nosotros también callamos. No queremos reabrir heridas, y no interrogamos a su hijo sobre los últimos años del profesor Biedma. Mientras se hallaba en plena labor, lleno aún de entusiasmo y vitalidad, falleció imprevistamente a fines del año 1946. Citemos otra vez a Amadeo:

"Su recuerdo no necesita del bronce, duro y frío; está en las miles de almas que él amasó con amor, hoy desparramadas por todo el país, y que ya forman una generación modelo, como su escuela, la generación de Biedma".

 


Don Jaime Bernstein

Un prestigioso profesor


Su vida: un ejemplo interesante – Fracasos y triunfos – La preocupación por el niño – El jardín de infantes "Platero" – Tribunales infantiles – La editorial "del niño"

Publicado el 28 de noviembre de 1955


Hoy podríamos contarle, lector, una historia edificante. Al presentarte a nuestro entrevistado de esta semana podremos relatarte algo de su vida, para que saques tú mismo las consecuencias. Lo más curioso es que no te contaremos la vida de "un niño modelo". Todo lo contrario. Es la vida de un niño que no brillaba ni por su buena conducta ni por su rendimiento escolar. Ese niño se llamaba Jaime Bernstein, y hoy es el distinguido profesor Bernstein, catedrático universitario, doctorado con diploma de honor y prestigiosos profesor.

¿Quiere decir esto que no es necesario esforzarse por ser un buen alumno, correcto y estudioso? No: quiere decir justamente lo contrario. Quizás tú eres hoy un mal alumno, pero lo peor de todo es que estás convencido de que siempre lo serás, de que "ya no tienes remedio". Y eso es lo falso. Nuestra historia lo revela así.

Bernstein era un niño que no entendía muy bien lo que pasaba a su alrededor en la escuela. Conserva vagos y nebulosos recuerdos de sus años escolares. Sin embargo, no olvida al director de la escuela Alberti, que en el tradicional barrio de Belgrano era una figura conocida y querida por grandes y chicos. Cosa curiosa y hermosa: ningún niño le tenía miedo. Pero todos lo respetaban.

Después Bernstein recuerda su iniciación en el colegio secundario y sus primeros fracasos. Hasta que cambia de colegio y decide seguir adelante, no ser más un mal alumno. Y en seguida llega a ser uno de los mejores. En cuarto año le corresponde un diploma de honor. ¿Qué nos dices de esto? No sabemos qué dirás tú. Nosotros pensamos: esto es un ejemplo de que ningún niño es definitivamente "mal alumno". Todos pueden salir adelante. Basta con que lo quieran así y con que pierdan el convencimiento de que no lo podrán hacer.

Bernstein es generoso y, además, justo. No olvida a los dos o tres maestros y profesores que supieron descubrir en él sus brillantes posibilidades, y que con palabras sinceras, llanas y amables hicieron nacer en su alma la chispa de la voluntad y el entusiasmo.
Quizás por esto mismo despertó en él la vocación por los problemas infantiles. Comenzó sus estudios en la Universidad pensando en la filosofía, pero inmediatamente orientóse hacia la pedagogía, llevado por su deseo de ayudar a los niños. Él quiere que los niños comprendan la realidad que los rodea, que entiendan el mundo de las personas mayores. Él desea que no sientan miedo en ese ambiente, que vivan felices junto a los adultos, junto a los "grandes" que a veces atemorizan tanto a los pequeños.

Terminó sus estudios laureado y felicitado por sus profesores. En seguida empezó a dictar sus primeras clases. Al poco tiempo, un grupo de ex alumnas solicitó su ayuda y consejo para instalar un Jardín de Infantes. De allí nace "Platero", un delicioso mundillo de niños donde estos son tan felices como Bernstein lo ansió siempre. Allí se pone en contacto con el mundo que los rodea, aprenden a conocerlo y a instalarse en él. Dos detalles curiosos te contaremos solamente, de entre todo lo que podríamos narrarte. Allí los niños (las nenas y los nenes) practican boxeo, como una especie de juego. Todos se divierten muchísimo, no se lastiman (está prohibido golpearse en la cara) y los rivales quedan más amigos que nunca. La regla mejor de este juego: hay que boxear de frente y sin rabia. ¡El que se "enrabia" pierde! Y otro dato: en cada grupo de niños funciona, integrado por ellos mismos, un tribunal de conducta. Cuando alguno se porta mal, son sus mismos compañeritos, guiados por la maestra, quienes proponen el castigo para quien molesta al grupo. Así van aprendiendo que la disciplina no es algo que los maestros o los padres imponen porque sí, sino que es un requisito indispensable para poder trabajar y vivir en sociedad. Quizás, al verlos cumplir esta labor, Jaime Bernstein piensa en sus años de niño, y sonríe pensando que estos pequeños no tendrán sus mismos problemas.

Hoy, aquel alumno díscolo y finalmente triunfador, es además el fundador y director (junto con otro colega) de una editorial que se ocupa especialmente de publicar libros dedicados a los estudiosos de los problemas infantiles. ¿Sabes cómo se llama esa editorial? Pues se llama "Paidós". Y ello significa: "del niño". Es decir, que ha fundado la "editorial del niño". Ya ves cómo la preocupación constante de quien hoy te presentamos has sido siempre tú, es decir, no tú solo, sino todos los niños.
Creemos que no habrá dejado de serte interesante conocer a Jaime Bernstein y un poco de su vida.

Y basta por hoy: ahora tienes tú la palabra. Nosotros concluimos repitiéndote: "¡no desalentarse nunca y saber lo que se quiere!" Creemos que vale la pena repetirlo.

 



Don Ernesto Nelson

Una figura digna de tu amor


Publicado el 21 de noviembre de 1955


· Un precursor del periodismo infantil.

· Visitando la casa de Domingo Faustino Sarmiento

· El "Club de la manito"

· Esperamos su mano cordial, don Ernesto Nelson

Llegamos al segundo piso de una casa de departamentos de la calle French al 2700. Entramos en un cuartito atestado de libros y ya nos encontramos frente a don Ernesto Nelson. Él no advierte nuestra emoción. Nos tiende la mano cordialmente, con un destello de curiosidad en el fondo de sus ojos ancianos. La inteligencia parece brillar en su frente surcada por más de ochenta años de vida. Pensamos que ante nosotros hay un pasaje de la historia de la escuela argentina. De esa misma escuela a la cual concurres tú, niño; de esa escuela argentina que don Ernesto Nelson procuró hacer mejor y más grata, renovándola y vivificándola.

La charla, amable y fluida, ha comenzado. Y enseguida la gran sorpresa: esperábamos que don Ernesto Nelson nos hablara de escuelas, de métodos... y nos hallamos con que es él quien puede enseñarnos cómo se hace periodismo para niños. En efecto, nos cuenta que hace ya muchos años –tantos que es probable que tus papás fueran muy pequeños aún– fundó el suplemento semanal de un gran periódico argentino destinado exclusivamente a los lectores menudos. Se llamaba La nación de los niños, y ese periódico infantil le sirvió para fundar con sus lectores el simpático "Club de la manito". ¿Qué club era este? Pues el club donde todos se ayudaban, donde todos "se daban una manito”... ¿No crees que esta figura merece el homenaje y el respeto de todos los niños argentinos?

Ernesto Nelson trató siempre de que la escuela no fuera para los niños un lugar de malos recuerdos. Su anhelo es que los escolares no vean enemigos en sus maestros, en los libros o en el simple pupitre. Fue durante más de ocho años Director del Internado del Colegio Nacional de la Universidad de La Plata. Los resultados de su obra fueron excelentes, y como prueba de ello sólo te contaremos un episodio. Un notable hombre de letras, de nacionalidad francesa, hizo a nuestro país un viaje cultural, y fue invitado a conocer este internado. Tan maravillado quedó de sus métodos y de su organización, que al año siguiente trajo a su hijo desde París para que fuera educado en este colegio. Piensa un momento lo que significa que desde Francia, país de gran cultura y notable adelanto, se trajera un niño a la Argentina para ser educado en uno de sus establecimientos pedagógicos.

Los cargos de Ernesto Nelson han sido muchos y significativos para la enseñanza nacional. Publicó abundantes obras, de las cuales citaremos apenas dos o tres de las más importantes. El analfabetismo en la República Argentina; La delincuencia infantil; Las bibliotecas en los Estados Unidos de América; etc.

Ha viajado por el extranjero en repetidas oportunidades, especialmente por los Estados Unidos, y conserva de sus primeros pasos por allí una fotografía autografiada que le dedicó el famoso presidente de la nación hermana, Teodoro Roosevelt.
Ernesto Nelson mantiene fresca su memoria, y es capaz de relatarnos sus visiones de un ayer tan lejano que nos parece imposible que él lo haya vivido. Imagínate que nos ha relatado que cuando era un niño de siete años apenas, iba todos los días hasta la casa de Sarmiento, ¡nada menos!, para llevarle unos libros que su padre solía prestar al gran sanjuanino. Conserva de aquellas visitas la impresión de un personaje aquejado por mil ansias y por deseos de conocerlo todo y de saberlo todo. En su espíritu infantil, la casa de Sarmiento cobraba un aspecto fantasmagórico, poblada como estaba por innumerable cantidad de objetos de toda clase. En su cuarto, sobre su escritorio, se acumulaban los libros junto a las probetas para hacer experimentos o las plantas recién traídas del Delta. Y la pupila infantil de Ernesto Nelson grabó para siempre la imagen de un ser dispuesto a aprender sin fatigas.

Y este hombre ya anciano, que ha conocido de cerca y ha merecido el homenaje de tan grandes próceres, insiste en negarnos su propio valor, en afirmar la parquedad de su propia obra. Casi a regañadientes cuenta del premio que una importante sociedad cultural le concedió el año pasado, y ni nos habla de los muchos testimonios de admiración y encomio que su obra ha suscitado repetidas veces.

Pero no se engañe usted, don Ernesto: no podrá hacer que lo olvidemos. No logrará que dejemos de ver en usted al gran maestro que nos ha enseñado a todos los demás maestros a hacer mejor nuestra obra, a querer más al niño, a saber abrirle las puertas de la vida. Y no dejaremos que los niños argentinos pasen sin rendir a sus canas el homenaje sencillo de la admiración que le deben. Por eso hemos querido mostrarlo aquí, don Ernesto, en estas páginas que son para ellos. Esperamos que no se nos enoje, y sonriendo desde el fondo de sus años nos tienda por siempre la mano cordial que nos dio al llegar, para que así nos aliente a seguir en la tarea de educar a nuestros niños. O como diría usted: esperamos que su recuerdo nos dé por siempre "una manito", como pretendió en aquel Club que fundó por sus años mozos.

Y maestros y alumnos seremos amigos constantes, como usted lo quiso y como lo sigue queriendo. Y como supo hacerlo.

 


Martha Salotti

Conjunción de amor, modestia y alegría

Publicado el 14 de noviembre de 1955


Conocíamos su nombre y su obra. Y quisimos que los niños también la conociesen. Por eso te presentamos hoy, lectorcito nuestro, a Martha Salotti, maestra que ha dejado en la labor de la enseñanza hondas huellas de su amor por los niños y su afán por ellos.

Hela aquí, frente a nosotros. Le expresamos nuestros deseos de que nos diga algo de sí misma, para contárselo a nuestros lectores. Y responde que casi nada tiene que decirnos. Con trabajo, nos cuenta de su casona antigua, de grandes patios, en la calle Vicente López. Y mientras los ojos se le entornan con el sabor del recuerdo, vislumbra unas glicinas fragantes en el fondo de su infancia. Cursó la escuela primaria allí mismo en su barrio, y nos cuenta que el premio recibido que más feliz la hizo, fue el que le dieron por su gusto por la lectura.

Pero Martha Salotti se nos escapa del reportaje, En seguida comienza a hablarnos de sus maestras, quienes la guiaron. Constantemente habla de los demás. No de ella. Y así nos encontramos de pronto que estamos oyendo de Rosario Vera Peñaloza, la eximia maestra argentina que abrió sus pasos en la senda del amor hacia los niños; o de Gabriela Mistral, la incomparable poetisa americana a quien Martha Salotti nombra como su iniciadora en el mundo de la belleza. De esa belleza que Martha Salotti propone como el mejor alimento para el alma del niño.

Nosotros la obligamos a que nos siga contando. Y entonces nos enteramos de que cursó sus estudios de maestra en la Escuela Normal Sarmiento, y que luego se graduó de profesora de Ciencias Naturales en el Instituto del Profesorado Secundario. Pero su norte, su afán, son los niños. La escuela primaria la alegra. Apenas recibida de maestra, comienza su labor en una escuela nueva, recién creada, en la calle Las Heras. Además, junto con otro gran educador, el profesor Carlos M. Biedma y su inolvidable Rosario Vera Peñaloza, se inicia como maestra fundadora de la Escuela Argentina Modelo. Allí estuvo al frente del Jardín de Infantes, y comenzó a asombrarse de lo hermoso que era estar frente a los niños: "¡Treinta y seis niños de cuatro años!", nos dice, y su voz refleja una alegría enorme, y un gozo verdadero por aquellas jornadas.

Porque Martha Salotti nos insiste en que ella realmente se sentía contenta con sus alumnos, era feliz con ellos. Y nos descubre su secreto: "Hay que dejar en libertad al niño, hay que dejarlo manifestarse". Y luego: "basta acercarse a él". Y agrega una frase pequeña, pequeñita en palabras, pero hermosa en sentido: "¡Lo que enseñan los niños!" Porque Martha Salotti –¿no te asombras, lector?– es una maestra que confiesa haber aprendido infinitamente de sus alumnos. Y nos repite sin cesar: "Los niños me enseñaron".

En su modestia, no nos habla de sí misma. Habla de sus maestras, habla de sus alumnos. Y en sus ojos serenos, muy serenos, se refleja un hondo amor por la tarea que cumplió tan notablemente. He aquí que volvemos a insistir, y nos dice algo de sus obras. Su primer libro: Juguemos en el bosque, destinado a hacer que los niños aprendieran Ciencias Naturales como jugando con las cosas que los rodean. Después Enseñanza de la lengua, en el cual se revela su capacidad didáctica y su experiencia docente. Hace unos años publicó La lengua viva, que responde a su preocupación permanente por solucionar el problema de la enseñanza del lenguaje en las escuelas, ayudando al niño a expresar su mundo.

Hace ya un buen rato que estamos conversando plácidamente, sin sentir cómo transcurre el tiempo. Podríamos quedarnos mucho todavía. La palabra suave de esta mujer nos inunda con dulzura; y toda ella irradia serenidad, segura confianza, optimismo. El cabello blanco ya casi domina, enmarcando su rostro. Y, sin embargo, a pesar de sus largos años de trabajo advertimos la voluntad siempre tensa para la labor. Podríamos contarte mucho más. Pero nos contentamos por hoy con decirte que al ponernos de pie, y al despedirnos, mientras decíamos nuestro agradecimiento por su gentileza, pensamos que realmente era mucho lo que Martha Salotti nos había enseñado. Y queriendo darte a ti, que nos lees, un mensaje directo de ella, le pedimos unas palabras para los lectores menudos de Mundo Infantil. Escucha, y no te asombres. Escucha y di si no es admirable. Martha Salotti nos ha respondido:

? Pues... digan a los niños que lean cuentos de hadas...

Y ante nuestra asombrada mirada concluye:

? ... si quieren aprender matemáticas.

Y nos dice que sí, que hay que abrir la imaginación de los niños. Y mostrarles por las rutas de la fantasía el mundo alado de los sueños, de las esperanzas y de las ilusiones. Martha Salotti confía en la belleza, en la poesía, en el amor y en la alegría. Ya sabes, pues, lector amigo, cuál es el consejo oportuno:

¡Qué lean cuentos de hadas... si quieren aprender matemáticas!



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Instituto de Investigaciones Educativas
Junio 1993
Buenos Aires, Argentina